Nunca tuve el pecho sensible, pero sí la espalda. Sin embargo, muy pronto mi espalda quedó aprisionada, dividida por la mitad, por el sujetador.

A los 13 años, cuando empezó a salirme el pecho, mi madre trataba de explicarme por qué era conveniente que usara sujetador. Principalmente, por motivos estéticos que ella intentaba hacerme entender con suavidad, y sin éxito. Rara vez lo utilizaba, porque me daba pereza ponérmelo, y porque me molestaba. Los tirantes se resbalaba, la parte de atrás apretaba. Los chicos bromeaban con las chicas tirándoles de la parte de atrás del sujetador y soltándola para verlas saltar cuando les daba contra la espalda, y eso me parecía humillante. Hasta que una noche, cuando volvía del gimnasio, unos hombres empezaron a hacerme insinuaciones sexuales y a preguntarme a voces si llevaba sujetador, porque se me movían mucho las tetas bajo la blusa. Por suerte, estaban muy lejos, pero consiguieron que entendiera lo que mi madre me había estado intentando explicar semanas atrás.

Desde esa noche, usé siempre sujetador (creo que también fue a partir de esa noche que me hice conscientemente feminista). Encontré muy pocos que me resultasen cómodos, y poco a poco veía como el uso continuado iba dejando una marca en mi cuerpo. Cuando inicié mi transición, descubrí muy pronto las camisetas de compresión. La primera que compré fue una camiseta de Underworks que llegaba hasta media espalda (enlazar) que se me enrollaba alrededor de la cintura, clavándoseme en las costillas. Luego probé con una de T-Kingdom, pero hasta la más grande de esa marca era demasiado pequeña para mí, y finalmente di con la adecuada, que llegaba hasta debajo del cinturón, de modo que podía atraparla con la cintura de los pantalones.

Entonces, mi espalda quedó atrapada bajo una ropa que la apretaba de arriba a abajo. Aunque para mí era más cómodo que llevar sujetador (no sólo estéticamente, sino que representaba una comodidad mucho mayor), no era la situación ideal.

Después de la operación, tuve que llevar primero vendas, y luego una faja durante dos meses. Una noche, cuando ya había pasado mes y medio, estaba en casa y se pasó un amigo a visitarme. Cuando llamó al portero automático y me di cuenta de que no llevaba puesta la faja, sentí, como siempre había sentido en ocasiones similares, la necesidad de salir corriendo a mi habitación para ponerme a toda prisa el binder.

Tardé unos instantes en darme cuenta de que ya no hacía falta, y después de eso, todavía necesité hacer un esfuerzo de voluntad para quitarme la inquietud. No tenía que ponerme nada, no tenía partes del cuerpo que deseara aplastar y comprimir para apartarlas de las miradas de las demás personas. Sin embargo me sentía vulnerable.

A partir del 20 de mayo, dejé de usar la faja “post quirúrgica” (era una faja tubular de neopreno, normal y corriente) y salí a la calle por primera vez sin nada. La sensación fue extraña, una mezcla de comodidad y vulnerabilidad sólo comparable a la sensación de ir desnudo en una playa nudista. La ausencia de peso y presión en el pecho era extraña, pero la libertad de mi espalda, se volvió indescriptible.

Después de la operación, descubrí, además, una parte de mi cuerpo de la que sólo era consciente en verano: esa franja de piel que queda justo debajo del pecho, sobre la que cae la mama. Esa parte que no recibe la luz del sol y en verano se humedece rápidamente por el sudor. Al quedar expuesta al aire y al roce de la ropa, descubrí que, mientras que nunca he tenido sensibilidad en el pecho ¡Ahí sí que tenía! Ahora, casi tres meses después, la piel se va igualando con el resto de la piel del torso, y ya no la noto tanto, pero es agradable conocer una parte nueva de ti.

También perdí prácticamente todo el sentido del tacto en la parte donde estaba la mama, pero pensé que iría recuperando algo de sensibilidad (no mucha, ya que no creo que pueda tener más sensibilidad después de una operación de la que tenía antes) con el paso del tiempo, ya que notaba pinchazos y calambres, señal de que hay terminaciones nerviosas que se están conectando. Ahora poco a poco, noto más. Sé dónde pongo mi mano.

Me voy acostumbrando poco a poco a los cambios que la cirugía ha hecho en mi cuerpo, pero sigo disfrutando la sensación de tener la espalda libre tanto como la disfruté el primer día (o más).