Es curioso como funciona el Síndrome de Estocolmo. Las personas que han sido secuestradas llegan a desarrollar una empatía tal con sus secuestradores que terminan defendiéndolos. En realidad no es que fuesen malos, simplemente, tenían sus motivos.

Entre las personas transexuales existe también una especie de «Síndrome de Estocolmo». Estamos tan contentos simplemente de que se nos de tratamiento médico al cargo de la Seguridad Social, como si fuésemos personas normales que pagan sus impuestos (y sin tener remordimientos por los pobres desdentados a los que la Seguridad Social aún no les cubre más que las extracciones), y de que incluso hayan leyes que reconozcan nuestra existencia, que casi nos da igual como nos traten.

No solo eso… somos gente de nuestro tiempo y pensamos como tales. Al igual que una gran parte de la población cree que las personas transexuales somos enfermos que han de ser diagnosticados y tratados, una gran parte de las personas transexuales también lo creen. Y, cuando uno se convierte en enfermo puede ocurrir que el médico se convierta en una especie de chamán místico que tiene acceso a una sabiduría inabarcable, y cuyas artes curativas son inaccesibles a nosotros, pobres ignorantes.

Aunque parezca mentira, todavía quedan muchos médicos que no explican a sus pacientes con pelos y señales qué van a hacer con ellos. Por ejemplo, hace unos días, leía en un foro que el Dr. Cavadas prometía que era capaz de hacer una operación de faloplastia en la que garantizaba sensibilidad. Lo que no había explicado a supaciente en potencia era cómo iba a lograr que un colgajo de músculo tuviese sensibilidad sin las terminaciones nerviosas necesarias para ello.

En el tratamiento de las personas transexuales, el chamanismo mágico de los médicos está a la orden del día, mucho más que en otras ramas de la medicina. Yo, que por desgracia, he tenido que pasar por las consultas de diversos médicos para temas muy graves, jamás había visto que se tratase a los pacientes con semejante opacidad. Tengo la teoría de que eso se debe a que se nos considera como «enfermos mentales», y por tanto, con nuestro entendimiento disminuido. Puri, probablemente, debe saber mucho mejor que yo como se siente uno cuando los médicos te tratan como si fueses imbécil sólo porque piensan que tu capacidad intelectual no está a la altura de la de ellos (o a lo mejor los médicos que la tratan a ella están más «evolucionados»).

La cuestión es que ese «no lo van a entender» que nos transmiten los médicos, es plenamente asumido por los pacientes. Es más, el criterio de los médicos, especialmente de psicólogos (¡pero si esos no son ni médicos!) y de los psiquiatras, acaba convirtiéndose en un baremos para las propias personas transexuales.

Así, conversaciones como esta, son de lo más habitual:

– Fulanito tardó un año y medio en que le dieran el informe.

– Tsk… Es que la psicóloga no da el informe a menos que esté completamente segura. Algo estaría viendo que necesitaba indagar. Por algo sería.

– Sí, supongo que sí. En el fondo Fulanito es un tío raro. ¿Sabes que le gustan las flores y tiene el balcón lleno de geranios?

También se crea otra variante de «conversación» que es aquella en que se compara «quien la tiene más corta». La espera para que le den el informe, claro.

– Uffff… llevo ya nueve meses esperando, y no le veo el final a esto.

– ¿Nueve meses? ¿Por qué? A mi me lo dieron en 6. ¿Qué le has dicho a la psicóloga?

– ¿Yo? Pues no sé… hago test…

– Algo tiene que estar viendo, pero tú tranquilo que ya verás que al final…

Un tercero interviene en la conversación.

– De tranquilo nada, que yo voy ya para los dos años y aquí estamos.

Las miradas de los demás se clavan en él con compasión, mientras tratan de imaginar cuales son los defectos que están retrasando la entrega del codiciado informe. ¿Tal vez un oscuro secreto del pasado? ¿O quizá resulta que no es más que una lesbiana muy machorra que se ha confundido y ahora de repente cree que es un hombre? La intervención de una cuarta participante en la conversación hace que el momento incómodo pase.

– Pues yo no sé por qué os quejáis tanto. A mí me fue muy bien. En cuatro meses ya lo tenía… con lo amables que son y lo bien que nos tratan…

Así es, damas y caballeros, lectoras y lectores… El tiempo que tardan en darte el informe no es sólo un incordio para el que lo sufre, sino que, entre las personas transexuales, llega a convertirse en un indicativo de «como de transexual eres». Si eres un buen transexual, te lo dan enseguida. Si eres un transexual de segunda categoría, tardan años. Cuanto más tarde te den el informe, menos credibilidad tendrás entre las personas transexuales, y mayores serán las sospechas de que en realidad, no eres transexual.

Yo lo veo del revés. Cuanto más tiempo necesita un «profesional» (son profesionales porque cobran por su trabajo) para dar el informe, mayor indicativo de lo poco eficiente que es. ¿Os imagináis lo que ocurriría con un albañil que tarda una semana en levantar una pared, si hubiese otro que levantase la misma pared en un día? La persona que es transexual, lo es desde el primer día que entra en la consulta. ¿Cómo es posible que alguien que se llame a si mismo «profesional» y «experto» necesite un año, dos, o incluso siete o diez para evaluar a una persona? ¿No debería ser esa persona apercibida por derrochar los recursos de la Seguridad Social, haciendo que se colapsen las listas de espera de manera inecesaria?

Bueno, yo ya lo tengo claro. Dentro de unos años, cuando todo esto haya pasado y me pregunten cuanto tiempo tardaron en darme el informe, yo diré:

– ¿A mí? Muy poco. Fíjate que yo tenía la primera cita un martes a las 11:00, y a las 10:30 ya estaba en la endocrina pinchándome…