Hace algún tiemp escribí una entrada comentando lo estúpido que me parecía la gente que dice haber nacido «en un cuerpo equivocado». Pues bien, he empezado a cambiar de opinión, y como rectificar es de sabios, allá voy.

Durante mucho tiempo he estado partiendo desde una perspectiva «no biologicista», que viene a tener como consecuencia que la biología no influye sobre nuestro caracter o identidad de género, sino que las influencias vienen de la educación, el entorno, el contexto en que crecemos y nos desarrollamos, y aprendemos lo que se entiende por ser hombre o mujer.

En el Proyecto Transgénero, en cambio, sí toman en cuenta la biología. No es que se apeguen a ella en el sentido literal de que la biología determina nuestro pensamiento por completo, pero tampoco la descartan como un factor que no merece ser tenido en cuenta. Allí fue donde alguien (no digo el nombre, porque no sé si esta persona quiere ser citada. Si quiere, que me avise y corrijo) me dijo «tu postura de rechazar la biología, también es biologicista». Esto, que parece un contrasentido, me obligó a plantearme muchas preguntas. Asumir que la biología no influye en nuestro caracter puede ser una hipótesis de partida para ayudarnos a elaborar teorías, pero tiene el mismo fallo que la hipótesis de que la biología lo configura todo: se contradice con lo que vemos a primera vista. Para conciliar las perspectivas puramente biologicistas o puramente no biologicistas con la realidad, es necesario elaborar una teoría que explique porque lo que ocurre no es lo que en teoría debería ocurrir. ¡No vamos a dejar que la realidad nos estropee todo el trabajo!

No me quedó más remedio admitir que parece mucho más lógico pensar que el resultado final de nuestra identidad de género viene determinado por tres factores a la vez: biológico, cultural y biográfico.

Con esa idea ya rondando en la mente, llegó hasta mi ratón (iba a decir «llegó a mis manos» pero no es muy correcto) el enlace a este artículo, donde se habla de que unos científicos españoles han conseguido enconctrar, por primera vez, semejanzas entre los cerebros de hombres transexuales y de hombres no transexuales, y entre los cerebros de mujeres transexuales y mujeres no transexuales, en pacientes vivos y que no se han sometido a ningún tratamiento hormonal para modificar sus cuerpos. Me quedé un poco sin saber qué hacer con esa información, pues lo que viene a decir es que todas la mujeres tienen el cerebro igual y eso las hace mujeres (sean o no sean trans) y todos los hombres tienen el cerebro igual, y eso los hace hombres (sean o no sean trans). Vamos que si nos tomamos eso al pie de la letra, bastaría con hacer un escaner cerebral para «diagnosticar» el sexo de un niño o niña, y educarlo o educarla en función de eso. Lo mismo que se hacía antes con los genitales, pero con el cerebro.

El artículo que he enlazado no saca conclusiones, se limita a describir el resultado del estudio, pero esta entrevista con el Profesor Antonio Guillamón sí va en ese sentido. En una charla que dió Gabriel J. Martín, en la que defendía a capa y espada la postura biologicista, este llegó a decir (parafraseo)  «el género de un niño o niña viene predeterminada por su cerebro, por lo que la educación no influye en nada». Es decir que ya podemos dejar de perder el tiempo con el feminismo y la educación en la igualdad. Enseñemos a las niñas a cuidar del hogar y la familia, y a los niños a trabajar y ser científicos, ya que en su cerebro (y no en sus genitales) viene preinscrito qué cosas podrán hacer con su vida, y de nada sirve tratar de ir contra eso. (Por si alguien no lo ha captado, todo esto me parece una barbaridad, y además, muy peligroso.)

A pesar de todo esto, yo sentía que esa información debía servir para algo. No la podía descartar así como así.

Los comentarios de la entrada «La advertencia de Mauro Cabral». Ágenla decía «yo siento realmente que partes de mi cuerpo no tienen que ver conmigo», y Dicybug añadía «aunque pueda parecer algo absurdo está “bien” si es lo que esas personas eligen libremente». ¡Claro! Si una persona siente que partes de su cuerpo no tienen nada que ver con ella, es normal que elijan líbremente deshacerse de ellas o cambiarlas. Pero ¿por qué? ¿Y por qué unas personas sí y otras no?

En ocasiones he oido declaraciones de personas intersexuales que decían que aunque fueron «diagnosticadas» como niñas en su infancia, ellas siempre supieron que eran niños y deseaban que al hacerse mayores su cuerpo cambiase y llegasen a ser hombres, no mujeres. Al entrar en la pubertad, este deseo se hacía realidad. También han habido casos de personas intersexuales que, por tener una ambigüedad genital, habían sido asignadas como niñas… lo que incluyó una cirugía para tomar ese órgano que no se sabía si era un clítoris o un pene, y convertirlo cláramente en un clítoris (lo cual requiere, obviamente, reducir el tamaño). Esas personas, a medida que iban creciendo, desarrollaron una personalidad masculina que incluía el deseo de tener pene… ¡Y se lo habían cortado en su infancia! Esto no ocurre en todos los casos, pero sí con bastante frecuencia, y es algo muy parecido a lo que nos ocurre a muchas personas transexuales en la relación con nuestro cuerpo.

Es posible que la explicación esté, precisamente, en esa formación más o menos masculina, o más o menos femenina, del cerebro. ¿Y si nuestro cerebro «supiese» cual es la forma que debe tener nuestro cuerpo? De hecho, lo «sabe», pues si podemos movernos o tener sensaciones es porque nuestro cerebro está conectado con el resto del cuerpo. Por eso, cuando a una persona se le amputa un miembro aparece la sensación de tener un miembro fantasma. El cerebro sabe que ese miembro debería estar ahí.

¿Y si el cerebro de una persona transexual supiese como deberían ser sus características sexuales, primarias y secundarias? La sensación de miembro perdido no existe, porque no se crearon las redes nerviosas a esos puntos que no se han desarrollado, pero tal vez no se pueda evitar un fuerte desconcierto entre lo que nuestro cerebro cree que debería haber, y lo que en realidad hay.

Lo que ocurre es que, si los cerebros de las mujeres son similares entre si, los cerebros de los hombres son similares entre si, y puede darse un desarrollo «cruzado» entre el sexo del cerebro y el del resto del organismo, tiene que ser posible, de forma obligada, que este cruce sea más o menos pronunciado. Es decir, que la feminización o masculinización de un cerebro no siempre va a ser al 100%, sino que puede tener más o menos grados. Pensar que todos los hombres por su lado, y todas las mujeres por el otro lado, tienen un cerebro igual, sería como creer que hay una máquina que fabrica dos modelos de cerebro «en serie», perfectamente acabados en todos sus detalles, y luego los inserta en cuerpos «artesanales» más o menos desperfectos. Sería negar la individualidad de las personas, y afirmar que la enorme diversidad que existe en todos los ámbitos de la naturaleza queda exceptuada en el desarrollo sexual del cerebro humano.

Todo esto para llegar a la conclusión de que, aunque no es mi caso, es posible que haya personas que «recuerden» como debería ser su cuerpo, y «comprendan» que el cuerpo que tienen no es de esa manera. Que perciban con fuerza que hay algo mal, que han  sido encerradas en un cuerpo equivocado. Un error que es imprescindible corregir para poder vivir dentro de ese cuerpo. Visto de esta forma la idea de «nacer en un cuerpo equivocado» cobra un sentido pleno.

Eso no significa que la experiencia de todas las personas transexuales tenga que ser así. Hay muchos componentes que influyen en que alguien llegue a sentirse en desacuerdo con el género asignado, y el factor biológico es sólo uno de ellos. Muchas combinaciones diferentes pueden llevar al mismo destino a través de rutas distintas, y ninguna es mejor o peor que las demás.