Hoy nace una nueva sección del blog, que va a versar sobre cómo apostatar, o morir en el intento.

Lo cierto es que, en mi opinión, siendo felizmente transexual y bisexual, y dada cual es la política que tradicionalmente viene manteniendo la Iglesia Católica hacia las personas como yo, lo más consecuente y fácil para todos sería que me excomulgasen. Si a Juana de Arco, heroina de guerra, que recibía sus estrategias militares vía revelación divina, la quemaron por vestir ropas de hombre ¿Qué no harían conmigo, si pudiesen, dado que ni soy heroe de nada, y he ido mucho más allá de simplemente vestir atuendo masculino? Lo que sí pueden hacer es excomulgarme… pero con eso precisamente no se animan, probablemente porque saben que eso me agradaría. Muy probablemente, prefieren regodearse pensando que en el otro mundo pasare siglos y siglos purgando mis graves pecados en el purgatorio (ardería en el infierno, pero el Papa Benedicto XVI lo abolió hace un par de años), y en este me harán dar más vueltas que a un molino para sacarme de sus dichosos libros.

Apostatar cuesta, y ahora es cuando vas a empezar a pagar.

Antes de meterme en el fregado, me he estado informando (una buena guía sobre la apostasía podéis encontrarla aquí. La autora asegura que es un proceso rápido y sencillo si sigues rigurosamente las instrucciones), y todas las fuentes especializadas en el tema coinciden: lo primero es conseguir la partida bautismal. Para ello, en teoría, hay que solicitarla a la parroquia donde te bautizaron, pero yo no tengo ni idea de dónde fue eso. Así que tengo que empezar por ahí.

Lo más lógico sería preguntar a mis padres donde me bautizaron, pero he aprendido que lo más sensato por mi parte es evitar contarles nada de lo que me traigo entre manos. También, con cierto buen criterio, sostienen que estar «apuntado» en la Iglesia Católica es una buena idea de cara a que cambién las tornas políticas y volvamos a vernos en un estado confesional católico. Creo que es una buena estrategia de supervivencia para un ciudadando heterosexual, pero no para mí. Si las cosas cambian y nos vemos en un estado confesional, yo voy a estar jodido igualmente, así que mantener esa prevención no tiene ningún sentido. Además, tampoco se puede vivir condicionado por el miedo.

Como sea, a mis padres todo lo que hago les parece mal, así que prefiero mantenerles tan al margen de mis asuntos como sea posible. De este modo, pasamos a la opción 1.

Opción 1: ir a mi actual parroquia y preguntar. Así que allí me he presentado yo, con toda mi jeta (y mi cara es una cuestión importante en este punto) a pedir una partida bautismal. Inmediatamente el párroco me ha preguntado para qué. Yo podía haberme inventado cualquier milonga, como que me voy a casar, peeeeero… llegamos al punto de la jeta, y es que en cuanto dijese el nombre que figura en la partida bautismal, se me iba a ver el plumero bastante. Por tanto, he decidido ser sincero y decir que quiero la partida de nacimiento para apostatar. Inmediatamente el párroco me ha dicho que no. Que si quiero apostatar, me dirija a la Curia, que está en Granada, y que allí me expedirán la partida bautismal específica para eso. Le he preguntado si por lo menos podía informarme de cual es la parroquia en que me bautizaron, pero se ha negado. Le he preguntado si podía llamar por teléfono a la Curia y me ha dicho que pruebe a ver. Le he pedido el teléfono de la Curia, y me ha dicho que busque en las páginas amarillas. Me ha faltado mandarle a la mierda, pero como de todos modos no se iba a ir, he decidido ahorrarme la grosería, y hacerlo sólo para mis adentros. Así pues, pasamos a la opción 2.

Opción 2: llamar a mi abuela. De camino, le he preguntado cómo está. La verdad, debería llamarla con más frecuencia, la tengo muy desatendida a la pobre. Después de un rato de agradable conversación, le he preguntado si sabía en qué parroquia me bautizaron. Dice que no tiene ni idea, pero se ha ofrecido a preguntar a mis padres solapadamente. Crucemos los dedos. También es verdad que es posible que mis padres tampoco se acuerden, porque ya han pasado 32 años, y no es que hayan sido nunca de frecuentar esa clase de lugares. Pero aún nos quedan las opciones 3 y 4.

Opción 3: llamar a la Curia, y, ahí sí puedo inventarme cualquier cosa. He pensado decirles que mi hermana se va a casar y he me ha pedido que me haga cargo de ese tema. O hacerme pasar por mi mismo y decirles que yo me voy a casar. Seguramente pensarán que soy una mujer con la voz muy grave, pero si con la voz que tenía antes pasaba por un hombre con la voz muy aguda… significa que hablando por teléfono cualquier cosa es posible. También pensarán que no soy muy practicante que digamos, pero las bodas traen pingües beneficios para la Iglesia, y son una oportunidad de adoctrinar a los incautos que se van a casar, amén de captar a futuros socios no voluntarios a través del bautizo de los futuros hijos. Todo un chollo.

Opción 4: buscar el álbum de fotos del bautismo, que vaya usted a saber donde habrá caido, con la esperanza de que entre sus páginas haya un recordatorio de esos que se dan a los invitados, o que en las imágenes haya algún dato que me indique donde coño me bautizaron.

En último extremo, no me va a quedar más remedio que preguntar a mis padres directamente, aunque, como ya he dicho antes, lo cierto es que no tengo muy claro que vayan a acordarse.