Ayer fui con dos de los compañeros a ver la basílica de Quito. Yo pensaba que era la catedral, hasta que al final del día, por la noche, me sacaron de mi error. Nunca me he sentido tan extranjero como me siento aquí… Seguro que a los nacionales les entran ganas de venderme el equivalente a la sangría hecha con polvos que los españoles vendemos a los ingleses.

Divagaciones sangrieras a parte, la basílica de Quito es impresionante. Es un edificio enorme, pero la ligereza de su forma hace que esa inmensa estructura no se vea como un mazacote de piedra, sino como… como… bueno, no conozco la palabra adecuada para describirlo.

La basílica es de construcción neogótica, y aún no está terminada. Se trata de un edificio de tres naves, con girola y bóvedas apuntadas, con arcos esbeltos, que uno se pregunta como es posible que se mantengan en pie. Cada una de las columnas que hay alrededor del altar tiene una estatua, desconozco de quién, y alrededor de la girola polilobulada hay una sucesión de espléndidas vidrieras de colores que muestran diversas escenas del nuevo testamento. En el fondo de la basílica, sobre el coro, hay un gran rosetón.

Además de lo que es la basílica en si, es posible subir a una de las torres y contemplar una maravillosa vista panorámica de Quito, además de ver con más detalle las otras torres, la estructura de la basílica, etc. Lo mejor fue poder subir hasta el coro y ver de cerca el inmenso rosetón.

Una de las cosas que me llamaron mucho la atención fue que en el interior de la basílica habían tiendas… Una tienda de souvenirs y una cafetería. En la parte baja de la catedral, como si fuesen los bajos de un edificio cualquiera, habían locales comerciales normales y corrientes. A mí me pareció un crimen horrendo contra tan bello edificio, pero… supongo que ese tipo de cosas forma parte de los encantos de Ecuador.