Ayer hablé por teléfono con ella. La encontré por casualidad: después de años buscando a una persona que hubiese sido rechazada en la UTIG de Málaga, me encontré con que María Jesús (podéis saber más sobre María Jesús y su lucha para ser operada en un artículo que escribí para la.trans.tienda) comentaba que a una amiga suya había sido declarada no apta para acceder a las cirugías de reconstrucción genital. Me puse en contacto con ella, y en seguida me dio el número de su amiga.
Tamara conocío a María Jesús en una de las muchas cárceles por las que ha transitado. Durante 15 años, recorrió españa en un extraño turismo carcelario. “Debe ser muy duro ser transexual y estar en la cárcel ¿no?”, comenté yo. “Sí… imagínate, que te cacheen entre cinco hombres, y se vayan con una sonrisa. Y cuando estaba en el módulo de mujeres, el director y los otros funcionarios de la cárcel entraban y se iban con quien querían. Hacían sus fiestas privadas con las reclusas…”. “Me volvieron a hacer el carnet como hombre. Aunque yo ya había cambiado el DNI y ponía que era mujer, al trasladarme de cárcel me volvieron a hacer el carnet que usan para identificarnos aquí como si fuese un hombre”.
Que imbécil soy. Yo estaba esperando que me hablase como sus compañeros presidiarios la maltrataban. No se me había pasado por la cabeza que los maltratadores fuesen los propios policías, o los funcionarios de prisiones. Porque los que están encerrados, se supone que son los delincuentes, y quienes los vigilan, los honrados, los guardianes de la ley.
Mira que llegar a creerme eso… Si es que más tonto no puedo ser.
Con la ayuda de María Jesús, Tamara me contó que logró que la cambiasen al módulo de mujeres. Tenía varios informes: el del endocrino que llevaba su tratamiento hormonal. El de la directora de prisión que autorizo su traslado al módulo de mujeres porque su identidad psicosocial era femenina. El de dos psiquiatras de la cárcel… Además, empezó a ir a la UTIG de Málaga. Dos guardias civiles la llevaban esposada, una vez, y otra, y otra más, durante seis años.
En estos seis años, Tamara pudo cambiar su DNI para ser Tamara, y mujer, también ante los ojos de la ley. Tenía los informes médicos pertinentes. Llevaba más de dos años de tratamiento hormonal.
Me gustaría saber qué clase de psicóloga permanece durante seis años atendiendo regularmente a una paciente, sin ser capaz de hacer un diagnóstico. ¿Cuántas preguntas le haría? ¿Hablarían cada vez de temas distintos, o habría temas recurrentes? Otro día que pueda hablar con Tamara con más tiempo, se lo voy a preguntar.
Durante aquellos seis años, Tamara dice que no recibió ningún tipo de tratamiento médico en la UTIG de Málaga. Ni terapia psicológica, ni tratamientos hormonales ni, mucho menos, cirugía. Aunque tenía varios informes de otros médicos colegiados y funcionarios, que seguramente son más competentes que los de la UTIG, ya que fueron capaces de diagnosticarla con mucha más celeridad. Aunque legalmente era mujer.
El desenlace llegó hace poco, con Tamara ya en libertad. Su psicóloga le dijo “usted no es apto para operarse”.
“Les había puesto una querella, y se vengaron de mí de esa manera”, me dijo Tamara. Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Cómo puede haber una persona con el poder de negarle a una mujer el derecho de tener una vagina?
En otro momento, o en otro país, cuando o donde fuese necesario haberse sometido a una vaginoplastia para poder ser legalmente mujer, esta psicóloga habría tenido el poder incluso de negar su identidad. Ahora (y esa es una de las grandes cosas que nos ha traido la Ley 3/2007) Tamara tiene la capacidad de poner una denuncia, y no creo que ningún juez falle a favor de que se impida que una mujer se opere para tener una vagina. Pero cuando eso ocurra, Tamara ya llevará a sus espaldas 6 años de espera antes de que le digan que “no es apto”, habrá sido víctima de la humillación y la falta de respeto por parte de esa psicóloga, que es una funcionaria de la Junta de Andalucía y tiene la obligación de tratar con respeto a sus pacientes, pero que seguramente va a salirse de rositas, tendrá que esperar a que le asignen un abogado de oficio, que se habrá preparado, o no, el caso de manera conveniente. Tendrá que esperar a que salga el juicio, y revivir en ese momento todo el sufrimiento pasado. ¿Tendrá que esperar también, una vez que el juez dicte sentencia, a que le llegue el turno en la lista de espera de la UTIG, dentro de varios años más?
Es absurdo y aberrante. No entiendo como un ser humano puede hacerle a otro ser humano una cosa así, y, encima, decir que es “por su propio bien”. Vivimos en un mundo al revés, en el que las víctimas tienen antecedentes penales y son enfermas mentales, y los delincuentes, y los magalomanicacos son respetabilísimos funcionarios que pueden decir lo que es bueno y malo para los demás.
Así es, tales abusos de poder producen escalofríos. Me pregunto si algo tendrá que ver con el calvario de esta mujer el hecho de que en el sur sean algo más retrógrados, en general, para estos temas (y no pretendo herir ninguna sensibilidad con esto; tan sólo constato un hecho y me planteo un interrogante).
Buen artículo, Pablo, y como siempre: qué bien escrito.
Lo de que los andaluces somos retrógrados no es más que un tópico. Es fácil demonizar a los que vivimos en regiones pobres, y decir que somos vagos, retrógrados, que nos aprovechamos del trabajo de los demás, etc. Pobres, tontos, atrasados, vagos… una gente a la que es mejor no hacerle mucho caso, y de la que conviene librarse cuanto antes, mejor.
La realidad es que atropellos a las personas trans hay en todas las regiones de España, y en todos los paises del mundo. De hecho, muchos paises «del tercer mundo» la discriminación es mucho menor que en los paises «desarrollados».