Poco a poco, día tras día, paso a paso, el libro va tomando forma. Sí, ese libro que llevo tres años diciendo que voy a escribir, y que ya, casi, casi, está escrito.
De estos tres años, dos años han sido para recopilar el contenido que había publicado en este blog, repasarlo, comentarlo (porque hay muchas cosas que ahora sé y en el momento de escribir el diario no sabía) y pulirlo un poco buscando el difícil equilibrio entre ser fiel al estilo del diario (es decir, mantener un texto que se escribe al vuelo, donde es más importante el sentimiento o la experiencia que se quiere contar que la perfección literaria) y hacer un texto que pueda leerse de manera fácil y fluida. También he eliminado muchas entradas, bien porque eran demasiado teóricas (eso quedará para otro libro), bien porque hablaban sobre eventos o noticias que eran de actualidad en aquel momento, y que ahora ya carecen de relevancia.
Estos dos años recopilando los diarios que escribí entre 2008 y 2013 han sido como mantener un diálogo profundo conmigo mismo. Me he reencontrado con mi yo del pasado, y le he contado cosas que le habría venido muy bien saber en aquella época. Le he perdonado por sus meteduras de pata, y me he maravillado de algunas de las cosas que hizo (modestia… ¿Quién la necesita?). Me ha alegrado ver que hay muy pocas cosas de las que me arrepiento, y que si volviese a empezar, lo haría casi todo más o menos igual.
El último año ha sido para volver a repasar el primer borrador entero. Unas 209.000 palabras, alrededor de 365 folios. Menudo coñazo. La primera vez molaba, la segunda vez me quería tirar por un puente. Después de terminar, le he pasado el borrador a varios lectores y lectoras de prueba, que han empezado a mandarme sus impresiones, y a corregir los fallos que han ido encontrando (incluyendo faltas de ortografía, que alguna tengo, y más en 209.000 palabras, personas que se me ha olvidado presentar, etc…). Todavía están en ello. Mientras tanto, yo he empezado a leer sobre qué cosas hay que hacer para vender un libro.
A partir de aquí, ha empezado lo difícil. Escribir el blog fue fácil: las palabras iban saliendo solas, sobre todo al principio, y también en mi etapa de Ecuador. Me gusta escribir, y, de un modo u otro, lo hago todos los días. La parte de la promoción no me resulta del todo desconocida. Ya he tenido dos negocios, he estudiado una carrera relacionada con la dirección de empresas turísticas y, sobre todo, llevo toda mi vida trabajando en puestos de cara al público (empecé a ayudar a mis padres en la tienda cuando tenía 12 años). Aprender a vender no me resulta difícil, ni incómodo, ni es un terreno desconocido. En todo caso, me resulta curioso, y me gusta aprender algo nuevo. Estoy entusiasmado buscando información y haciendo planes para preparar mi campaña. Ojo, que esto no significa que pueda garantizar que el libro se vaya a vender como rosquillas porque soy super listo y voy a hacer una campaña de puta madre. No. Lo único que significa es que no me siento incómodo pensando en vender.
Lo malo ha sido al llegar a la parte de convertir el libro en una cosa profesional. El momento de empezar a tomar decisiones sobre un tema del que no tengo ni puñetera idea.
¿Publicar con editorial, o autopublicar? La decisión, si bien es importante, en parte se toma sola. No puedes publicar con ninguna editorial si la editorial no quiere publicar contigo. Eso significa que tienes que empezar a enviar manuscritos a puerta fría a todas las editoriales que encuentras en Google, rezando porque en alguna se tomen la molestia de leer tu manuscrito (uno entre los cientos que les deben llegar), y que les guste. La otra opción es empezar a presentarte a concursos, enviar colaboraciones y tratar de meter trabajos en antologías, hasta que al final, después de varios años de duro esfuerzo, te hayas hecho un hueco en el mundillo de los escritores indi y entables relación con algún editor o editora.
No es fácil que una editorial publique tu libro, pero la pregunta realmente importante es ¿merece la pena?
Una buena editorial hace muchas cosas por ti. El simple hecho de que te publique un libro ya implica que ha pasado un filtro, un control de calidad, que da al lector la garantía de que lo que has escrito no es una pura bazofia. O, al menos, disminuye las posibilidades de que sea una bazofia. Además, la editorial te corrige el libro, te lo maqueta, te hace la cubierta, toma el riesgo de imprimir varios miles de ejemplares, y lo distribuye a través de sus contactos. Te ayuda a conocer a otros escritores y te mete en el mundillo. Te enseña un montón de cosas que sólo pueden saber quienes trabajan en el mundo editorial. Si tienes suerte, hasta te ayudará a promocionar el libro, echándote una mano a la hora de buscar lugares en los que presentar el libro, contactos con prensa, stands en ferias del libro, y te darán consejos para que hagas tu propia campaña de lanzamiento por tu cuenta. Seguramente, una buena editorial hace todavía más cosas que yo desconozco porque estoy totalmente fuera de ese mundo.
Si tienes la mala suerte de dar con una mala editorial, la corrección será un churro (¡O inexistente!), la portada será un asco, la maquetación una birria, y de echarte una mano para moverlo o promocionarlo, olvídate. Si tienes muy mala suerte, es posible que tu libro acabe aparcado en los proyectos que se harán algún día, y que nunca vea la luz, o que después de una primera edición, nunca sea reeditado… Sin que tú puedas hacer nada, porque has cedido los derechos de distribución durante X años, y hasta que ese tiempo no pase, no podrás acudir a otro canal para mover tu novela.
Una cosa que sí hacen las editoriales es, como es lógico, quedarse una parte de los ingresos de la venta del libro. Generalmente el autor tan sólo se queda con un 10%. Si se piensa bien, no es un margen pequeño, teniendo en cuenta que al precio de libro hay que restarle los costes de edición, distribución y los impuestos, y, de lo que sobra, hay que repartir para que tanto el editor como el dueño de la librería, y el autor, ganen algo de dinero… el problema es que, para la mayoría de los autores, esa cifra es pura calderilla (las editoriales y las librerías tampoco es que se estén forrando con el negocio, excepto las más grandes y prestigiosas, claro).
La cuestión es que, hoy en día, los escritores independientes (que suena mucho más guay que decir «los pelagatos») tenemos acceso directo a los clientes a través de internet, y la posibilidad de publicar nuestros libros digitalmente, o de imprimirlos uno a uno a través de plataformas como Amazon, Lektu, Lulu, etc… Además, los profesionales se pueden contratar por separado: el diseñador de la portada, el corrector, el maquetador… o puedes ponerte las pilas, e intentar hacerlo tú mismo si no tienes mucho dinero.
Tú te lo guisas y tú te lo comes. Tú pones el trabajo, o contratas a quien quieras para que te lo haga como quieras, tú te responsabilizas del resultado final, y tú decides el precio, dónde y cómo se vende tu libro. Tú te tienes que buscar la vida con la promoción (cosa que, de todas formas, tienes que hacer aunque una editorial te publique el libro). Tú te llevas todos los beneficios (¡O todas las pérdidas!), y te aseguras de que tu libro nunca se quedara prisionero de una editorial cafre.
Pero estás solo, sin saber qué haces, ni de donde vienes, ni hacia donde vas, ni como llegar. Estás más perdido que un perro en una piscina de bolas.
No es la primera vez que me he visto así. De hecho, así fue como estaba cuando empecé este blog.
Además, de todas formas, ninguna editorial se ha ofrecido a publicarme el libro ¿verdad?
Fingí meditarlo sobre unos días. Incluso lo comenté en Facebook, y con algunos amigos que, de un modo u otro, están metidos en el mundillo editorial (una de ellas, Lluvia Beltrán, ya ha publicado dos estupendos libros con una buena editorial y está muy contenta). No obstante, la decisión estaba ya tomada, y en mi interior yo lo sabía.
Se abre mi camino hacia la auto edición.
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