El sábado a las 11 quedamos en el local donde teníamos guardadas las cosas. A saber: pancarta transparente, hecha con mucho mimo y cariño durante la tarde del jueves, un megáfono enorme que nos prestó otra asociación, batas de médico que no se quién nos prestó también (algunas eran de una de las organizadoras), panfletos fotocopiados en cuartillas amarillas, y pegatinas fotocopiadas en papel adhesivo, conseguidos «de estrangis», un par de sillas y una mesa de camping.

Nuestro presupuesto no era muy grande, pero entre unos y otros conseguimos un montón de cosas prestadas, y todo el que pudo aportó también los medios que pudo, o buscó amigos para que nos echaran una mano. Al final, a partir de un presupuesto muy reducido, habíamos conseguido preparar las cosas para hacer algo que esperábamos, quedase bien.

A las 11:30 conseguimos entrar al local. Una puerta cuya llave no teníamos nos impedía hacerlo antes. Por suerte en seguida localizamos a alguien que sí tenía la llave, y luego apareció otra persona que también la tenía, aunque lo ignoraba. ¡Que nervios! Con la mayor parte de las cosas allí dentro, al ver que no podíamos pasar, nos asustamos un poco.

Por fín logramos entrar. El retraso tampoco nos vino mal, porque la mayoría de la gente no llegó hasta que conseguimos abrir la puerta. Aunque, por otra parte, puestos a esperar, seguramente habríamos estado más cómodos sentados en una silla que no en las escaleras.

La cuestión es que poco a poco fueron llegando, no sólo las otras personas que estaban «en el ajo» desde el principio, sino también algunas amigas que se ofrecieron a colaborar con ciertos aspectos de «logística» que no habíamos podido resolver nosotros solos.

Llegamos al sitio donde habíamos pensado realizar el acto alrededor de las 12 de la mañana. Lo primero que vimos al llegar fue que ya había otro acto de protesta, y que, además, era mucho más grande que el nuestro, con un montón de medios, actividades de animación, globos para los niños, un equipo de sonido con altavoces más altos que yo… Era un acto contra la pobreza que organizaban varias ONG, y supongo que al ser más de una organización, por eso disponían de más medios. Pero lo cierto es que al lado de ellos los pobres éramos nosotros. Daban ganas de ir a pedir nuestra parte.

Lo cierto es que no hizo falta. Habíamos medio montado nuestro chiriguito en otra zona de la misma plaza, cuando empezamos a pensar que quizá sería bueno pedirles permiso para ponernos a su lado y así aprovechar un poco el tirón que tenían (realmente era un acto muy bien montado, muy vistoso), cuando una de las personas de allí vino a ofrecernos que nos acercásemos a donde estaban.

Volvimos a trasladarnos y nos colocamos en una zona próxima. La idea era empezar con un pequeño «teatrillo» (me parece que a esas cosas ahora se les llama «performance») en el que una persona hacía de psicólogo/psiquiatra (con bata de médico y todo) y otra de paciente. Detrás habían varios médicos más «supervisando» la acción. Cuando la primera parte acababa, uno de los médicos salía a explicar qué había pasado. Luego otro sacaba a nuevos pacientes de entre el público. Luego otro sacaba una conclusión. Finalmente, se leyó un manifiesto, y también recordamos a la última persona trans asesinada en España (Linsia C.C.), y luego salimos a hablar con la gente que había por allí, a repartir nuestras cuartillas, y a hacerles algunas preguntas de las del «test de Minessota».

Cuando íbamos a encender el megáfono, descubrimos que le faltaban dos pilas. Sin embargo, en el tiempo que tardamos en conseguir unas pilas nuevas, los del acto contra la pobreza nos prestaron su micrófono. Un micrófono estupendo, inalámbrico, gracias al cual se nos oía a través de los altavoces, esos que eran más grande que yo.

Yo no sé como lo hice, porque no me veía. L*s demás compañer*s lo hicieron genial. Entretanto, habían dos personas haciendo fotos, que, por cierto, les han quedado geniales, y otra más grabando un video. Había bastante público, formado en parte por amigos y amigas que vinieron a apoyarnos, pero también por personas a las que les había llegado la convocatoria, y algunos que pasaban por allí y se interesaron.

Una vez que dimos el acto por terminado decidimos ir a tomar una cerveza en algún bar cercano. Fue una gran idea, ya que nos sirvió un poco como «broche de oro». Había muy buen ambiente y se notaba que todos estábamos contentos de como habían salido las cosas, a pesar de que en cierto modo el otro acto nos había eclipsado un poco. Pero también nos habían prestado medios y eran un foco de atención para la gente que pasaba, así que tenía sus pros y sus contras la cosa.

Ahora toca el proceso de «post producción», o algo así. Subir las fotos al blog del acto, montar el video, enviarlo a la Red, desde donde piensan hacer un montaje con el material de los actos que se han celebrado en todo el mundo. Al final creo que fueron 40 ciudades y 200 grupos los que se han adherido a la causa.

En general, lo pasamos bien, y conseguimos hacer algo chulo con el poco tiempo, dinero y personal del que disponíamos. Sin embargo, lo que más me ha gustado, lo que más bonito me ha parecido, no ha sido eso. Lo que más me ha gustado es que entre tod*s los que hemos colaborado, tan sólo tres somos trans. El resto, no, pero allí estaban, apoyando, colaborando en todo lo que podían, para una guerra que en el fondo no era suya. O quizá sí que era suya, porque la patologización de la transexualidad es la patologización de la diferencia. Es decir que si no eres como todos, eres un enfermo, tienes un trastorno de la personalidad. Y, al mismo tiempo, todos los seres humanos somos diferentes los unos de los otros.

A veces escucho decir que no existen las buenas personas. Quienes opinan eso siempre me hacen sentir una cierta compasión. Por una parte, porque significa que ellos mismos no se ven como «buenas personas», y por otro lado, porque no deben haber conocido a la gente adecuada. Sí que existen las buenas personas, y yo conozco a unas cuantas.