Empiezo contando que ya estoy de alta.

La parte buena es que… bueno, que ya estoy de alta, o sea, que estoy bien para trabajar y eso (aunque todavía con leves molestias, pero eso sólo se quita cuando se empieza a hacer vida cotidiana, es una fase que hay que pasar en la mayoría de las cirugías). La parte mala es que tengo menos tiempo para escribir (además, ya mismo empiezan los exámenes de la universidad…).

Me faltaba hablar del postoperatorio…

Cuando me desperté de la operación tenía una vía en la mano, que me introducía suero (la misma vía a través de la que me pusieron la anestesia), dos drenajes, uno en cada herida, para que fuese saliendo la sangre, y un dolor de garganta importante que era la combinación del incipiente resfriado y la intubación para la anestesia. No me dolía nada más. Me encontraba bien, no tenía esa molesta sensación de resaca que he tenido otras veces al despertar de la antesia… todo estupendo.

Unas horas más tarde me dejaron beber una manzanilla que me sentó estupendamente (el otro chico, en cambio, se encontraba un poquito peor que yo y la vomitó… son cosas que dependen de cada persona). También pude cenar (y por una vez, la comida que me pusieron no era repugnante).

A mitad de la tarde llegó uno de los momentos cruciales de cualquier post operatorio: la hora de orinar. Quien no se haya operado todavía con anestesia general, no sabrá que una de las cosas más difíciles del mundo es mear después de una operación. Es uno de los efectos de la anestesia, que además está agravado porque normalmente no estás en condiciones de levantarte de la cama, y tienes que hacerlo en una cuña (un orinal, para entendernos). Hasta el día de hoy, yo no he sido capaz de mear tumbado. Así que cuando ya llevaba como media hora con el cacharro puesto debajo del culo, se hizo evidente que me iba a tener que levantar. Se lo comentamos a la enfermera que vino a llevarse el vaso de la manzanilla, quien nos pidió que mejor no me levantara, pero como me encontraba tan bien, decidimos correr el riesgo por nuestra propia cuenta.

Lo “gracioso” de los drenajes es que los llevas colgando, como si fueses un árbol de navidad, y si te levantas de la cama, te los tienes que llevar contigo. Por suerte, mi padre ya es un experto en colocar drenajes en el palito que se usa para sujetar el suero, que, por cierto, también llevaba colgando. Con todos mis complementos a cuestas, y la ayuda de mi madre, conseguí llegar al cuarto de baño, sentarme en el trono y allí, con la ayuda del agua del grifo corriendo, conseguí alcanzar el estado de gracia e iluminación que me permitió vaciar la vegiga por fin. Las dos o tres veces siguientes todavía me costó un poco (y tuve que llevar los “adornos”) pero ya fue menos.

Me quitaron los drenajes al día siguiente, ya que casi no estaba sangrando. El momento de quitar los drenajes no es doloroso, pero sí que da un poco de impresión, sobre todo el primero, que no conseguí coordinarme con la enfermera en la respiración. En cambio con el segundo sí lo hice bien, y casi ni lo noté. En cambio, de la vía no pude librarme hasta el dia siguiente, y la vía… duele. La vía era en realidad una especie de grifo pequeñito que se conecta directamente a la vena del dorso de la mano, con una aguja muy larga y gordita. Es incómodo de llevar, y como yo soy muy aprensivo, casi prefería ni mirarlo. A veces pensaba “¿y si por accidente me engancho en las sábanas y se abre el grifo…?” pero nunca he oido de nadie que le pasara algo así, por lo que los pensamientos no iban más allá.

Lo peor era que, pasadas las primeras horas, la mayor parte del tiempo no hacía falta ponerme medicamentos, pero cuando me los ponían (antibióticos y calmantes para el dolor)… dolía. Podía elegir entre que el gotero fuese despacio, y fuese una molestia leve, pero prolongada, o que el gotero fuese rápido y me doliese más, durante menos tiempo. Una vez me lo pusieron tan rápido que el dolor se extendía hasta el codo, como una aguja que me atravesase por dentro, pero encontré una manera de poner el brazo que me molestaba menos. Así que cuando el médico me dijo que me lo quitaba, no di saltos, porque no podía.

El segundo día me dieron de alta. En teoría tenía que estar 5 días, pero yo me encontraba bien, los médicos decían que todo estaba bien, y ni mis padres ni yo teníamos ganas de estar en el hospital si no era estrictamente necesario. Además, empezaba la semana santa e iban a cerrar esa planta para ahorrar. Durante la primera semana en casa de mis padres, no me podía duchar. Me duchaba yo mismo, pero sólo de cintura para abajo. De cintura para arriba me tenía que lavar mi madre. Al final teníamos ya un arte con el lavado de cabeza en el lavabo que daba gusto. El encargado de hacerme las curas era mi padre.

Durante la primera semana llevaba dos algodones liados (como si fuese un caracol) sobre los pezones, y los íbamos empapando de betadine. El médico nos dijo que “ahí, ni tocarlo”. Es la zona más delicada, los “injertos”. Un amigo dice que la cirugía moderna consiste, básicamente, en cortar y pegar tejidos, pero a mí me sigue pareciendo alucinante que se pueda coger un pezón, recortarlo, cambiarlo de sitio, coserlo, y que se pegue. Un injerto, en el sentido totalmente tradicional y campestre de la palabra, igual que se hace con los geranios o los rosales.

Después de la primera semana, me quitaron los caracoles de los pezones, y unos puntos de papel que llevaba en los cortes de abajo (no lo he explicado, pero me han hecho dos cortes con forma semicircular, desde debajo de la axila, hasta casi el centro del pecho, de unos 20 centímetros cada uno) por lo que ya podía ver la herida. En cambio, me dejaron todos los demás puntos, aunque ya podía empezar a ducharme (sin frotar, sólo dejar correr el agua por encima). El cada pezón llevaba 14 puntos, y en las heridas de abajo, ni idea, porque son puntos intradérmicos, que se hacen con un hilo transparente que parece hilo de pescar, y que puede ser absorbido por el cuerpo. Otra cosa increible, que se puedan hacer puntos por debajo de la piel. Por arriba tenía dos o tres, pero a penas sobresalían. Los pezones estaban negros, pero como al otro chico que se operó a la vez que yo ya le habían avisado de que estarían así, y que luego iban cambiando de color poco a poco, no me preocupé.

Mi padre seguía curándome. Me miraba los pezones y ponía mala cara… y yo no me atrevía a preguntar. Yo tenía que hacer el esfuerzo de recordar que el médico y la enfermera se habían echado a reir cuando les pregunté si no se me caerían (a otro amigo, cuando lo preguntó, el médico le dijo “no te preocupes, que si se te caen, no te dolerá”. Que guasón el tipo… y que mala leche. Era un cirujano de Barcelona, pero se diría de Graná, por la mala follá).

Empezaron a caerse trocitos negros, que se quedaban pegados a la venda al quitarla, y mi padre seguía poniendo mala cara, hasta que alrededor del día 13, empezó a poner, por fin, buena cara. Según me explicó después, al principio estaba preocupado porque cuando veía que se desprendía algún trocito, debajo estaba todo negro. Era una piel muerta, que no había agarrado todavía. Pero ese día, se desprendió un trocito y salió una gotita de sangre… es decir, que ya había riego sanguineo, es decir, que el tejido estaba vivo. Desde ese momento, debajo de la piel negra que se caía iban apareciendo retalitos rosados.

A esas alturas, los puntos me tenían amargado. Seguramente lo habría pasado mucho mejor si no hubiese cogido un resfriado terrible y no me hubiese pasado esas dos semanas con una tos que parecía que iba a echar los pulmones por la boca. Si ya por si solos, los puntos molestan cada día un poco más, cuando tienes tos, mejor ni hablamos. Por fin, a las dos semanas, me quitaron los puntos de los pezones, y me cortaron las partes externas de las suturas intradérmicas, que se aflojaron y dejaron de molestar.

A partir de ese día, ya no sólo podía dejarme caer el agua, sino que incluso podía frotar. Me recomendaron echarme vaselina en los pezones, si quería que las costras se me cayesen más rápido (pero no me eché, porque se cayeron muy rápido solas), aceite de rosa mosqueta sobre las cicatrices, y mucha crema hidratante. Descubrí que la crema hidratante me aliviaba los picores que sentía por debajo de la piel, así que me echaba dos veces al día… una maravilla. La faja me molestaba, pero lo cierto es que me sujetaba bastante la zona, y un mes y medio más tarde, me siento más cómodo todavía con ella que sin nada.

Al día siguiente de quitarme los puntos, empecé a ir a caminar con mis padres, que todos los días hacen un paseo de una hora hasta el pueblo de al lado. Antes, no me sentía capaz de ir, ya que tenía que caminar con mucho cuidado, porque el simple golpeteo del cuerpo sobre el suelo hacía que los puntos me tirasen, pero en cuanto estuve “libre de ataduras” pensé que me convenía moverme, aunque fuese un poco. Además, el paseo es muy bonito, y en llano, por lo que resulta fácil de hacer. La diferencia de dolor entre el día antes de empezar a caminar y el siguiente día, fue increíble. No me dolía ni la mitad. Así que, como es lógico, me aficioné a los paseos. En cuestión de tres o cuatro días, ya me encontraba muy bien.

A partir de ahí la mejora fue tan rápida, que más que de baja, parecía que estaba de vacaciones. Cuando estaba sólo y hacía buen tiempo, me salía un ratito a la amplia terraza del ático, sin camiseta, y simplemente disfrutaba del sol y el aire mientras miraba el mar (sólo unos minutos, eso sí, que el sol no es nada bueno para las cicatrices). Eso sí, no cogía peso, ni movía los brazos. Fue la principal recomendación que me dieron los médicos. Durante la primera semana, por aquello de no molestar, hice pequeños movimientos, como levantar una silla, coger una botella de dos litros, llena… y como resultado, el pecho se me inflamó.

Cuando fui a la primera revisión, el médico me explicó que a causa de la operación el músculo se había quedado suelto, y al moverme, formaba agua que se quedaba debajo de la piel. Así que ¡nada de moverse ni de coger peso! ¡Ni siquiera un poco!

A partir de ese momento, tuve todavía más cuidado, pero por culpa del líquido, se me empezaron a formar arruguitas de piel alrededor de los cortes de debajo. Al ponerme las vendas de compresión o la faja, la piel, que estaba suelta, se fruncía de manera casi inevitablemente, y se formaba ese fruncido, que se acentuaba por las estrías que tengo en esa zona. Durante la tercera semana el lado derecho del pecho se me empezó a desinflamar, pero la inflamación del lado izquierdo no terminaba de quitarse… debido a que cuando estudiaba, me sujetaba la cabeza con la mano izquierda, y ese pequeño gesto, me estaba fastidiando. Al bajarse la inflamación, las arrugas del lado derecho se quitaron, y se quedó perfecto, pero la arruga más profunda del lado izquierdo, permanecía. Empezaba a pensar que se quedaría así, hasta que ayer (¡seis semanas después de la operación!) me di cuenta de que la inflamación de esa zona también está bajando y se está quedando también bien ¡Menos mal!

En cuanto a las cicatrices… Los pezones, al principio, se me quedaron de dos colores, rosa clarito, y el color normal. Poco a poco el color se va igualando, y en los bordes… ¡No se ve nada! Ni siquiera se ven los típicos agujeritos que dejan los puntos. Debían estar cosidos justo, justo en el borde, o qué se yo… porque no me lo explico. No se ve nada de nada… Las cicatrices de abajo todavía están muy rojas, pero parece que apenas se han ensanchado (las cicatrices, una vez curadas, pueden ensancharse, a veces incluso un centímetro, haciéndose más visibles.

Usar la faja durante dos meses reduce el ensanchamiento al mínimo), por lo que es posible que a la larga se vuelvan casi invisibles. Debajo de la axila izquierda sí que se me ha ensanchado un poco (por si alguien se lo está preguntando, soy ambidiestro con preferencia por la diestra, así que uso ambos brazos más o menos por igual). Un mes justo después de la operación, regresé al trabajo, y aunque al principio me cansaba o me resentía de hacer las cosas normales (limpiar, colocar, etc…), cada día he estado mejor que el anterior, y ahora prácticamente ya no tengo más que una ligera molestia de cuando en cuando.

26-01-2012 Antes del tratamiento.

26-01-2012 Antes del tratamiento.

17-03-2013 Tres años de tratamiento con testosterona.

17-03-2013 Tres años de tratamiento con testosterona.

Tres semanas después de la operación.

Tres semanas después de la operación.

Seis semanas después de la operación.

Seis semanas después de la operación.

 

 

Los consejos que daría a alguien que se vaya a operar serían:

  • Los pezones no se caen.
  • No muevas los brazos. En serio, no los muevas.
  • En cuanto te sea posible, ponte mucha crema hidratante por todo el pecho.
  • Lleva la faja durante dos meses, si te es posible.

Estoy muy contento del resultado, y creo que los cirujanos del Carlos Haya no tienen nada que envidiarle a ninguno de los supuestos “mejores cirujanos” de España. El único motivo para operarse por privado es, en mi opinión, no estar dispuesto a esperar los dos años de lista de espera, y no querer pasar por toda la tortura y humillaciones previas en la UTIG (también conocidas como “evaluación psicológica”). Bueno, y tener dinero para pagarse la operación, claro está, aunque ese que no es mi caso.