Hace algún tiempo, la madre de una menor de edad trans contactó con una amiga mía. Se trata de una chica de catorce años que salió del armario siguiendo el ejemplo de Carolina. Para los que como yo no véis la tele, o la veis pero no tenéis ni idea de quién os hablo, Carolina es una chica trans que participó en la última edición de Supervivientes. No sé como lo hizo, pero la conozco en persona, y supongo que no se dedicó a ofrecer carnaza y morbo sexual, porque se trata de una niña muy maja, inteligente, y que lleva toda la vida hartándose de trabajar para sobrevivir… un buen ejemplo, creo.

Pero así están las cosas. La niña a sus 14 años parece que lo tiene muy claro, y a finales del curso pasado incluso empezó a ir vestida de chica a clase. Es más, como entre sus compañeros de clase tiene amigos, ha decidido que quiere continuar asistiendo al mismo colegio. El problema es que se trata de un colegio concertado… y religioso.

Así que cuando la niña, y su madre que la está apoyando a muerte, solicitaron que la tratasen como lo que es, apareciese en las listas y documentos internos con su nombre (cosa que se está haciendo ya sin grandes problemas en muchos centros educativos, sobretodo en institutos andaluces, donde hay bastantes precedentes), entrar en el servicio de las niñas, etc… Digamos que el director no ha hecho una fiesta, precisamente. De hecho, ni siquiera parece muy convencido de que sea necesario hacer algo de eso, ni de que él o alguno de los profesores del centro tengan motivo alguno para hacerlo.

Todavía queda entre muchas personas la idea de que la identidad de género ajena no sólo se puede, sino que se debe imponer, partiendo de la base de que esta viene ya impuesta y predeterminada desde antes del momento del nacimiento por una entidad sobrenatural y sobrehumana conocida como «naturaleza», que tiene unas normas insoslayables, las cuales han de ser cumplidas sí o sí. Claro, si las leyes de la naturaleza son inevitables, es imposible que un hombre sea una mujer, o que una mujer sea un hombre, o que aparezcan opciones que no son ni la una, ni la otra. Si es imposible que eso ocurra, entonces, una de dos: o es una afrenta consciente a las leyes de la naturaleza, una perversión inexplicable e insana que debe ser erradicada, o es un capricho fruto de la inmadurez y de las ganas de llamar la atención. Ninguna de ambas opciones es respetable, ni merece ser reconocida.

Si se respetase a una persona que dice tener una identidad de género distinta a la que las leyes de la naturaleza mandan, podrían ocurrir grandes catástrofes. Por ejemplo, si empezasen a llamar a esta niña que comento por su nombre de chica, tooooodas las mujeres del mundo serían profundamente humilladas en comparación. Si se la permitiese entrar en el cuarto de baño de las niñas, las violaría a todas, una tras otras, repetidamente. Si se la tratase con respeto, tal vez ocurriese lo que ha ocurrido al salir Carolina en la televisión: que otras personas puedan pensar que es divertido enfrentarse a las normas de esa entidad sobrenatural e inconstestable, y apareciesen más niñas, o niños, trans a su alrededor. Muy pronto todas las mujeres del mundo serían reemplazadas por falsas mujeres, y desplazadas de la sociedad por haber sido su lugar usurpado. Las violaciones serían constantes, la intimidad femenina, desparecida. Finalmente, todos los hombres querrían ser mujeres, o, como mínimo, se harían gays, y la especie humana se extinguiría irremediablemente.

¡Que catástrofe! ¡Y todo esto ocurrió por respetar la identidad de género de una niña de catorce años! ¡Horror y pavor! ¡Alguien debe hacer algo para evitarlo! Empezaremos negándole la oportunidad de decidir cómo quiere que la llamen, no respetando su intimidad obligándola a ir al cuarto de baño masculino (un lugar que se ha demostrado que es bastante peligroso para las mujeres trans, y en el que han ocurrido muchas agresiones… aunque también se ha agredido a mujeres trans por entrar en el servicio de las mujeres), decidiendo qué ropa debe llevar, y humillándola en toda circunstancia, hasta que renuncie a vivir en sociedad, y a ser posible, deje los estudios. Así lo tendrá más fácil para llegar al lugar que le corresponde: la zona de prostitución callejera.

Eso sí, todo en aras de mantener la paz social, y el orden natural de las cosas.