Cuando tomamos una decisión importante, de esas que dan un vuelco en nuestras vidas, pocas veces tenemos la oportunidad de entrever qué habría ocurrido si hubiésemos decidido algo distinto. Sin embargo, ayer se me presentó la oportunidad.

Mi exnovio me invitó a su piso (que debería haber sido nuestro) para cenar con algunos amigos suyos: una pareja de vecinos (que deberían haber sido nuestros vecinos), y otra chica que creo que es la actual candidata a novia… si es que no hay algo ya (bueno, eso es cosa de ellos).

Los vecinos son un chico y una chica de unos veintipico, que están en trámites de casarse antes de irse a vivir al piso. ¡Es que irse antes es pecado! No, no lo es, pero es que es la costumbre… No, pero no es porque sea la costumbre, es que si te vas a vivir antes de casarte, entonces ¿para qué te casas? No, pero no es que te cases para irte a vivir juntos, te casas porque quieres a la otra persona. ¿Entonces qué más da que te cases después de haberos ido a vivir juntos? Pues es que no es lo mismo… Esta conversación no se produjo, porque todos los demás en la mesa ya daban por sobreentendido que es normal esperar a casarse para irse a vivir juntos, y a mí me aburre que la gente crea que el momento de legalizar la situación de pareja está dotado de unas connotaciones taumatúrgicas que marcan un antes y un después en la relación de pareja, de modo que la celebración de un compromiso de pareja que intente ser vitalicio coincide con el momento en que se lleva a cabo el acto del matrimonio. No me jodas.

El chico era fontanero, pero lleva trabajando 3 años en un almacén. La chica trabaja en una peluquería. La “noviable” de mi ex es maestra. Todos ellos me cayeron super bien. La peluquera es muy simpática y alegre, el fontanero era más bien reservado, pero parecía alguien sencillo y bueno, mientras que la maestra es inteligente y amable, y tiene una gran sensibilidad artística.

Hablamos sobre decoración durante mucho rato. O, más bien, hablaron las dos mujeres y mi ex. Es lógico, ya que todos ellos se acaban de mudar de casa, o están en proceso de mudanza. El otro chico y yo nos manteníamos en silencio. Creo que a él no le interesa mucho la decoración, y prefiere dejarla en manos de su mujer (quien tampoco es que le pidiese mucho su opinión durante la conversación), y a mí no me interesa nada.

Probablemente, si yo no hubiese tomado la decisión de iniciar mi transición, la maestra no habría estado presente, y yo habría intervenido más en esta conversación, puesto que la otra chica habría buscado mi complicidad para tratar sobre ese tipo de cuestiones domésticas en las que generalmente la decisión de la mujer es la que cuenta. Y yo habría fingido (muy bien, por cierto) que todas esas cosas me interesaban, y le habría contado las cosas que habíamos hecho, aunque la realidad es que a mi ex sí que le gusta mucho la decoración, tiene mucha idea sobre el tema, y seguramente todas las decisiones las habría tomado él mientras yo decía que sí con la cabeza. Probablemente, mientras la otra chica y yo hablásemos, en un momento dado el fontanero habría cogido a mi ex (no ex, en esa realidad paralela) y le habría pedido que le enseñase los resultados del futbol en el teletexto, sintiéndose cómplices en su masculinidad, mientras las mujeres “hablan de sus cosas”. Mientras su novia se habría sentido cómplice conmigo en nuestra supuesta feminidad. Y yo no me habría sentido cómplice con nadie, pues sabría que toda aquella conversación no era más que la interpretación de un papel en una obra en la que nadie me había preguntado si quería participar. Pero estaría contento de poder relacionarme con gente que me cae bien, y de tener una amiga en mi edificio.

La conversación derivó hacia la Termomix. Mi madre quería regalarme una cuando me iba a ir a vivir a ese piso, pero como no me fui, me quedé sin Termomix (y nunca la he echado de menos, la verdad). Las dos mujeres se pasaron cerca de una hora hablando sobre el cacharrito milagroso, mientras que nosotros tres poníamos cara de estar interesados y hacíamos breves intervenciones. Yo no me atreví a hablar mucho sobre cocina, porque se trataba de una situación muy, muy convencional, y desconozco donde están los límites de las cosas que puedo hacer o decir sin que todo el mundo empiece a hacerse preguntas sobre mi sexualidad (a lo mejor ya se las estaban haciendo). No porque me importe que alguien se haga preguntas sobre mi sexualidad, sino porque, en cierto modo, me preocupa que salpiquen a mi ex. Él tampoco me ha dicho nunca que sea un tema que le preocupe (si le preocupase, no me habría invitado), pero en cierto modo me siento responsable de protegerle de toda sospecha de “no heteronormatividad” pues temo que pudiese perjudicarle de algún modo en sus relaciones con otras personas.

Si no hubiese tomado la decisión de vivir como hombre, seguramente habría hablado por los codos sobre la dichosa Termomix (que era, en realidad, lo que quería hacer), y la sensación de complicidad y distancia mujeres/hombres habría aumentado (aunque en realidad a mi ex le gusta mucho cocinar, y el tema le interesaba tanto como a mí, pero la presencia del otro hombre completamente desinteresado del tema le habría forzado a desentenderse, para no dejarlo solo). Me habría divertido más, pero al mismo tiempo me habría sentido peor, como si alguien me hubiese atado con una cadena y me dejase un espacio muy estrecho para explorar y recorrer… y además, en el momento de atarme con la cadena me hubiesen dicho “te lo mereces”.

Si no hubiese tomado la decisión de vivir como hombre, habría sido, para mí, una velada agradable, pero al mismo tiempo, terriblemente triste. Lo habría pasado bien con gente a la que tendría mucho cariño, pero al mismo tiempo me habría sentido forzada a hacerlo. Forzada a vivir una vida no elegida. Forzada a quedarme en el lugar en que me habían puesto, bajo amenaza de perderlo todo si me movía de allí. Pensando “bien, por tener a toda esta gente que quiero, y esta existencia cómoda y segura, merece la pena renunciar a algunos sueños locos y fantasías estúpidas”.

Ayer, en aquella casa, en aquella habitación, se habían cruzado las realidades de dos universos distintos: la del universo en que yo no transicionaba, y la del universo en que sí. Mis “yo” de ambos universos lo sabían. Los demás, sólo tenían un yo. Pude ver que mi yo del otro universo probablemente vivirá como mi yo presente en la casa de mis padres, con los padres emancipados. No me habría ido a vivir allí, como quería, porque mi ex no lo habría visto conveniente, al no tener él trabajo. No habría tenido todavía ningún hijo. No nos habríamos casado. La existencia de ese yo del mundo paralelo habría sido muy similar a mi existencia hasta hace tres años: siempre queriendo llegar a otra cosa, pero con un lastre atado a los pies que le impedía conseguirlo.

¡Pues claro que tenía un lastre atado a los pies! ¡Como que en realidad no quería nada de eso! Mi yo del otro universo me miraba con angustia. Tenía muchos sueños, pero constantemente se recordaba que debía renunciar a ellos para mantener la realidad que tanto trabajo le había costado conseguir. Una realidad humilde pero feliz, sin pretensiones. Algo a lo que cualquier chica aspiraría. ¿No ves la otra chica lo contenta que está? Mi yo del otro universo también pensaba que esperar a casarse para irse a vivir juntos es una estupidez, y tampoco lo dijo, pero no fue porque estuviese aburrido de las convenciones sociales, sino porque temía que los demás le mirasen como un bicho raro y ya no quisieran verle o hablarle nunca más.

Mi yo de este universo no se aburría. Simplemente pensaba que es extraño que a la gente le resulte tan sencillo encontrar lugares comunes, y que, además, esos lugares comunes sean de tan poca trascendencia. Pensaba también que es curioso como los heteros “bailan” una danza social, perfectamente sincronizada, sin música, y que todos, sin hablar ni ponerse de acuerdo, saben adaptar su baile al de los demás, para formar un conjunto armónico y acompasado. Me sentía, como en muchas otras ocasiones, Félix Rodríguez de la Fuente observando los hábitos de otras especies en su entorno natural, procurando intervenir lo menos posible para no romper la magia.

Mi yo de este universo le dijo al del otro que la decisión que tomé fue la correcta. Mi yo de aquel universo recogió los platos y se quedó allí a dormir. Probablemente hizo el amor sin ganas, como casi siempre, sintiendo más que nunca que en todo aquello había algo que no cuadraba, y se levantó a la mañana siguiente sin nada especial que hacer, diciéndose que las cosas cambiarían un día u otro, y por fin podría irse a vivir al piso definitivamente. Que saldrían las oposiciones, las aprobaría, y todo iría bien.

Mi yo presente, el que escribe, se volvió sólo a su casa, y se quedó con las ganas de hacer el amor, pero no le importó. Esta mañana me desperté con muchas cosas pendientes, pero dispuesto a obligarme a descansar. Llevo entre manos varios proyectos que me apasionan, unos a más corto plazo, otros a más largo plazo, cada uno dando sus frutos poco a poco, y debo tener cuidado porque necesito aguantar el ritmo a largo plazo.

Me gustaría poder decirle a mi yo pasado que no estaba renunciando a un futuro feliz, pleno y realizado por lanzarse a una loca aventura que tenía muchas posibilidades de terminar fatal. Me habría venido muy saberlo en aquella época, aunque en el fondo seguramente no me lo habría creido.