La operación fue el 20 de marzo. Me desperté sobre las 8 u 8:30, que la hora a la que las enfermeras empiezan a pasarse por las habitaciones. Termómetro, tensión arterial, desayuno… no desayuno tú no, que te van a operar. Podría haber mirado la hora, pero no quise saberla. No quería estar contando los minutos que faltaban hasta el incierto momento de mi entrada en el quirófano (y preocupándome por si mis padres podrían llegar a tiempo o no), así que preferí mantenerme en la ignorancia.
Esa noche dormí como un tronco a pesar de que en el hospital, por la noche, hacía demasiado calor (o eso pensé yo las dos noches que pasé antes de operarme. Sin embargo, después de operarme, no volví a notar más el calor. Supongo que por eso los hospitales están tan calientes… un día tengo que preguntárselo a alguien que sepa de estas cosas). El diazepan que me recetó la anestesióloga hizo su trabajo. El único problema era que me desperté con un poco de malestar general, y me dolía la garganta. Me estaba empezando a acatarrar. «Anda que si ahora me mandan otra vez para casa, y el mes que viene vuelta a empezar todo el lío…», pensé para mí. Luego decidí dejar de pensar chorradas.
De repente, la habitación se llenó de gente. Claro, tampoco es que fuese una habitación palaciega, sino que era más bien pequeña (aunque suficientemente grande para alojar a dos enfermos con un máximo de dos visitas. A la gente le gusta que las habitaciones de los hospitales sean muy grandes… Nunca he entendido por qué ¿piensan ponerse a bailar ahí dentro, con las vías enganchadas y los drenajes colgando?). En realidad eran 3 ó 4 personas, que, además, tenían un poco de prisa. Me hicieron volver a firmar el consentimiento informado de la anestesia… yo les expliqué que no, que esa era una copia en blanco que me habían dejado para que la leyese tranquilamente, pero la enfermera insistía «¿Ves? Aquí pone que lo tiene que firmar el paciente», así que volví a firmar, porque me costaba menos trabajo y por tener dos consentimientos en vez de uno, no pasa nada. «¿No llevas nada, nada más que el pijama?», preguntaron. «No», respondí yo. Ya me habían avisado la noche de antes que para la operación no podía llevar más que el pijama del hospital. Ni calzoncillos, ni nada. Lo bueno es que como ya he pasado por tres operaciones, tengo experiencia en estas lides, y sé que no se puede llevar ropa interior, porque estorba a la hora de ponerte una sonda para la orina. Así que no llevaba nada. Se siente uno un poco violento al ir sin calzoncillos o bragas por la vida, pero lo que me incomodaba de verdad era haber tenido que quitarme la camiseta para disimular el pecho, ya que las camisas del pijama del hospital no están hechas para gente que tenga tetas, y parecía que se fueran a salir de un momento a otro. Me sentía muy violento. A mis padres no les dio tiempo a llegar (por tan sólo 10 minutos).
Luego, el paseo en la cama hasta el quirófano. Es una manía mía, pero a mí ese momento me resulta aterrador. Nunca puedo evitar pensar que podría ir al quirófano por mi propio pie y darme ese último paseo, pero me llevan en la cama para tenerla preparada, ya que a partir de que me tumbe en la camilla del quirófano, voy a pasarme un buen tiempo sin poder volver a moverme. Si en algún momento soy consciente de la buena salud de que disfruto, es cuando estoy subido a una cama, de viaje hacia el quirófano (y eso que cuando va uno al quirófano es, precisamente, porque no está muy bien de salud).
El quirófano también estaba lleno de gente. Recordé que cuando me operé del estómago, en un hospital privado, el quirófano era mucho más pequeño, y había la mitad de personas, aunque la operación era muchísimo más compleja y peligrosa (además, las enfermeras que estuvieron, era la primera vez que participaban en una operación así, y lo consideraban prácticamente un honor, por las conversaciones que fui escuchando los días siguientes). Mientras toda aquella gente se dedicaba a sus cosas, el cirujano (luego supe que el Dr. Lara, pero en aquel momento yo no tenía ni idea de quien me iba a cortar y sacarme un par de buenos trozos del cuerpo) empezó a hacerme los dibujos de la operación. Sobre el pecho desnudo, obviamente. Es decir, sobre las tetas. Aunque, la verdad, sentía tanta curiosidad, que no me resultó incómodo ni vergonzoso. Luego, de paso, anotó otras cosas:
– ¿Cuanto mides? – preguntó
– 1,68
Con el rotulador anotó 1,68 un poquito más abajo de la clavícula.
– ¿Y cuanto pesas?
– 88 kilos – digo yo que habría sido más fiable que me pesaran ellos. El cirujano anotó 88kg bajo el dato anterior. Y alguna cosa más anotaría, porque cuando me desperté tenía el pecho lleno de números. Parecía una pizarra.
Mientras, escuchaba a dos personas hacer en voz alta los cálculos de la anestesia que me iban a poner. Se los decían el uno al otro, y luego los repetían, varias veces. No sabía si sentirme inseguro porque tuviesen que repetirlos tanto, o sentirme tranquilo porque los estaban repasando bien. Decidí sentirme tranquilo, aunque sólo fuera que cuatro ojos ven más que dos.
Luego me fui a la camilla. Me tomaron la vía en el dorso de la mano izquierda, y me dolió (no mucho, pero sí que me dolió). Luego me introdujeron algún líquido (supongo que sería la anestesia). Pensé «no voy a quejarme, no voy a quejarme»… pero al final me quejé. Aquello dolía como su puta madre («¿Qué?» preguntó el anestesista, al escuchar mi referencia a la puta madre, alzando un poco las cejas. Era un señor mayor con la barba muy poblada. «Que duele mucho», aclaré yo. «Ah, sí, se nota bastante al entrar, pero no te preocupes, que enseguida se te pasa», y siguió a lo suyo. Al pobre le deben haber dicho ya de todo.) Mi recomendación es que si alguna vez os tenéis que quejar en un quirófano, no hagáis como yo. El clásico «ay, ay, ay», es muchísimo mejor y más elegante.
Alguien me puso una mascarilla. «Tranquilo, que es sólo oxígeno. Respira hondo.» Yo pensé para mí que eso no era oxígeno ni de coña, pero respiré hondo igual, porque lo que uno quiere cuando le van a operar, es estar bien anestesiado y no notar el dolor. Después de eso, fundido en negro.
Soñé algo, pero no recuerdo qué. Cuando las enfermeras me despertaron, ya estaba en la sala de reanimación. En mi sueño, soñaba que tenía que hacer algo, pero no sé el qué, y me desperté con la sensación de que tenía que ir a alguna parte. Sin embargo, en cuanto desperté, sabía donde estaba. Pregunté la hora, y me dijeron que eran las 11:45. Hice el cálculo mental: aproximadamente dos horas y media de operación. Todo había ido bien y estaba vivo. Además, no me habían puesto la dichosa sonda de la orina, que es una cosa muy desagradable, y me regocijé por ello.
Siempre que me despierto de una anestesia, pregunto qué hora es y calculo cuanto ha durado la operación. No sé por qué lo hago, pero sé que en ese momento, conocer la hora es algo muy importante para mí.
Estuve aproximadamente una hora y cuarto en la sala de reanimación. Lo normal es entre hora y media y dos horas, pero yo estaba totalmente despierto al cabo de un ratito. Supongo que los enfermeros, para esas cosas, se guian por criterios objetivos de pulso y tensión arterial. Yo sólo sé que cuando me sacaron de allí estaba perfectamente bien y aburrido como una ostra de mirar el techo.
Por fin pude ver a mis padres, que me dijeron que el compañero les contó que habían llegado tarde por diez minutos. Esperaron hasta que el cirujano les dijo que todo había salido bien, y se fueron a comer mientras yo estaba en reanimación. Les conté las pruebas que me habían hecho. Hablamos de tonterías. Yo estaba perfectamente. Al cabo de un rato, llegó la madre del otro chico, que ya había entrado en el quirófano, y también hablamos. Le dije que estaba bien, que no me dolía nada (no me dolía nada) y ella se puso muy contenta al ver que me encontraba tan bien. Luego llegó otra amiga, que trabaja de enfermera en el hospital, y también hablamos. «¡Qué bien estás! ¡Qué buena cara tienes!»
Fue increible. Las otras veces que me he operado, me desperté fatal de la anestesia. Nunca he tenido nauseas, ni vómitos, pero sí la peor resaca de mi vida. Claro que las otras veces yo pesaba 140kg, y me tuvieron que poner una dosis de anestesia para caballos. Supongo que por eso esta vez estaba mejor… ¡Pero es que estaba muy bien! A media tarde, me dejaron beber una manzanilla, a ver si toleraba el líquido. Me sentó estupendamente.
Por supuesto, miré hacia abajo, a ver cómo me había quedado. Fue lo primero que hice en cuanto mi madre me subió un poco el respaldo de la cama. Hasta aquel momento, yo había leído en foros, y visto en reportajes (ahora alguien me dirá que tal vez veo demasiados reportajes) las experiencias de gente que se había operado, lo que decían que habían sentido después de la operación, tan maravilloso… Reconozco que cuando miré hacia abajo por primera vez lo hice con la ilusión de caer en una experiencia de éxtasis teresiano. Menudo chasco. Con tantas vendas como tenía en la zona, hacía tanto bulto que la apariencia era exactamente la misma que lo que veía cuando llevaba la camiseta compresora. Más tarde, ya en la noche, pregunté al chico de la otra habitación como se veía, y me dijo lo mismo, que con tantas vendas, se veía igual que antes (obviamente, le pregunté por whatsapp, claro, porque no estaba par ir dándome paseos por allí).
Sin embargo, todo llega. Fue varios días más tarde, cuando ya me pude empezar a duchar. Con el pecho inflamado, los pezones negros, los cortes como dos sonrisas macabras en mitad del torso, la piel fruncida alrededor de los puntos a causa de la inflamación y de la presión de las vendas (tenía mis dudas de que eso fuese a quedar bien, pero ahora empiezo a estar más tranquilo), me metí por primera vez en la ducha, y al hacer el gesto de inclinarme al por el jabón, y echar en falta el peso y el movimiento de las tetas… en ese momento sentí tanto alivio que pensé que me daba igual que se quedara bien o mal. Aunque me hubiesen puesto un pezón delante y el otro en la espalda, me habría importado un bledo.
A eso llegaré en la próxima entrada (¡Paciencia! ¡Creo que ya será la última sobre el tema!).
Buenas! Me alegro que todo fuera bien. Por cierto, me encanta como cuentas tu experiencia porque realmente lo cuentas como si lo hicieras a un amigo/a y eso a mí me encanta porque realmente lo que busco al leer tus historias es saber tu experiencia y no un tocho de texto técnico-sanitario.
Yo eso de entrar en quirófano y no tener ni puta idea de quien me va a me meter el bisturí…como que no, la verdad (ay, que yuyu me entra nada más que de pensarlo). Por lo que yo he podido leer en foros de experiencias de otros chicos, el Dr.Lara bien, pero por lo visto hay otro doctor…que mejor que te mire de lejos (lo llamaremos doctor T.) Y eso es algo que me repatea de la sanidad pública, que ni sabes quien te atiende ni puedes saber resultados se obtiene al pasar por su quirófano. Yo no digo que tengan un catálogo en plan muestrario de otras mastectomías, pero algo menos de incertidumbre y realmente poder elegir especialista sería algo mínimo.
Yo se que me tendría que operar seguramente ahí en Carlos Haya porque no me puedo costear una clínica privada, pero bueno, todavía me falta mucho tiempo y me lo podré pensar muy bien.
Perdona por el tochaco que te he soltado pero realmente me alegra saber que dentro de lo que cabe te fue todo muy bien.
¡Un abrazo! (que aunque no nos conozcamos, queda muy efusivo, lo se)
¡Hola Álex!
Muchas gracias, me alegra que te guste lo que voy escribiendo (me hace ilusión cuando alguien me lo dice ^_^). Al doctor, digamos «T» también lo he conocido. Hombre de pocas palabras, escribí lo «bien» que me trató cuando fui a su consulta. Luego lo he visto en otra ocasión… Mi primer día en el hospital, entró en la habitación a ver como estaba, señaló a mi madre (que estaba sentada, haciendo sudokus tan tranquilamente) con el dedo, y chasqueó los dedos indicándole que se fuera de la habitación. La amabilidad personificada, vaya.
Mi experiencia en el Carlos Haya ha sido muy buena, y en comparación con las operaciones que me he hecho por privado, sale ganando con diferencia (excepto por lo de compartir habitación, pero eso no es algo muy importante). El único motivo para operarse por privado, en mi opinión, es no tener que esperar tanto tiempo (para mí, más de cuatro años, aunque ahora va más rápido porque en la UTIG se han espabilado un poquillo).
¡Otro abrazo efusivo para ti!
Jajaja las vas dosificando, ¿eh? A ver si llega el final! Un abrazo!
Es que no puedo evitar enrollarme como las persianas, je, je, je. ¡Otro abrazo para ti!
No me a quedado clara una cosa… tu operación fue por seguridad social? Te ha quedado definitivamente bien? leo e intento informarme y todos dicen que son malas, que siempre suelen haber mas de una operación…
Sí, me operé por la seguridad social, y la verdad es que me quedé muy contento y no tengo pensamiento de volver a operarme otra vez. Es más, cuando te operas por lo privado te mandan a casa en una o dos noches (a veces con los drenajes y todo), mientras que por la Seguridad Social lo normal es estar cinco días, aunque como es lógico, si te recuperas antes, te dan antes de alga. Lo único malo de operarse por la seguridad social es todo el proceso que tuve que pasar y las listas de espera, pero como no tenía dinero para pagarme yo la operación, pues…