Al día siguiente de la entrada anterior, volví a coger el coche para ir a Málaga. La verdad es que es una de las veces que más contento he ido para allá, aunque no estaba del todo feliz, ya que seguía preocupado por mis padres. Más allá de la breve conversación que había tenido con mi madre el martes, no había ninguna novedad, pero eso no me hacía sentir más confianza…

Por suerte, había estado hablando con unas amigas que me habían tranquilizado bastante, con el razonable argumento de que mis padres ya están bastante curados de espanto como para ir a asustarse ahora. Además, ya que me voy a operar como sea y en las condiciones que sean, mejor disfrutar del momento e ir ocupándose de los problemas a medida que fuesen llegando.

Cuando llegué a la consulta, la enfermera (o asistente, o lo que sea) del cirujano miró la hoja de la cita y me informó de que me había equivocado de día. La fecha era el día 23 de marzo. Creo que me puse pálido: 160km para nada… Mientras me ponía pálido, le expliqué que la persona que me dio la cita me había dicho que era para hoy, y que por ese motivo ni había mirado la hoja, y no me había dado cuenta de que la fecha estaba mal. La enfermera dijo que en realidad ya había recibido la citación, y que también le había extrañado que no me hubiesen dado cita para hoy mismo, así que me hizo el favor de dejarme pasar.

En la puerta de la consulta había bastante gente esperando, pero el cirujano no atendía por orden de llegada (desconozco el criterio que sigue, quizá lo hiciera por hora de la cita), y yo no esperé más que un par de minutos.

Entré en la consulta y le cirujano me saludó de la siguiente manera: “hola ¿Cómo estás?”, me estrechó la mano y dijo “bueno, enséñamelo”. Me quedé un poco fuera de juego. ¿Qué le enseñara el qué? ¿El pecho? Por una parte, necesitaba aclaración, y por otra parte, me daba vergüenza preguntar, así que me entretuve explicando por qué había ido el día que no era. El cirujano (que, por cierto, nadie me dijo como se llama, ni tampoco figuraba en ninguna parte, aunque escuché a la enfermera llamarle “Dr. Torres”, así que asumo que así es como debo llamarle yo también)  aprovechó para advertirme de que la gente con obesidad no queda muy bien, y que a lo mejor veía conveniente no operarme hasta que adelgazase un poco. Concluyó con un “pero bueno, enséñamelo” dicho con cierta impaciencia.

Ya he comentado que no me da mucha vergüenza desnudarme, pero… no sé… pedirme que le enseñe el pecho así, sin tomar una copa, sin charlar un ratito… ¡Qué poco romántico! Y, por si alguien se lo está preguntando, la enfermera también estaba por allí.

Total, que me desnudo de cintura para arriba, y, para mi alivio, me dice que en realidad no estoy tan gordo como parece, sino que me sobra bastante tejido [por haber perdido mucho peso], y que sí se puede operar. Ufffff… mientras me vestía me explicó que el problema es que cuando hay un gran exceso de grasa, esta se acumula en los costados, de manera que la forma del pecho no se ve con claridad (es cierto, lo recuerdo), y claro, al operar, pueden quedar formas raras que luego necesiten retoque. Sin embargo, además de eso, también valoran otros factores, como el bienestar psicológico, los problemas de integración social, etc… Bueno, en conclusión, que me opera.

Firmé el consentimiento informado casi sin leerlo, pero me dieron una copia. “Te lo lees tranquilamente en casa, y si no te convence, no te operas, que aunque firmes no hay obligación de operarse”. El consentimiento informado, por otra parte, contiene muy poca información; para empezar, ni siquiera está referido a la operación de mastectomía para hombres trans, sino a una operación de reducción mamaria dirigida a mujeres con mucho pecho. Además, aunque daba información sobre posibles consecuencias (cicatrices, dolor, pérdida de sensibilidad, posibles asimetrías que requiriesen posteriores cirugías) no especifica cosas tan básicas como si la operación se hace con anestesia local o completa.

Por lo que tengo entendido, las personas que se operan en el Carlos Haya son ingresadas unos días antes de la operación, y durante esos días les hacen las pruebas preoperatorios necesarias, lo que viene muy bien teniendo en cuenta que la mayoría de los pacientes somos de fuera, y tener que desplazarse varias veces podría ser un problema difícil. Supongo que también durante esos días, se dará más información, con un poco más de calma… no en la consulta, con un montón de pacientes esperando fuera, y encia, un día que no me toca.

También tengo un poco la sensación de que el cirujano asume que todos los que llegamos allí nos vamos a operar sí o sí, hayan los riesgos que hayan, cosa que en mi caso… es cierta. Así que ¿para qué detenerse a valorar la conveniencia de la operación, si el paciente está convencidísimo y además viene avalado por la opinión de la endocrina y la psicóloga?

Total, que me dieron el volante para que pidiese turno para cirugía, y ahora sólo me queda esperar a ver cuando me dan, y que no caiga en el periodo de exámenes (porque en ese caso tendré que esperar un poco más y ya me meteré en el verano.)

Volví a mi casa un poco antes del medio día, más contento que unas pascuas, pero todavía quedaban cosas buenas por pasar. En cuestión de cinco minutos, mi padre usó (por segunda y tercera vez, respectivamente) el masculino para referirse a mí. Al igual que mi madre las primeras veces, lo empleó en una frase en plural: fue la palabra “vosotros”. Supongo que la costumbre de usar el masculino plural para hombres y mujeres hace sea el paso más sencillo de dar. Alguna ventaja tenía que tener nuestro idioma ¿no? Desde entonces, creo que está intentando no referirse a mí con ningún género, lo que ya es un avance enorme, y muy de agradecer. ¡Mi padre! Eso sí que no me lo esperaba yo. Mi madre ya me trata en masculino casi siempre.

Cuando ya estaba a punto de abrir la botella de champán para celebrarlo, las cosas mejoraron todavía más. En una conversación sobre otra cosa con mi madre, salió el tema de la hospitalización, y así, tranquilamente, sin drama ninguno, como si estuviésemos de que me iba a operar para sacarme una muela, comentamos los detalles de organización (por ejemplo, que yo iré en autobús cuando me ingresen, y ya irán ellos cuando me opere en su coche, y nos volvemos todos juntos).

Así que al final resultó que no ha habido problemas con mis padres, ni enfados, ni discusiones, ni disgustos, ni nada. ¡Normalidad! No es que vayan a hacer una fiesta, pero tampoco se va a terminar el mundo. E incluso más. ¡Progresos en el trato!

Ahora sí que estoy contento, pero contento del todo, y de verdad. La única pequeña preocupación que tengo es que me den fecha para la época de exámenes y tenga que decir que no, pero bueno… ¿qué supondría eso? ¿Un retraso de uno, dos, quizá tres meses (teniendo en cuenta que el verano se acerca)? ¡Comparado con todo lo demás, eso no es nada! ¡Si las cosas están saliendo tan bien que van mucho más allá de mis expectativas!

Me paso las horas muertas pensando en cuantos sitios voy a poder quitarme la camiseta: en la playa, en la piscina, en mi casa si hace calor, si necesito un masaje, cuando vaya al médico y me tengan que mirar algo en el pecho…