Hoy vino una chica trans a la tienda. En el trabajo, estábamos muy ocupados, preparando las cosas para el inicio de la temporada de verano. Mientras un compañero se afanaba haciendo un nuevo pedido, yo me acercaba a comprobar el precio de las nuevas camisetas que debía marcar. En la calle, llovía seriamente. No esta lluvia fina, tan habitual en Edimburgo, que a penas cala, sino una lluvia de verdad, de las que dan ganas de asomarse a la calle, simplemente a ver llover.

Entonces entró ella, a preguntar cuando valía un paraguas. La voz la delató a la primera como mujer trans, y a partir de ahí, no necesité más que un vistazo rápido. Le dije el precio y ella me dijo, en inglés, que no hablaba inglés. Por el acento y el color, pensé que podría ser sudamericana.

– ¿Español? – le pregunté

– Sí – dijo ella.

Volví a repetirle el precio en español, mientras me preguntaba si debía contarle que yo también soy trans. Quería contarle que, de algún modo, la conocía. Quería decirle que aquel era un lugar seguro,  donde no tenía que preocuparse de su voz, donde nadie le iba a tratar con el género equivocado, porque veía el temor en sus ojos, en su gesto recogido, en el esfuerzo para que su voz sonara bien.

Pero si se lo hubiese dicho, habría sido como declarar que se le nota lo trans. Ella lo sabe, claro, y no sólo porque seguro que en su casa tiene un espejo, sino porque probablemente todo el mundo se empeña en recordárselo una y otra vez, de las maneras más desagradables. Porque cuando eres una mujer trans, y se nota, no existe ningún lugar seguro.

Por eso, decidí callarme. Decidí hacer una cosa mejor.

– Bueno… español no. Mejor dicho, española – aclaré al cabo de un momento, mientras mi compañero terminaba de hacer su pedido,  pensando que ella podría estar preguntándose si me refería a que si hablaba español (que era lo que quería preguntar), o si me refería a que si era español. Ella sonrió, y yo volví a rectificarme a mí mismo -. Bueno, española tampoco. Lo que quería decir es que hablas español ¿De donde eres?

– De Brasil ¿y tú?

– ¡Hala, que lejos! Yo soy de España, del sur…

Hablamos de banalidades un poco más. «D. can you take this lady? She is buying a umbrella.», pregunté a mi compañero cuando terminó de lo suyo. Estaba tan absorto que ni se había dado cuenta de que teníamos a una clienta esperando para pagar.

Un minuto después, ella se fue con su paraguas y una gran sonrisa que no tenía cuando entró, porque para las personas trans, hay pocas cosas que nos hagan tan felices como que se nos reconozca como somos realmente, sin tratar de imponernos otra identidad, sin dudas y sin peros. Yo también continué trabajando con una sonrisa, sintiéndome bien, aunque en realidad hice lo mismo que habría hecho con cualquier otra clienta. Sin embargo, sé que lo que para las demás mujeres no es más que lo normal, para ella quizá fuese un poco de esperanza. Me alegré de haber estado hoy trabajando para ella, para venderle su paraguas.