Algunas mañanas me despierto y me parece que no es verdad que esté montando mi negocio. Tengo la sensación de que todas las horas que he pasado mirando webs, haciendo números, comparando unos proveedores con otros, buscando a la posible competencia y hablando con mis amigos son sólo parte de otro de los muchos proyectos que he hecho a lo largo de mi vida y que luego quedaron relegados al olvido porque me aburrí de ellos, porque eran inviables, o porque carecía de capacidad para convertirlos en realidad.

Pero luego me lavo la cara, enciendo el ordenador y desayuno mientras leo los e-mails que me han llegado durante la noche. Luego respondo el correo atrasado. Al diseñador de la página web (que va con retraso, aunque viendo el trabajo que está haciendo, se entiende que esté tardando más de lo previsto: es, con diferencia, una de las mejores webs de compras que he visto), a los proveedores de zapatos, que me tienen frito (¡que difíciles son los zapatos!), a la comercial de Correos, a ver si me trae el contrato de una vez (Correos, en lugar de usar sus propios servicios para enviar sus contratos, tiene una comercial que los entrega personalmente. Está muy bien, porque te lo explica todo al detalle, pero por otra parte ralentiza mucho las cosas. Claro que desde que Correos, igual que Renfe, suscribió un contrato con Gandalf el Gris, ya no llega tarde. Ni pronto. Llega justo cuando se lo propone). Miro obsesivamente el extracto de mi cuenta bancaria. Calculo cuanto venderé en la ferretería en los próximos días, y me felicito porque las verduras están ricas, son baratas y no engordan, con lo que puedo gastar poco dinero en comer. Me paso la mañana pensando en publicidad. Estoy planteándome solicitar un microcrédito a bajo interés (¿me tocará pagar a Vodafone para que me saquen del fichero de morosos?), y con eso podría ampliar el catálogo y hacer una campaña publicitaria como Dios manda. Leo información sobre el tema, que me ha pasado el diseñador de la web (si es que más completo no puede ser).

Consulto a ver si Hacienda me ha dado ya el NIF y el número de operador internacional, porque resulta que muy pocas cosas de las que quiero vender se pueden comprar en España. Hago negocios con China, Italia, y Reino Unido, y soy, oficialmente, un importador. Vale, mis pedidos son pequeñitos (para hacerlos grandes, tendría que tener dinero), pero son importaciones y pagan impuestos.

Consulto información sobre ayudas y subvenciones. Por cierto, no hay. Lo único que hay es el microcrédito ese que he dicho antes, y una que saldrá en marzo, pero que no es para los autónomos que empiezan, sino para los que ya se han establecido (y más vale que les vaya bien, porque la ayuda llega 9 meses después de haberla solicitado, y cuando la solicitas ya debes haberte dado de alta). También podré beneficiarme de un 30% de bonificación en la cotización de autónomos, si me doy de alta (no tengo obligación, de momento), mientras sea legalmente mujer. Si quisiera pedirla como hombre, no podría. La pena es que mientras yo tengo acceso a ayudas que no me corresponden, las mujeres transexuales que están en la misma situación que yo, no tienen acceso a las ayudas que sí les corresponderían.

Así me paso el día, diciéndome que no puede ser verdad que me haya tirado de cabeza con este proyecto, así, sin emborracharme ni nada, y en solitario. Por primera vez en mi vida estoy utilizando las cosas que aprendí durante la carrera y mientras preparaba las oposiciones porque, aunque la mayoría de la gente no lo sabe, los estudios relacionados con turismo y hostelería son prácticos, pero también tienen ciertos contenidos muy técnicos en lo que se refiere a gestión y administración empresarial. No tenemos tanto nivel como los Licenciados en Dirección y Administración de Empresas, pero algo sabemos, y cuando hablo con especialistas en creación de empresas veo que he previsto todo lo que según ellos debería prever.

Aparentemente, el proyecto es viable… Más me vale que lo sea. De vez en cuando descubro que he cometido un error con algo, o que cierta cosa que estaba haciendo de una manera, se puede hacer mejor de otra. Me toca volver a empezar todas las cuentas y los cálculos. Iniciar una investigación desde el principio. Maldigo mi propia falta de experiencia, y me gustaría poder consultar cosas con mi madre, que sí que sabe un montón de levantar un negocio nuevo. Sin embargo, no le he contado nada a mi familia. Si lo hubiese hecho al principio, me habrían persuadido de que no lo hiciera, y si lo hago ahora, me van a regañar y a desanimar todo lo posible, para que no siga. Sólo que ahora ya llevo bastante dinero puesto en esto (aunque relativamente poco comparado con lo que cuesta poner un negocio en un local) y no puedo echarme atrás. No puedo correr el riesgo de desanimarme, así que tampoco puedo arriesgarme a hablarlo con mi familia.

Al final del día, me siento muy satisfecho con lo que voy haciendo, hasta el punto de que me alegro de no haber ganado ninguna de las oposiciones a las que me presenté. Será que me gusta el riesgo.