Durante una de las visitas que hice a la UTIG, un poco antes de que me diesen el diagnóstico de transexualismo, Trinidad me comentó que las nuevas consultas donde se ubican ahora están compartidas con una unidad de tratamiento de la obesidad mórbida. Gracias a eso, habían recibido una dotación en tecnológica de la que antes no disfrutaban, y que originalmente iba destinada a los de obesidad.

Nunca he sabido si el hacer coincidir ambas cosas en un solo lugar fue casualidad, o si lo hicieron a caso hecho. Si fue a caso hecho, los directores del hospital Carlos Haya de Málaga se han ganado mi respeto.

Mientras que la transexualidad no es una enfermedad (para los directores del Carlos Haya quizá sí lo sea, y crónica) la obesidad mórbida sí que lo es, y crónica. La obesidad va degradando tu organismo muy rápidamente, destrozando huesos y articulaciones, dañando el hígado, el páncreas y el corazón, aumentando la presión arterial, haciendo que las gónadas se hagan disfuncionales y poniendo todo tu sistema endocrino patas arriba. Llegados a cierto punto, perder peso de manera “natural”, es decir reduciendo la ingesta calórica y aumentando el consumo de calorías del propio cuerpo es imposible: el organismo del obeso ya no funciona adecuadamente, y los mecanismos para transformar la grasa en energía van mucho más “despacio” de lo que deberían. El estómago se ha agrandado y simplemente comer una cantidad de comida normal te deja insatisfecho. Hacer ejercicio es imposible, e incluso perjudicial. ¿Alguien ha probado a intentar correr con una mochila de 50 ó 60 kilos colgada a la espalda, después de haberla llevado colgada durante todo el día, incluso mientras estaba durmiendo o comiendo? Pues que no lo pruebe, porque se posible que se acabe haciendo daño.

La sociedad rechaza más a las personas obesas que a las trans. Para las personas trans que son “visiblemente” trans, el insulto y la burla en la calle es demasiado habitual, incluso se podría decir que constante, pero también hay muchas personas y muchos lugares donde encontramos respeto y apoyo, o simplemente “normalidad”. Las personas obesas no sólo deben soportar la burla callejera y desde la televisión, constante, sino que, además, no existe ningún lugar donde puedan estar bien. Como mucho, lo máximo que van a encontrar será compasión. Personalmente, he sentido mucha más discriminación como obeso que como trans.

Por supuesto, las personas obesas no encuentran trabajo por cuenta ajena. Ni pareja. Ni una ropa. Si como persona trans me encuentro que vivo en un mundo diseñado para personas que no son trans, donde los lugares “para hombres” y “para mujeres” son exclusivos y perfectamente delimitados, y uno no sabe muy bien dónde ponerse, como persona obesa me encontraba en un mundo diseñado para “delgados”. Las sillas son estrechas, los aseos públicos, ridículamente pequeños, no se cabe en las butacas de los cines, ni en los columpios de los parques de atracciones (especialmente las montañas rusas y similares), y de las tallas de ropa, ni hablamos. Lo de la ropa, además, ha ido a peor, pues ahora muchas tiendas compran en mayoristas asiáticos, y las tallas son ridículamente pequeñas.

A los ojos del mundo, las personas trans podemos ser viciosos, desviados, caprichosos, lascivos… Los obesos somos golosos, perezosos, descuidados, indolentes, lentos y estúpidos. Cualquiera puede ver que nos hemos ganado a pulso el desprecio de la sociedad

Los tratamientos médicos pasan por fases similares: terapia psicológica, aunque la terapia no es excluyente en el caso de los obesos, ni siquiera se aplica en todos sitios. Yo, por ejemplo, sólo tuve una sesión. Para algunas personas, es un coñazo, y a otras les viene bien. Es una manera de llenar el tiempo que permaneces en lista de espera, no una manera de alargar la espera, que es lo que ocurre con las personas trans. También hay que acudir al endocrino, y por supuesto, al cirujano. De cualquier modo, las personas obesas, al contrario que las trans, llegamos al cirujano con bastante miedo y respeto. La cirugía no es nunca nuestra primera opción, ni nuestro mayor deseo, sino el último, lo que haces cuando ya no te queda más remedio, y sabes que te puedes morir en el quirófano, o quedarte con el aparato digestivo mal para siempre, pero te arriesgas porque la vida que llevas, no es vida.

Siempre me sorprende que las personas trans acudimos al cirujano con mucha más alegría y despreocupación, a pesar de que las operaciones que demandamos no son menos difíciles ni delicadas, ni mutilativas de lo son las cirugías bariátricas. Todavía no comprendo de donde viene esa diferencia.

Normalmente el uso de las instalaciones UTIG – obesidad mórbida es alterno. Es decir, trans y obesos no coincidimos en el mismo lugar. Sin embargo la última vez que estuve, sí nos encontramos. Juntos, pero no revueltos, viendo los otros a los otros (no los unos a los otros, porque ahí todos éramos los otros, los raros, observadores y observados) sin hablar entre nosotros.

Es una pena, porque tenemos muchas cosas que contarnos. Tenemos que hablar de discriminación social, pero también de que tu cuerpo te traicione constantemente, de nuestras experiencias con los espejos (las personas trans no solemos vernos en los espejos, y para los obesos toda superficie reflectante se convierte en un espejo que nos devuelve una imagen que no queremos ver), de los problemas para encontrar trabajo, de salir a la calle y sentir que todas las miradas se te clavan como dardos.

Seguramente las personas obesas podrían dar una lección de modestia a las trans, en el sentido de que los trans no somos ni los únicos ni los que más sufrimos por nuestros cuerpos y por la discriminación (aunque sean sufrimientos y discriminaciones distintas), y las personas trans podrían dar a las personas obesas una lección sobre como organizar la lucha por conseguir derechos y dignidad. Aprender como distintas situaciones pueden llevar al mismo lugar, y dejar de estar centrados en nuestros ombligos y hacernos un poco más amplios de miras para observar la vida con una perspectiva más amplia.