Un regio es un area mágica que se superpone a la realidad, permitiendo la entrada en otros planos físicamente situados en el mismo lugar (filósofos y sociólogos del mundo, atentos: os estoy regalando un concepto precioso). Otra de las características de los regios es que no siempre están activos, o no para todo el mundo. Por ejemplo, hay regios que solo se activan cuando la luna está en una determinada fase, o en una determinada fecha del año especialmente poderosa (navidad, San Juan, equinoccios y solsticios…). Otros regios están disponibles sólo para aquellas personas con una percepción sensorial especial, y otros se abren y se cierran de manera aleatoria, por lo que uno puede estar paseando por una calle totalmente conocida, para ir a su trabajo, y encontrarse de golpe que, al volver la esquina, en lugar de encontrarse la parada del autobús, hay un manzano que da peras de oro. O una planta carnívora gigantesca con las fauces abiertas para devorarte.

En Madrid hay un montón de regios. El Madrid superficial, real, el que cualquier hijo de vecina puede conocer, no es precisamente una ciudad muy amable para vivir. A mí nunca me había llamado la atención hasta que me di cuenta de que está lleno de regios.

Uno de los regios más conocidos (ese lo conocía hasta yo) es el barrio de Chueca. Para las personas corrientes es un barrio lleno de maricones, bolleras y travelos, un guetto, o un lugar donde estas personas se sienten seguros al tiempo que se apartan de la sociedad mayoritaria, lo que no puede ser muy bueno. En cambio, las personas sensibles a ese tipo de magia, en cuanto empezamos a dejar atrás la Gran Vía, comenzamos a notar un leve cosquilleo en el estómago, y que el aire se hace más liviano, aunque igualmente contaminado. Se pone uno de mejor humor y de le entra un sentimiento como de ser un marciano en marte, que no es exáctamente lo mismo que ser un terrícola en la tierra. No, no eres más normal que cuando entraste en el barrio, pero todos los demás son igual de raros que tú, hasta los que fuera del regio son normales.

El sábado pasado, por la mañana, tuve la oportunidad de descubrir dos regios más. Uno estaba en una tienda de alimentación china, y se abrió al pronunciar la palabra «choclo». La china me condujo hasta un congelador en el que tenía el choclo congelado (ay, lo habría preferido fresco, pero tengo que reconocer que estaba muy bueno igualmente) y al ver que dudaba me comentó que «todos llevan ese choclo. Congelado. No otlo. Todos llevan, es bueno.» Así que decidí confiar en su opinión (y en que no hay choclo en mi pueblo) y fui a pagarlo. Entonces la chica, muy contenta, me preguntó que si era de mi país, el choclo. Yo intenté explicarle que no, que soy español pero estuve de viaje en Ecuador unos meses, pero no conseguí hacerme entender. Así que la chica añadió «también queso tu pais. Gente dice queso mi país muy bueno, pelo yo no he plobado», y me señaló la nevera. Fui y, efectivamente, había quesos colombianos, que con choclo son la combinación perfecta (yo planeaba comerlo con queso de Burgos, pero no es lo mismo). La dependienta estaba tan contenta de hablar con otro «inmigrante» que estuvimos un rato conversando sobre quesos y sobre «nuestros paises». Llegados a ese punto, yo ya no tenía corazón para explicarle que se equivocaba. En esa pequeña tienda se había abierto un regio donde los chinos en lugar de atenderte con total indiferencia, te hablan, te sonríen, se ponen contentos y te comentan que ellos no comen queso. Una pequeña realidad paralela donde uno puede convertirse en extranjero en su propia tierra y permitirse compartir un poco de nostalgia por una tierra que en realidad no es la suya con una desconocida amable en la una de las ciudades menos amables y menos nostálgicas de España.

Finalmente, un regio facilito de encontrar. En una de las puertas del Retiro (probablemente en la «Cuesta de Moyano») hay varios puestos de libros de ocasión. Desde nuestro plano, el del común de los mortales, se trata de varias casetas frente a las que hay unas cuantas mesas llenas de libros de segunda mano, pero si eres capaz de atravesar los umbrales del regio descubres que estás ante una sala llena de tesoros, que son observados con reverencia por una pequeña multitud de visitantes que los examinan, acarician, desean, observan, investigan e incluso se llevan con ellos en el más absoluto silencio. Una biblioteca al aire libre. Un lugar donde Belén Esteban no ha nacido, y por doquier escuchas a la gente hablando de libros. Libreros entendidos comentan con algún cliente entrado en años los entresijos de la consecución de una obra rara, o hablan entre si de los avatares de la fortuna que te pueden llevar a encontrar un diamante en una librería aparentemente sin interés. Una anciana saluda a los interesados que la conocen, a saber cuantos años de su vida ha pasado llendo a trabajar a ese lugar cada día, pero ahora ya no trabaja, sino que el negocio lo lleva su hijo, y ella sólo disfruta de tomar el aire sentada junto a los libros, bien tapada con una manta y una rebeca de punto. Con mitones verdes en las manos. Y un grupo de personas se apelotona en silencio, examinando una montaña de volúmenes desordenados, de hojas amarillentas y quebradizas, que alguien está vendiendo a granel, seguramente sin conocer el contenido de la mayor parte de las obras que allí se exponen. Sobre una estantería, el dios de la lluvia llora sobre México.

Me quedé contento cuando volví de Madrid el sábado pasado. Nunca me pareció una ciudad humana, ni atractiva, sino más bien un lugar en el que la gente te rebuzna si vas cansado por el metro y no te quitas de enmedio. Donde todo el mundo camina más rápido que yo. A partir de ahora iré atento a los regios que puedan haber estado pasando desapercibidos a mi alrededor.