Navegando en la red llegué por casualidad a la web de la investigación de Geert Hofstede (lo siento, no he encontrado nada en español) que hace referencia a las diferencias culturales desde el punto de vista de la administración de empresas, que es un punto de vista que entiendo bien, porque mis estudios están relacionados con ello. Parece que no, pero haber estudiado turismo, a veces sirve para algo (incluso para mucho).

Este libro señala las principales diferencias culturales en tres ejes universales y un cuarto eje que no es tan universal, pero aún así se puede tomar en consideración. Me gusta porque me está sirviendo para comprender un poco mejor la cultura ecuatoriana. Después de dos meses y medio, ya empiezo a medio darme cuenta de algunas cosas, pero creo que podría pasarme media vida aquí, y todavía seguiría sintiéndome medio extraterrestre.

Una de las cosas que me llamaron la atención al principio de estar aquí fue que la gente se refería a los demás utilizándo un título. La primera vez que lo noté fue hablando con una persona que se refería a otra usando el nombre de su profesión, y no el nombre de pila. Decía «luego hablaré con la abogada» o «pregúntenle a la abogada». A mí me pareció bastante molesto, porque me daba la sensación de que lo hacía despectivamente, llamándola «la abogada» porque no quería recordar su nombre propio. Luego pensé que tal vez lo hacía como forma de respeto. Con un poco más de tiempo me dí cuenta de que, en efecto, aquí es normal anteponer un título al nombre de la persona: abogada Fulanita, doctor Menganito… también hay ingeniero, economista, licenciado… podría estar hasta mañana escribiéndo títulos. Muchas veces el título substituye al nombre de la persona. Por ejemplo, en cierta ocasión pude conocer al alcalde de Puyo, y me dirigí a él como «señor». Inmediatamente un parroquiano me corrigió «alcalde, es nuestro alcalde». Me costó un poco de trabajo usar ese término, porque en España sonaría mal dirigirse al alcalde de tu pueblo así (creo que normalmente lo haría como Sr. Apellido), y menos en una situación tan informal como aquella (¡estaba dando un paseo por el pueblo con su monoplaza de F1 construido por él mismo!).

Parece ser que hay paises en los que hay una mayor distancia con el poder, y otros en los que esta distancia es menor. Una mayor distancia al poder genera una mayor formalidad en el trato entre las personas, y la aparición de múltiples títulos delante del nombre (¿Tal vez en mi currículum debería poner «Diplomado Pablo Vergara»?). También hace que la gente sienta la necesidad de tener una dirección clara, de que le digan exáctamente qué tiene que hacer y como, y que se sean un poco más tímidos a la hora de dirigirse a sus jefes en el trabajo. Probablemente a los jefes tampoco les gustaría que los empleados hiciesen como en España, que uno puede acercarse y decir «Pepe, me parece que esto no lo estamos haciendo bien», si bien España tampoco es uno de los paises donde hay una corta distancia al poder.

Sí que hay en España un gran miedo a la incertidumbre. A los españoles nos gusta saber qué va a pasar mañana, y pasado mañana, y al otro… tener estabilidad. Para ello elaboramos un montón de leyes que ya casi regulan hasta como tenemos que cepillarnos los dientes… y luego nos las saltamos a la torera. En ese sentido, creo que hay menos diferencias con respecto a Ecuador, aunque creo que al ecuatoriano no le preocupa tanto como a nosotros correr riesgos. «Ya mismito llego» es una expresión que significa que llegaré en un tiempo indeterminado, que puede ser entre cinco minutos y nunca. También me da la sensación de que necesitan menos leyes que nosotros, probablemente porque son más «autosinceros» y son capaces de reconocer ante si mismos que, de todos modos, se las van a saltar cuando sea necesario. Así que… ¿para qué molestarse en hacer leyes que no se van a cumplir? Un ejemplo de esto son las señales de limitación de la velocidad. En España las hay a montones, y si no está la señal no pasa nada, porque sabemos que hay unas normas genéricas que limitan la velocidad dependiendo del tipo de vía en que uno se encuentre. Luego después, todos (o casi todos) nos saltamos los límites de velocidad sin remordimiento, y yo el primero. Sin embargo, la primera vez que cogí un coche aquí y me di cuenta de que no habían señales, me sentí un poco incómodo e inseguro.