Hace algún tiempo una señora mayor, como de 7o años, vino a comprar algo a la tienda. Cuando ya se marchaba me preguntó si yo era yo,  y si soy un hombre o una mujer, porque había venido otro día y al principio no me había reconocido, pero luego sí me reconoció. Yo le respondí que sí, que soy la misma persona que lleva yendo a la tienda muchos años (con una pausa de un par de ellos), y que soy un hombre.

Entonces la mujer se puso muy contenta, y cogiendome de la mano me dijo que se alegraba mucho por mí, que le gustaba mucho verme tan bien, y que se nota que estoy mucho mejor ahora. Inmediatamente se fue, más contenta que unas pascuas.

Ayer esta misma señora volvió, y cuando me fuí a la parte de atrás de la tienda a buscar lo que me había pedido, comentó que estoy muy guapo, que se me ve muy bien, muy guapo (hizo mucho hincapié en eso ^_^), y desde luego mucho mejor que antes, cuando estaba tan gordo.

– Tu madre estará contenta ¿no? – me preguntó, sin ningún asomo de ironía.

– Pues no mucho, la verdad. Más bien, no le hace ninguna gracia.

– ¿No? – dijo sorprendida -. Pues no sé por qué, en vez de dos niñas, tener un niño y una niña, yo creo que es mejor, sobretodo si ella quería haber tenido un hijo…

Lo cierto es que mi madre en más de una ocasión había comentado que le habría gustado tener un niño. Sin embargo, cuando me acompañó a la psicóloga, comentó que cuando se quedó embarazada, ella quería niña. «Las dos veces», recalcó. Me acuerdo muy bien porque me llamó la atención, ya que la impresió que yo tenía no era esa.

Tal vez se puedan desear ambas cosas a la vez. Es decir, en el plano de la realdiad, desear tener sólo niñas, y en el plano de la fantasía, imaginar que habría podido ser bonito tener un niño, aunque sólo fuese un rato. El ser humano está lleno de contradicciones, y esta sólo sería una más.

No todas las experiencias «tenderas» son igual de buenas. Esta es excepcional. Una vez le dije a un cliente que me llamaba «mujer» cada cinco minutos que soy un hombre. El señor se quedó de piedra, y siguió llamandome mujer, intercalándolo con hombre. La tensión se palpaba en el ambiente, por parte de ambos, cada vez que venía a comprar, hasta que tres compras más tarde, me pidió aclaraciones:

– Pero yo antes te he visto por aquí, y eras una mujer. Con las tetas grandes.

– Sí, pero eso no tiene nada que ver.

– No, no. Pero es que tenías las tetas grandes… Oye, no quiero meterme en cosas que no me importan, pero… ¿a ti te gustan los hombres o las mujeres?

– En efecto, eso es una cosa que a usted no le importa… eso tampoco tiene nada que ver. Hay hombres que les gustan los hombres, y hasta se casan y todo.

– Ya, ya… sí… sí a mí no me importa…

Mientras hablaba, sudaba copiosamente. A chorros. Como si estuviese llevando sacos de cemento bajo el sol de julio. Vale, hace calor, y en la tienda no tengo aire acondicionado, pero no hacía tanto calor como para que sudase de esa forma. Al final, ahora ya no me llama mujer cada cinco minutos, sino «chico», «hombre», «mozo», «muchacho»… es un elenco un poco demasiado exagerado, pero está bien. Me parece que, en parte, no quiere enemistarse con el hijo de la dueña de la ferretería del barrio, porque la ferretería más cercana está a 20 minutos, y hay una cuesta de aupa, y que en parte, no quiere ser desagradable. También me parece que en esto hay un cierto factor de «cuestionamiento de heterosexualidad», del que hablaré cuando hable de aquel amigo que dejó de serlo.

En otra ocasión, un viejo conocido, que por cierto, es gay, sintió tanta pena por que yo sea trans, que un poco más y me da el pésame. Pero no fue con mala intención, sino porque él no tiene bien asumida su homosexualidad, y cree que todos los que no somos heteros sufrimos de la misma forma.

Como se ve, ninguna experiencia traumática ni violenta. Sólo reacciones que van de muy buenas a extrañas, todas ellas naturales en cierto modo, y, sobretodo, desprovistas de mala intención.

Paralelamente, el fin de semana pasado, mis tíos me acusaron ante mis padres de haber distribuido la llave del piso en el que vivía cuando estaba en Granada, para uso y disfrute de transexuales de todo el mundo. Para sustentar la acusación, se basan en una serie de tergiversaciones de la realidad a las que han dado en llamar «pruebas», que, interpretadas como ellos dicen, en realidad dan lugar a una realidad que no tiene ni pies ni cabeza. Sin embargo, mis padres, en principio les han creido, y sólo después de que yo mostrase lo descabelladas que son las supuestas pruebas, han aceptado a darme el beneficio de la duda o la presunción de inocencia, pero no porque en verdad confíen más en mi palabra que en la de mis tíos, sino porque mi interpretación de las «pruebas» es mucho más coherente.

Estoy a prueba. Tres días más tarde de aquello, se presentaron en casa (están fuera, de vacaciones) sin avisar, cuando normalmente avisan, para que no me asuste, y para que tenga la casa un poco recogida cuando lleguen. Como ya nos conocemos, y esperaba que se presentasen durante la semana para «probarme», la casa estaba más o menos recogida, aunque me pillaron durmiendo en pelotas. Con el calor que hace, es lo mejor, y si no les gusta, que avisen cuando vengan, leñes.

Probablemente, si mis tíos hubiesen dicho que había distribuido la llave entre la comunidad de estudiantes de la UNED de España, entre la comunidad de estudiantes de Derecho, o en un club de juegos de rol, mis padres no se habrían sentido tan horrorizados e inclinados a creer a mis tíos, que ya tienen tradición de mentirosos y de actuar con mala fe, con el único objetivo de hacer daño a mi familia. Pero entre la palabra de un transexual, que además, no sólo no se esconde, o se avergüenza, sino que se relaciona con otros transexuales de todo el mundo, y hasta va a conferencias y congresos y escribe cosas… pues… ¿Qué se puede esperar de mí? Es decir ¿qué se puede esperar de alguien que se pasa todo el día estudiando, que además saca buenas notas, que no toma drogas y consume alcohol muy raramente, que casi nunca sale con nadie, y que hace deporte? Pues, si es transexual, no se puede esperar nada bueno.

Es sorprendente la muy buena, o buena aceptación que tiene el que yo sea trans fuera de la familia, donde el 95% del tiempo sólo recibo refuerzos positivos, y los graves conflictos que genera en el ámbito familia. En este caso, se trata de una auténtica agresión, que ha tenido la virtud de hacer que se me verderdezca la úlcera, que ya llevaba cuatro meses tranquilita. Es la úlcera del orgullo transfóbico. Sin embargo, fuera de mi familia, todos los días son el día del orgullo trans.

Hay veces que pienso que las cosas con mi familia se pueden arreglar. Hay veces que pienso que es inevitable que esto acabe mal. Hoy es uno de los días en que pienso que tal vez no haya solución posible. Me duele, y no sólo anímicamente. Para eso tengo la úlcera.