El día 3 de enero, una persona que me importaba me llamó «loca». Estábamos hablando por whatsapp, sobre una discusión que habíamos tenido días antes. Yo la mandé a hacer puñetas, y no me arrepiento de ello. Era lo que correspondía, sobre todo porque ya se estaba poniendo bastante pesadita en recordarme que no quería volver a saber nada de mí porque soy un egoista y mala persona. Que sí, está en su perfecto derecho de pensar eso de mí, pero a esas alturas, si ella tenía pocas ganas de saber de mí, yo todavía tenía menos ganas de saber de ella, y también tengo derecho a comunicárselo. Digo yo. Mandar a hacer puñetas a alguien no es una expresión ofensiva. Como se puede ver en este enlace, es una expresión que significa que esa persona se vaya a realizar una tarea que lleva tanto tiempo, y requiere tanta concentración, que va a estar mucho tiempo (pero mucho) hasta que termine de realizarla. Hoy en día se podría decir «vete a diseñar un programa de ordenador».

Ella me respondió diciéndome que no tuviese pataletas de niña chica, y a continuación, en la siguiente linea, escribió simplemente «loca». Eso sí es un insulto, probablemente lo peor que podía haberme dicho. Sin embargo, no me dolió. No me dolió en absoulto, y no se por qué. Puede que sea porque no me parece que ser una mujer sea algo malo, o puede que sea porque lo de ser mujer ya es para mí algo ajeno. O la combinación de ambas cosas. Si en vez de decir que soy una mujer loca, me hubiese dicho que soy un inglés loco, me habría causado el mismo efecto, es decir, ninguno.

Lo que sí me causó efecto fue la intención. Está claro que ella tiraba a matar. Durante aproximadamente dos semanas, ella se fue convirtiendo en una persona muy importante para mí. Me gustaba verla contenta, y me esforzaba por conseguirlo, por atender sus necesidades… Fue decepcionante ver que ella, en cambio, no parecía especialmente interesada en lo que necesitaba yo (fue por eso que empezamos a discutir en primer lugar). Pero de ahí a lanzar la bomba atómica…

Que su ataque no tuviese el efecto demoledor que ella esperaba, no significa que no lo lanzara. Y es, en efecto, una bomba atómica, ya que no se trata de un insulto que pretende afectarme únicamente a mí, que niega únicamente mi propia identidad, sino que irradia y niega la identidad de todas las personas trans. Este insulto, incluye también a la persona que nos presentó, su antigua profesora del instituto, a la que, según decía, le tenía mucho cariño. Menos mal, que si no…

Ella, que me había importado tanto, dejó de importarme en ese momento. Ni siquiera me molesté en responderle. Simplemente le informé de que la conversación había terminado… O eso es lo que a mí me habría gustado. Ojalá los sentimientos de las personas se pudiesen graduar, con un botón de encendido y apagado. On-Off. Ahora me importas, ahora no me importas. De hecho sigue importándome tanto que he guardado esa conversación en el móvil, de manera que cada vez que se me pasa por la cabeza volver a ponerme en contacto con ella, la tengo que leer. La última línea que me escribió fue una en la que, ante mi falta de respuesta por las provocaciones que continuó lanzando a lo largo del día, me pide que deje de manipular. Así, en estos días de viento, cuando me acuerdo de ella y pienso que debe estar triste, porque el viento le da miedo, puedo volver a mirar la conversación y así me acuerdo de por qué está sola, en lugar  de estar conmigo (si es que no se ha ido ya de aquí y está viviendo en otra parte, claro). En cualquier caso, ahora ya me cuesta mucho menos trabajo no pensar en ella, y tampoco tengo mucho tiempo para pensar.

Lo que me viene muchas veces a la cabeza es tratar de imaginar por qué alguien es capaz de proferir ese tipo de insultos. Quisiera saber qué tiene en la cabeza alguien que desde un lugar socialmente privilegiado (el lugar de «no transexual») le recuerda a otra persona que está en un lugar inferior.

Quizá quienes hacen ese tipo de cosas, en realidad no se creen en un lugar superior, sino más bien al contrario: se sienten inseguros, creen que en realidad no valen tanto como desearían valer, y sienten que, de algún modo «nos están engañando a todos para que creamos que merecen la pena». Por eso insultan así, porque este insulto no es para la persona que lo recibe, sino para si mismos. Es como quien se autolesiona para hacer sentir culpable a otro. Es un «mira lo que me has obligado a hacer». Es una pena.

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Iba a terminar esta entrada con el párrafo anterior, pero al pensarlo un poco mejor, me doy cuenta de que la explicación no me satisface. Al final la conclusión sería «me ha insultado, pero la que es digna de compasión, es ella». Eso no es así. No sé por qué, pero cuando intento pensar sobre este asunto, no tengo la cabeza clara, y se me ocurren miles de idioteces, a cada cual peor. Puede que deba asumir, simplemente, que jamás conseguiré entender por qué hay gente que hace ese tipo de cosas. O que hay gente que simplemente, actúa por maldad, por el gusto de hacer daño a otros, aunque por el camino se causen daño a si mismos. Sin embargo, esa explicación, tampoco me parece razonable ¿Entonces…?