El primer día de las Jornadas (sábado, 6 de diciembre) tocaba levantarse temprano. La inauguración no era hasta las once de la mañana, pero nosotr*s habíamos quedado a las 9:30 para terminar de montar el Espacio Difuso, donde todavía quedaba bastante por hacer.
El Espacio Difuso era una actividad pensada como una especie de «tunel del terror», pero sin la parte del terror, claro. Se trataba de una sucesión de «espacios» distribuidos en forma de «U», en cada uno de los cuales se hacía una propuesta a los participantes. Habían dos puertas de entrada, una para «hombres» y otra para «mujeres». En el primer espacio habían percheros con muchas prendas de ropa, marcadas con tarjetitas blancas y negras. L*s participantes tenían que coger dos prendas y, en función de las prendas que cogiesen pasaban al siguiente espacio a través de la puerta marcada como «hombres», «mujeres» o «vaya usted a saber». En el segundo espacio había una presentación de Power Point que hacía un recorrido a lo largo de la historia de la moda, que mostraba como los hombres y las mujeres han ido alternándose en el uso de túnicas, calzones, faldas y pantalones, en ocasiones sin que hubiese ninguna lógica que explicase esta alternancia. También mostraba citas respecto a los atuendos masculinos y femeninos. ¡Había incluso una cita que aseguraba que llevar escotes y minifaldas provocaba graves problemas de salud a las mujeres! Digno de verse ese «power pint». Al tercer espacio se accedía a través de tres puertas: «hombres», «vaya usted a saber», «espera que lo piense», y «mujeres», a la elección de cada cual. A continuación, preparamos un pequeño laberinto en el que el recorrido iba variando en función a las respuestas que se diese a afirmaciones como: «me gustaría ser florista» o «soy muy inseguro». Estas afirmaciones forman parte del «Test de Minnesotta», que se ha utilizado durante mucho tiempo para diagnosticar la transexualidad, y que es, por demás, ridículo e insultante para todo ser humano en general. Finalmente las preguntas del test de Minessotta llevaban al visitante forzosamente a la puerta de «hombres» o «mujeres». En el cuarto espacio estaba la actividad de la discordia que uno de los componentes del grupo utilizó como excusa para dejarnos. Él se marchó dejándola colgada, pero, por suerte, la persona que más ha trabajado en el Espacio Difuso, y de cuya mente salió todo el invento que os estoy contando, se las apañó para terminarla como buenamente pudo… y le quedó bien. Era un video que mostraba como, poco a poco, las fronteras entre lo masculino y lo femenino se van viendo desdibujadas, y a mí me gustó mucho. También en el mismo espacio había un libro «Jo y el vestido rojo», que es un cuento infantil que escribió un profesor alemán de diseño gráfico sobre una niña trans. El libro no está traducido ni publicado en España, así que nosotros lo tradujimos con permiso del autor e hicimos una edición muy bonita en papel plastificado, ideal para ser tocado por mucha gente. Decorando las paredes, se veían varias afirmaciones que suelen atribuirse a las personas en función de su género. La puerta de salida esta vez era una cortina de flecos en la que ponía «yo» en varios idiomas. Finalmente, el quinto espacio tenía un papelógrafo en el que cada cual podía escribir su experiencia, y la puerta de salida era una sola, grande, que ponía «seres humanos».
Si os parece complicado de describir, imagináos lo complicado que fue montarlo. ¡Pero al final lo conseguimos! Y aunque nos perdimos una buena parte de la inauguración, llegamos para ver el final.
Entretanto, A. nos llamó para pedir ayuda, pues estaban habiendo problemas. ¡No se permitía la entrada a hombres! La cuestión de la entrada de los hombres, que nunca estuvo clara, al final se estaba resolviendo de la peor manera posible, puesto que se estaba rechazando en la puerta de entrada a hombres que no sólo habían pagado la inscripción, sino que habían viajado desde lejos para asistir a las Jornadas.
¿Qué puedo decir de esto? Si digo que me parece una medida sexista y retrógrada, completamente incomprensible, que deja al feminismo a la altura del betún, me quedo corto. Si digo que me pareció muy indignante, me quedo corto. Si digo que, como mínimo, podían haber avisado a los hombres de que se les iba a rechazar con anterioridad, me sigo quedando corto. Lo único que sí que puedo decir es que, en mi opinión, eso supuso la imposición de la voluntad de unas pocas personas carcas y retrógradas sobre el deseo de la mayoría.
Me da un poco de vergüenza reconocer que he participado en unas Jornadas así. Igualmente, me da un poco de vergüenza reconocer que el motivo por el que se permitió la entrada a los hombres de nuestro grupo era que las mujeres de la Asamblea de Granada respondían por nosotros. Pero lo que sentí en realidad cuando entré al Palacio de Congresos no fue vergüenza, sino temor.
De repente me veía dentro de un espacio que me era abiertamente hostil, con unas 3.000 mujeres enfervorecidas, coreando eslóganes que a mí en ese momento me sonaban a fascitas y represivos contra todo lo masculino… lo que me incluía a mí.
Llegué a tiempo de escuchar a una cantautora dominicana, que con muy buena voz y sentido del ritmo cantaba canciones que me sabían a feminismo rancio y anticuado, a años luz de las ideas que nuestro grupo quería transmitir. Empezaba a tener la certeza de que nos habíamos equivocado de sitio hasta que Isabel Franc salió a hacer un monólogo de humor feminista (sí, aunque parezca imposible, eso existe) en el que comparaba el feminismo «tradicional», un poquito ñoño y relamido con las últimas tendencias de lo queer y el terrorismo postporno, o algo así era. Habló de libros como «Testo Yonki», «Devenir perra» o «Manifiesto puta», ninguno de los cuales he leido, pero que todos hablan de no binarismo (no sé por qué, parece que los títulos de más de dos palabras no son transgresores), y también de las peleas internas que tienen las feministas. De las dificultades del relevo generacional… Aunque también criticó la entrada de la masculinidad en el feminismo, y no me refiero a que no pudiesen ir hombres a las Jornadas, sino, simplemente, a que hayan mujeres que incluyan la masculinidad en su día a día, y tan contentas. De la participación de los hombres no le hizo ni falta hablar, ya daba por sentado que era normal que no pudiesen ir.
A modo de curiosidad, me gustaría añadir que Isabel Franc también dibuja comics, y que todas las mujeres que salen en ellos parecen tíos. Y los hombres, también parecen tíos. No sé a quién se atrevía a criticar. Pero al margen de todo esto, debo reconocer que el monologo fue divertido y, en general, me resultó muy adecuado porque estaba tocando todos los puntos de conflicto que se preveían para las jornadas de una forma muy jovial.
A medio día terminamos de encontrarnos tod*s l*s amig*s que habíamos venido para estas jornadas. L*s nombraría, pero temo dejarme a alguien fuera, así que baste con decir que éramos much*s. ¡Pero much*s! Y aunque los tres o cuatro hombres que estábamos en el grupo andábamos entre asustados, cabreados e indignados, estábamos contentos y animados. La cosa prometía.
Una de las características de estas Jornadas que aún no he mencionado es que cada hora habían entre 15 y 20 actividades (o más, no las he contado). Lo bueno es que también habían muchas participantes, por lo que seguramente iba a haber asistencia en todas partes.
Nosotros decidimos ir a la charla que dieron las Medeaks, que son un grupo del País Vasco de tendencia queer. En la sala habrían alrededor de 300 personas, y tod*s estábamos entusiasmad*s. Yo, que nunca había entendido demasiado bien las ideas de lo queer, en ese momento las entendí. Que nadie me pida que repita lo que dijeron, o que lo explique, porque no sería capaz, pero en ese momento, lo entendí.
Otra cosa que me pareció chulísima de esa charla fue que, mientras una persona del grupo iba hablando, el resto empezaron a cambiarse de ropa allí mismo, sobre la tarima del aula, y empezaron a vestirse de «drag king», que por si alguien se lo está preguntando, es lo mismo que la «drag queen» pero del revés. Más o menos. Cuando acabaron, todo el público estábamos alucinando pepinillos, aunque no estuviésemos de acuerdo con ciertos aspectos del discurso queer. Yo, con lo que me quedé fue con la idea de «hombres y mujeres diagnosticados al nacer», para referirse a… bueno, a las personas que «nacen hombre» o «nacen mujer» y así se quedan. Porque realmente es verdad, cuando un* nace, el médico dice «es niño» o «es niña», y ya está, te lo diagnostican y así te quedas. Luego algunos, cuando nos hacemos mayores, decimos que no estamos de acuerdo con ello, y entonces otro médico (o psicólogo) nos vuelve a diagnosticar para que a partir de ese diagnóstico podamos empezar a cambiar nuestros papeles legales y ser hombres o mujeres. Parece que de momento los médicos no saben diagnosticar otras cosas, y eso que las hay, lo que no deja de ser curioso.
Bueno, que me voy por los cerros de Úbeda (en realidad ya me he ido hace rato, porque esto más que una entrada de blog parece un viaje novelado).
Para la siguiente hora, el plan era asistir a la conferencia que se iba a dar en una «mesa central», en la que participaban Juana Ramos (una de nuestras amigas), Gracia Trujillo, y otra persona que, tristemente, no recuerdo quien era. También debe haber ayudado a que no recuerde quien fue el que yo mismo no pudiese ir, ya que en ese momento me tocaba turno en el Espacio Difuso.
Nuestras intervenciones empezaban al día siguiente, y yo empezaba a estar un poco nervioso. Había más gente de la que imaginaba y después de ver la rompedora charla de las Medeaks, lo nuestro nos parecía muy, muy suave.
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