Hace meses que no actualizo el blog, pero no es que tenga pocas cosas que contar. Mi vida sigue, y como inmigrante trans tengo muchas anécdotas. Sin embargo, por encima de todo, ocurre que soy feliz y los días se van pasando tan rápido que parecen horas, casi minutos.

Parece que fue ayer cuando me trasladé a mi primer piso alquilado en este país. Con mi primer sueldo (correspondiente a una semana de 60 horas trabajando), y la ayuda de mi hermana que me prestó dinero, pude pagar el depósito y el primer mes de una habitación en un piso compartido, un poco viejo, pero acogedor. Después de un mes y medio sin tener un lugar que pudiera llamar mío, rodando por sofás camas, sofás a secas y colchones de mi familia y amigos por aquí (sin ellos, todo esto habría sido muy difícil, con ellos, ha sido un paseo). Para celebrarlo, me fui a la pescadería y compré salmón escocés, y luego a la verdulería y compré salsa holandesa y espárragos verdes españoles. También compré una coca-cola. Aquel plato de comida debía tener unas £6.

Mi primera comida cocinada por mi mismo desde enero.

Mi primera comida cocinada por mi mismo desde enero.

Cuando terminé de cocinar, y lo puse sobre la mesa, casi me echo a llorar. Por primera vez en años, tenía un plato de comida que había podido pagar sin preguntarme cómo afectaría eso al pago de mis otras facturas (teléfono, universidad, sello de autónomos, declaración trimestral del IRPF, seguro del coche), o si comer pescado azul terminaría por producir, a corto plazo, un descubierto en mi cuenta del banco. Lo más importante de todo, sabía que a partir de ese momento, ya siempre tendría dinero para poner comida en el plato, porque en este país, nadie vive en la calle si no quiere.

Es difícil de explicar el alivio que sentí. Porque es cierto que uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde, y lo que yo tenía era mucha pobreza y mucha necesidad. En España he pasado hambre y frío, principalmente porque el 80% de mis ingresos se iba en pagar impuestos, y porque a las personas de mi entorno les pasaba igual ¿Quién va a ir a comprar, si tiene que entregar todo su dinero al estado? ¿Cómo van a funcionar los negocios en España, en semejantes condiciones?

Desde entonces, he podido dormir bien todas las noches, sabiendo que siempre iba a tener dinero suficiente para pagar las facturas del mes siguiente. Salvo momentos puntuales en los que se me han juntado varios pagos importantes al mismo tiempo, nunca he tenido dudas sobre si iba a llegar a poder pagarlo todo.

Del anterior inquilino de mi habitación, que era italiano, heredé un tarro de café de buena calidad. Café de verdad, no el triste café soluble que todo el mundo bebe aquí. Así que me compré una cafetera, de las normales de toda la vida, de las que les echas agua, café en el filtro, las pones al fuego y esperas que suba. Me costó 6 libras, y aumentó mi calidad de vida hasta límites estratosféricos.

Un día, volviendo del trabajo, de repente hacía sol. Me paré en una cafetería y pedí un café y un trozo de bizcocho de limón. Me lo llevé todo a la terraza y allí me quedé, viendo a la gente pasar de un lado para otro, mientras yo sólo tomaba el sol… Entonces descubrí que era la primera vez en años, en muchos años, que no tenía absolutamente nada de lo que preocuparme. Después de ese día, he tenido muchos más días así.

Disfrutaba simplemente yendo y viniendo a la tienda, atravesando el parque the Meadows bajo un pasillo de cerezos en flor, caminando a través del centro histórico de una de las ciudades más bonitas de Europa hasta llegar al trabajo. Un trabajo en el que los clientes no me trataban mal, y donde ganaba un salario digno que me daba para vivir en una situación que, comparada con mi situación en España, dos meses antes, era de auténtico lujo.

Sólo faltaba que K. estuviera aquí, pero no llegó hasta el mes de julio, cuando las flores del cerezo ya habían desaparecido, y los parques ya no estaban llenos de árboles rosas, blancos y fucsias. Pero vimos otras cosas. Fuimos a la playa, al jardín botánico, a Glasgow, a Londres, comimos crêpes y vimos shows en el Fringe Festival. Yo podría haber dedicado un tiempo a pasarme por aquí a contarlo todo, pero estaba demasiado ocupado siendo feliz con ella, y sabiendo que al empezar el curso se volvería a marchar.

En el mes de agosto, decidí que no estaba de acuerdo con la política de personal de mi empresa, que parecía consistir en despedir a la gente por cualquier idiotez, así que empecé a buscar trabajo. Después de echar cuatro currículums, me llamaron para una entrevista, y no necesité más. No empleé en buscar otro puesto de trabajo más de 30 horas en total.

Ahora trabajo en un hospital, haciendo de camarero. Me paso el día entregando desayunos, almuerzos y cenas, tomando pedidos, y llevando te. Litros y litros de te para todos los pacientes. Me dijeron que iba a cobrar a 6,50 libras la hora (el salario mínimo hasta el mes de octubre era 6,31, que era lo que yo cobraba en la tienda), pero justo en ese momento el salario mínimo subió a 6,50 para todo el mundo. Yo, que estaba muy contento porque al cambiar de trabajo iba a ganar más, me quedé un poco chafado ¡Me quedaba igual! Cuál no sería mi sorpresa al recibir mi primera nómina y comprobar que mi empresa ha decidido subirme el sueldo sin avisar. Igualito que en España.

Me dio pena cambiar de trabajo, porque en el que tenía antes me sentía muy cómodo. Conocía perfectamente todo lo que tenía que hacer, y después de haber pasado el mes de agosto allí, ya podía decir que era un auténtico veterano. Mi jefa me apreciaba, y los otros compañeros son una gente genial. El trabajo, con los turistas, era muy divertido… pero también muy pocas horas, y en una empresa con jefes indios, lo cual no es muy bueno para una persona trans que no está en el armario. Si ellos hubiesen sabido que soy trans, no sé si me habrían contratado, o si me habrían llegado a despedir, pero sea como sea, decidí no quedarme en la empresa durante el tiempo necesario para comprobarlo.

Ahora en mi nueva empresa me siento seguro. Tengo un contrato permanente y a tiempo completo, lo que significa que puedo hacer cosas como pedir préstamos o acceder a alquileres que no están disponibles para los inmigrantes que acaban de llegar (a los caseros no les gusta arriesgarse a que no les paguen). Siento que he salido del mundo de los migrantes para entrar en el de la gente de aquí. Aunque mi puesto no es que sea muy importante, todos mis compañeros de trabajo son escoceses (hay muy pocos inmigrantes en la empresa, quizá un 5% o menos, y estamos en todos los puestos de trabajo, no sólo en las categorías más bajas), y algunas personas llevan años trabajando en lo mismo. Mi compañera más veterana ha estado ahí durante 16 años, haciendo siempre exactamente lo mismo. Eso significa que es un buen lugar para trabajar.

Nunca me imaginé trabajando en un hospital. En un hotel, sí, pero en un hospital, ni se me había pasado por la cabeza. Sin embargo, ahí estoy, tratando de poner mi granito de arena en el mundo sanitario. Además, parece que lo estoy haciendo bien: desde el primer día, los pacientes les dicen a las enfermeras que están contentos conmigo, y las enfermeras me lo dicen a mí.

Estoy aprendiendo inglés de Escocia, y mejorando mi inglés en general. Ya sigo la mayor parte de las conversaciones que mis compañeros tienen entre si (al principio no entendía ni papa), y consigo hacerme entender, más o menos. Curiosamente, con los pacientes siempre he tenido buena comunicación, aunque reconozco que a veces me he limitado a sonreír y asentir con la cabeza diciendo “¡Que bien!” o “¡Qué terrible!”, dependiendo de si me parecía que estaban diciendo cosas felices o cosas tristes (tengo tres nietos – ¡Qué bien! – pero viven a cuatro horas de aquí y no pueden venir a vermen – ¡Qué terrible!), y esperando que no se note mucho que no entiendo ni papa de lo que me han dicho.

Los días se me pasan muy rápido. De repente me doy cuenta de que ya llevo más de siete meses en el país (seis meses en Edimburgo) y aún no he vuelto a España, pero no tengo morriña. Me he acostumbrado a comer sándwiches de esos que ya vienen hechos, a salir a pasear por los parques verdes llenos de animales (conejos, ardillas, patos y algún cisne, además de pájaros, principalmente, pero desde que me mudé de piso, también he visto varios zorros), y llevarme mi termo de café caliente para beberlo al sol. Se lo que son la mayoría de las comidas que hay en el supermercado, conozco las rutas y los precios de los autobuses, y maldigo las Council Taxes como un británico más. Cuando mis compañeros de trabajo me preguntan que si me planteo volver a casa, les digo que mi casa está aquí.