Hay gente que, cuando va por la calle, mira a los demás, y por eso se dan cuenta de que son mirados. Yo rara vez miro a nadie, excepto a ese grupo de tres viejecillos que toman el sol y echan de comer a las palomas sentados en un banco, en silencio, a las cinco y media, cuando paso de camino a la tienda. Por eso no sé si la gente me mira a mí, a no ser que alguien me lo indique.

Lo que sí hago, es escuchar a la gente. Quizá porque tengo el oído muy fino, y me es inevitable oír muchas cosas que nadie imagina que puedo oigo. Hoy llevo todo el día escuchando a mujeres, que hablan de sus hijos.

Mientras tomo café por la mañana (ya que se me olvidó comprar para desayunar en casa, y me ha tocado ir a la calle) dos mujeres hablan de sus niños. Por lo que dicen, son todavía pequeños, y se intercambian con orgullo anécdotas sobre sus progresos en la casa y en la forma de entender el mundo. Una comenta una frase ingeniosa, la otra se ríe de un exceso de ingenuidad, luego comparten cosas que les han comentado los maestros y los progresos escolares que van observando. Los deberes que hacen. Las palabras nuevas que han aprendido.

A media mañana, una clienta me habla de su hija. Estudió turismo, como yo. Y estaba en el paro, como yo. Pero se le ocurrió hacer un curso puente de auxiliar de farmacia en Málaga, y ahora no le falta trabajo. Antes de que se le acabe un contrato en un sitio, ya la están llamando de otro. Se la ve muy contenta, y me anima a que haga lo mismo, en caso de que las cosas sigan mal.

Algo más tarde, en la cola del supermercado (para poder desayunar mañana) la cajera comenta con la clienta que va detrás de mí que su hija le ha dicho que pronto va a recibir una cita para una reunión de padres, “para hablar de nuestro mal comportamiento”, según puntualizó la hija. Ambas hablan de los problemas que está dando un grupo de gamberros descontrolados que con sus continuas bromas impiden con frecuencia que el resto de alumnos reciba clase. Los profesores están atados de pies y manos para remediar la situación, y lo único que se les ocurre es ponerles exámenes sobre la materia que deberían haber estudiado, y que no han podido trabajar, supongo que para “castigar” a los gamberros, a quienes no debe importarles nada el castigo, puesto que ya están repitiendo. Tal vez esperan que los alumnos que sí quieren aprobar hagan presión sobre sus compañeros para que dejen de molestar. ¡Que ilusos! Mientras guardo la compra con cuidado en la mochila, las madres intercambian protestas de indignación. “¡Eso ya es pasarse! El otro día hicieron vomitar a una niña. Se entiende que son jóvenes y están en la edad de gastar bromas, pero hay bromas y bromas…”.

Ya por la noche, desde el interior de la tienda, escucho a dos mujeres mayores hablar de sus hijos. Hablan de paro, de hipotecas y coches por pagar, de que no les salen las cuentas para dar de comer a tanta gente. De manos ociosas y hombres jóvenes que no saben qué hacer. “Allí en la casa lo tengo”, repite la mujer. Hablan del subsidio del paro, de las ayudas para desempleados que, o bien no llegaron a cobrar sus hijos, o bien las cobraron y se han terminado antes de que termine la situación de desempleo. “Tengo que ayudarle yo a pagar la hipoteca, porque él no tiene ninguna ayuda. Y allí en mi casa lo tengo”. Hablan de las pensiones, y las bajadas de las pensiones. “Veintisiete años he cotizando. Una pila de años y luego no te dan una mierda”. “Una mierda, eso es lo que nos van a dar. Tanto pagar, pa’ ná”, enfatiza la otra. Hablan de precariedad laboral, de los cinco jornales que ha podido trabajar otro de sus hijos en el campo, y gracias a los cuales han podido arreglar una cañería que perdía agua.

Luego oigo a los Rubalcabas, Rajois, Zapateros, y al resto de ricos que nos mandan, hablando de mercados, de recortes, de sacrificios, de resurgimientos, de crisis hipotecaria, de rescates a los bancos, de despedir maestros y médicos, de ipeceses y de cifras de paro, y me doy cuenta de que no merece seguir escuchándoles, pues no hablan de nada importante. Los españoles nos hemos vuelto todos unos expertos en economía, y manejamos conceptos económicos que hasta hace poco nos sonaban a chino, porque nos importaban un pimiento, como quien maneja la lista de la compra de su casa. Supongo que se debe porque, a falta de dinero para hacer la lista de la compra, los políticos nos entregan todos estos conceptos para explicarnos por qué hemos pasado del progreso, al regreso.

Quizá deberíamos todos apagar las televisiones, las radios y cerrar los periódicos y los internetes, y escuchar más a las mujeres. Sus análisis sobre lo que está ocurriendo son mucho más realistas.