Una vez más noto que el pasado me pesa sobre el corazón como una mochila muy pesada de la que no puedo librarme. El miedo a la soledad, a que no me quieran, a que me rechacen, a verme tan solo como me vi en mi adolescencia. Es la cicatriz más grave que tengo, seguramente porque es la herida que más me dolió.

Las heridas que más duelen son las del corazón.

Me da un poco de apuro escribir esta entrada, porque sé que algunos de los compañeros del PT leen por aquí. Tal vez se pregunten por qué no les hablo de todo esto directamente a ellos. Probablemente debería hacerlo, pues después de ello, me tranquilizarían y me sentiría mejor. Hace ya mucho tiempo que soy consciente de que el dolor que me causa esta vieja cicatriz no está fundado en una lesión auténtica. De hecho, ni siquiera sirve como aviso para que tenga cuidado y desconfíe, porque aparece precisamente ante la gente de la que no debo desconfiar. Pero me duele como si fuese de verdad.

Ahora que estoy planeando mudarme de casa, tengo miedo de que los compañeros del PT me rechacen y me digan que no quieren mi ayuda, puesto que ya no vivo con ellos. Arrastro la creencia de que en realidad soy una persona sin ninguna habilidad destacable, totalmente prescindible y que incluso a veces estorba un poco. Creo que soy un metepatas que comete errores imperdonables sin cesar. Me parece que no he hecho nada relevante en la vida, y que no tengo nada que aportar. Me siento totalmente prescindible, me siento solo. ¿Por qué deberían soportarme las personas que no tienen obligción de hacerlo? Creo que perderé el privilegio de ser parte de algo si no me pliego a todo lo que se me pide, a las necesidades de los demás, por encima de las mías propias, y que el precio de preocuparme por mi mismo será verme solo.

No es tan raro que me sienta así. Ya me ha pasado antes. Durante mi adolescencia, cuando era tan torpe que no sabía comportarme como se esperaba de mí, y tan débil que no era capaz de decirle a todo el mundo que me importaba un pito si hacía bien o mal las cosas según ellos. Cuando decidí que ya no podía seguir viviendo plegándome a las exigencias de otros y me vi expulsado de mi propia vida por quienes se suponía que tenían que ayudarme en los momentos difíciles.

Sin embargo, esto no ha sido una constante. Hay gente que me aprecia, que le gusta la forma en que hago las cosas, que me ha reconocido públicamente mis habilidades y mi valía, y que cuando, por un motivo u otro me he tenido que alejar de ellos me han dicho «regresa cuando quieras, aquí te estaré esperando». Cuando me siento así, como me estoy sintiendo estos días, puedo recurrir a estos amigos y ellos me tranquilizan, me hacen ver que no tengo motivos para sentirme mal, y que, en el peor de los casos, si mis miedos se realizasen, tampoco perdería tanto. Luego el tiempo pasa y veo que no pasa nada, que el número de amigos crece, e incluso que la gente que me rodea me aprecia más si manifiesto lo que necesito y tengo fuerza para centrarme en ello, porque eso demuestra personalidad propia.

Siempre acabo encontrando a la persona que tiene las palabras justas para aliviarme. Soy muy afortunado. Me siento muy agradecido.

El miedo que siento es también el motivo de que no hable con las personas que provocan ese miedo. En primer lugar es algo tan irracional que, si lo explico no lo entienden, y a lo máximo que llegan es a decirme «puedes hacer lo que quieras», cosa que, filtrada por el dolor de esta cicatriz se convierte en «no me importa que te vayas, eres prescindible». En segundo lugar, porque tengo pánico a que me digan «me alegra de que te hayas dado cuenta de que estorbabas, así las cosas son más fáciles para todos».

Siempre digo que todas las personas transexuales estamos «tocadas» de un modo u otro. A veces la gente me pregunta cual es mi tara exactamente… Es esta. El miedo al rechazo, a que todo el mundo me de la espalda de manera simultanea y me quede totalmente solo. Hace más de 10 años que eso no ha pasado, pero sólo imaginarlo me duele tanto como si fuese real de nuevo. Me gustaría ser capaz de controlarlo, pero de momento a lo único que llego es a intentarlo de manera infructuosa. Menos mal que tengo amigos.

Quiero aclarar que en realidad nada de esto tiene que ver con la gente del PT o de la Casa Trans… a quienes considero como una segunda familia. Esto va de mí, de mis miedos y mis fobias sociales. De mis pajas mentales. Quizá precisamente el haber sido tan bien tratado es lo que está haciendo que me preocupe aún más la posibilidad de perderles.