Ayer por la tarde me apetecía no hacer nada en particular, y decidí ver una película. Entre las muchas que hay en mi disco duro, elegí Transamérica. No sé por qué, si hace semanas que quiero ver Schrek 3…
Abro un inciso para hacer notar que, en efecto si puedo permitirme ver estas películas, es porque las he bajado gratis de internet. Pero que nadie piense que si no hubiese podido bajarlas las habría comprado, o ido al cine. No. Si no las hubiese bajado, seguramente habría hecho cualquier otra cosa que no me costase dinero, como, por ejemplo, pintar miniaturas que ya tengo compradas desde hace tiempo. Eso se debe a que quién no tiene ingresos, no puede consumir. Probablemente una mejora económica global, con el consiguiente aumento del empleo, serviría para que la industria cinematográfica española tuviese más ingresos. Sería una medida mucho más efectiva que todas las leyes Sinde del mundo.
Volviendo al tema… es la segunda vez que veo Transamérica. La primera vez la vi con mis padres, antes de empezar mi transición. Esa película tuvo la virtud de hacer que mis padres se conmoviesen. Cuando la protagonista va a casa de sus padres, y su madre la humilla, mi madre dijo «pobrecita», y mi padre asintió con la cabeza. Transamérica les llegó, y para mí fue el primer (y único) indicio de que, tal vez, si algún día llegase a ser capaz de tirarlo todo por la borda y salir del armario, pudiesen comprenderme. Por eso recuerdo con muchísimo cariño esta película.
Posteriormente, muchas personas no trans me han hablado de ella «claro, en Transamérica sale una escena similar donde…». Realmente es una buena película, a la que no tengo nada que reprochar, excepto las voces del doblaje en español, que me parece que casi todas las hacen actrices, lo cual hace que se pierda una parte de la imagen que las mujeres transexuales transmiten, y que suele chocar mucho a la gente.
Sin embargo, esta segunda vez que he visto la película, he visto, además, que es la historia de una mujer chantajeada por su psicóloga. Al inicio de la película, se ve que la protagonista miente, con gran soltura, a un psiquiatra, para conseguir que le firme una autorización para hacerse una reconstrucción genital. Después, va a hablar con su psicóloga para lo mismo. La psicóloga ya le ha firmado la autorización, cuando se entera de que hay un posible hijo por ahí, y entonces se la retira y la obliga a hacerse cargo de él. «Quiero que cuando llegue el momento estés preparada de verdad».
La protagonista no tiene opción. Tiene que recorrer prácticamente un continente para ir a buscar a ese chico que dice ser su hijo. Luego, obligada aún por la psicóloga, tiene que hacerse cargo de él, realizando un viaje que pone en peligro su operación, y que, además, no se puede permitir porque no tiene dinero.
Más allá de las consideraciones morales sobre las responsabilidades que una persona debe tener sobre sus propios hijos (sean o no deseados) y de mi opinión sobre si alguien debe hacerse cargo de un hijo que no deseaba tener, Transamérica se basa en una serie de actos obligados por una tercera persona que ordena a la protagonista cómo debe manejar su vida familia «por su propio bien», como si esta señora, que ya tiene los cuarenta años largos, fuese una niña a la que hay que obligar a adquirir buenos hábitos. Yo admitiría que la psicológa le orientase, que le aconsejase, que le hiciese sentir remordimientos… pero no es eso. ¡¡¡La obliga a ir bajo amenaza de no permitir que haga con su cuerpo lo que le apetezca!!!
Entre tanto, ayer un amigo me decía que el activismo debería ir encaminado a aportar soluciones a las personas trans. Yo no le respondí a esto directamente, porque necesitaba algún tiempo para pensar, pero hoy me he dado cuenta.
Cuando empecé mi transición tuve muchos problemas. Sufrí mucho. Lo pasé muy mal. En este blog podéis encontrar las entradas de los seis primeros meses, y os aseguro que no son agradables. Yo, cuando las releo, me pregunto como lo hice para sobrevivir.
Pues bien, mi amiga Marta, de 18 años por aquel entonces, fue una de las personas que me ayudó a sobrevivir. Porque ella y yo pasábamos por lo mismo, el mismo dolor, los mismos miedos, los mismos problemas… solo que ella es 9 años menor que yo. Así que me decía a mí mismo una y otra vez que si ella podía, yo también podía. Pero, sobretodo, me decía que era imperdonable que alguien tan joven como Marta tuviese que sufrir tanto. Comprendía que yo tampoco merecía sufrir tanto, y me decía a mí mismo que haría todo lo que estuviese en mi mano para que ella y yo fuésemos los últimos, y que después de nosotros, no sufriese nadie más.
Es un objetivo imposible. Sin embargo, de vez en cuando me renuevo esa promesa. Voy a hacer todo lo posible para que nadie que venga después que yo sufra y pase lo que yo he tenido que sufrir y pasar.
Esto no se consigue dando soluciones. ¡Se consigue evitando que aparezcan los problemas! En el mundo al que yo quiero llegar, en el que quiero que nazcan y crezcan lxs trans de mañana, es un mundo en el que Transamérica sea una película sin sentido. Un mundo en el que nadie pueda obligar a nadie a manejar sus relaciones familiares de una forma u otra utilizando el propio cuerpo como moneda de cambio. Un mundo en el que las personas trans no tengan que romper con su vida anterior, como si hubiesen muerto y renacido, porque morir debe ser una cosa muy jodida (precisamente hoy, que es viernes santo, se recuerda la muerte de Jesús de Nazaret, y aunque luego, según la tradición, Jesús resucitó, el viernes santo, el día de la muerte, no es un día sin importancia, sino un día de luto para todxs lxs cristianxs. Así que, sí, eso de morirse es muy chungo, incluso cuando no es una muerte definitiva). Un mundo en que nadie ser sorprenda de que una persona trans tenga hijos biológicos, y en el que un padre o una madre pueda decir a sus hijxs, sin avergonzarse ni avergonzarles, ni mucho menos traumatizarles, que es transexual.
Me gustaría un mundo en el que no fuesen necesarias las soluciones, por no haber problemas. Donde ser transexual y solicitar un tratamiento médico no fuese un problema a solucionar, sino un procedimiento rutinario, igual que cualquier otro. Donde cambiar de nombre y sexo legal no fuese un problema, sino una fecha en la agenda: «mañana, registro civil, 10:00 am». Donde decir «soy transexual» fuese algo tan irrelevante como decir «soy de ciencias y no de letras». No se trata de conseguir que las familias nos acepten, sino de hacer que nunca se planteen rechazarnos. Que no haya que discutir en que condiciones se nos ha de dar atención sanitaria, porque se de por sentado que se nos debe proporcionar.
Pero, en realidad… ¿No es lo que nos gustaría a todxs?
Es verdad, es lo que estamos viendo a cada momento en la España trans.
¿Por qué médicos y psicólogos se consideran autorizados para decidir e intervenir sobre nuestras vidas?
¿Por qué lo que nadie admite para la suya, les parece natural que lo tengamos que soportar las personas trans?
¿Afirman todavía que somos pobres enfermas mentales que necesitamos tutela? ¿No han aprendido que nuestras actitudes son parte de las variaciones naturales? ¿O parte de las decisiones personales, autónomas, cuyas razones sólo cada cual tiene que conocer y puede decidir?
¿Puede haber todavía personas y partidos de izquierda, feministas clásicas, que toleren esta situación ahora mismo legal en España, que minoriza a las personas transexuales en el ejercicio de nuestros derechos?
Y no es teoría! Es la realidad más dura y penosa!
Kim