Pues nada, que ya he estado otra vez en la psicóloga… Menudo coñazo, oye. Pero esta vez… esta vez creo que estoy viendo el final del tunel.

No quiero hacerme ilusiones, porque estoy harto de ver como la gente va allí con la esperanza de que por fín le darán el dichoso informe y se vuelve a casa con un chasco y las manos vacías.  Sin embargo, esta vez he notado algo distinto.

Antes de empezar a contar como me fué, tengo que recordar que en la última cita, la psicóloga me dijo qué era lo que quería oir y por qué tenía dudas respecto a mi diagnóstico. Recordemos que, dada mi edad (voy a cumplir 30 años la semana que viene, lo que significa que aún tengo 29), tan sólo puedo encajar, según ella, en un tipo de transexualidad, que es la que se ha desarrollado desde el inicio de la infancia, se arrastra durante toda la vida, y es muy difícil de ocultar. La duda estaba en que, según mi madre, a mi nunca se me había notado nada, e incluso me gustaba hacer «cosas de chicas». Que lo había ocultado demasiado bien.

Yo no esperaba que mi madre dijese nada distinto, porque, por una parte, esa era la impresión que yo quería darle a ella y a todo el mundo, y por otro lado, sí que es verdad que muchas cosas de las que hacía me gustaban. Casi todo, de hecho. Lo que no sabía era el efecto que tendría. En fin… al menos mereció la pena.

Ya he hablado largo y tendido de por qué hice las cosas que hice, y por qué me gustaban. Porque se me reforzaba ese comportamiento, porque quería gustar a mi familia y a mi pareja, porque quería tener amigos, y porque en realidad, me gusta tener buen aspecto y saber que causaré buena impresión en los demás cuando me miren. Tampoco es que tuviese muchas más opciones.

Mis motivos para ocultarme, el modelo de transexualidad que me ofrece la psicóloga, y sus dudas respecto a mi, son cosas perfectamente compatibles. Hay muchas personas transexuales que no encajan en ese modelo, pero yo sí lo hago, o puedo llegar a hacerlo. Sólo me falta pulir algunos detalles.

De modo que, sabiendo lo que me iba a preguntar en la siguiente sesión, tenía tres semanas para pensar las respuestas que le iba a dar, cómo se las iba a presentar, y a qué conclusiones quería yo que llegase ella. Lo cierto es que, no sé si soy muy listo, o, simplemente, ella quería que yo supiese lo que buscaba y tuviese tiempo para reflexionar sobre ello. Si no hubiese pretendido que yo tuviese una orientación, no me la habría dado… Definitivamente, cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que no es el tipo de persona a la que «se le escapan las cosas». Dice justo lo que se propone, y cuando no quiere hablar de algo, te corta muy secamente, de modo que es muy probable que quisiese darme margen para que me preparara.

Lo pretendiese ella o no, yo llevaba hechos los deberes. Estas semanas he recordado un montón de detalles y de anécdotas para contar (¡además de las que ya he contado aquí!), y lo llevaba todo bien repasado para no dejarme nada en el tintero. Ejemplos concretos para explicar situaciones concretas. Nada de «yo me sentía… yo pensaba… yo creía…»

La primera novedad es que esta vez no me hizo ningún test. Y no es que se le hayan acabado. Un chico que conozco, que lleva más o menos el mismo tiempo que yo, ha hecho un test que a mi no me ha pasado. También es verdad que él no ha llevado a ningún pariente, de modo que es posible que la psicóloga considerase que con él necesitaba un test, pero que conmigo ya tenía material de sobras para trabajar. La otra posiblidad es que se haya dado cuenta de que ya he calado el funcionamiento de los tests y haya decidido que a un paciente que sabe distinguir la respuesta correcta no merece la pena darle más cuestionarios.

Como sea, esta vez hicimos una entrevista en toda regla, a partir de las respuestas de mi madre. Fue estupendo, porque no me dijo nada que no esperase, y a todo tenía una respuesta. Por ejemplo, mi madre tenía la teoría de que mis compañeros del instituto no me acosaban por verme poco femenina, sino porque tenía sobrepeso. Respuesta: mi apodo entre los compañeros era «Iñaki», así que no necesité que me dibujaran un esquema para entender cuales eran los motivos del acoso. O bien, mi madre dice que nunca había notado nada hasta hace un año o así. Respuesta: supongo que el hecho de que tenga mi habitación decorada con arcos y espadas no le dió ninguna pista… La conclusión a la que yo quería que la psicóloga llegara era a que puede que mi madre no notara nada, pero notarse, se notaba.

Esto nos llevó a otro punto. ¿Por qué mi madre dijo todas esas cosas? ¿Creía yo que era para perjudicarme? Por supuesto, a mi no se me ha pasado nunca por la cabeza que mi madre quisiera perjudicarme en nada, a parte, creo que un razonamiento de este tipo se habría podido ver como síntoma de una cierta «manía persecutoria».

Me encargué de dejar muy claro que, en mi opinión, si mi madre había dicho todo eso no era por perjudicarme, sino todo lo contrario. Creo que todas las madres tienden a idealizar a sus hijos, a ver todo lo bueno que hay en ellos, corregido y aumentado, y a ignorar los defectillos o defectazos que puedan tener. Así son las madres. Por eso las madres de los asesinos más crueles van a visitarlos a la cárcel.

Después me pidió que le contase como había vivido yo todo esto, desde el principio. Hasta ahora habíamos estado mirando periodo concretos, partes, aspectos… fotografías parciales, pero en esta ocasión me pidió que le presentase el cuadro entero, probablemente a ver si las piezas que le estaba pasando, encajaban entre si. Esto también me lo había «preparado», así que le expliqué de corrido mi vida en verso, desde que tenía uso de razón, hasta que esa mañana había desayunado café y tostadas con mantequilla y mermelada, porque el desayuno es la comida más importante del día.

He olvidado, entre tanto, que en la consulta había una padawan, una de las psicólogas en prácticas. Cuando acabé de contar las cosas, Trinidad cedió la palabra a su padawan, por si pensaba que había que aclarar algo más, y la chica me preguntó por la relación con mi padre. Eso no me lo había preparado tan bien, pero aún así, también tuve un montón de cosas que contarle… ya había cogido carrerilla y estaba sembrado.

Lo mejor de todo fue que, cuando acabé de hablar, Trinidad expreso en voz alta la conclusión que ella sacaba de todo eso… Que fue justo la conclusión a la que yo quería que llegara.

Pero aún había otro punto que yo quería que ella viera, y del que no me había hablado. Yo hago vida de hombre (lo que ellos llaman «test de vida real», como si lo de antes hubiese sido una broma o algo así), y sé que eso se considera muy importante a la hora de  dar un diagnóstico de disforia de género. Por eso le conté mi vida hasta prácticamente el momento que había atravesado la puerta de la consulta, ya que quería decirle eso, aún cuando ella no me había preguntado.

Fue un acierto, ya que, una vez que lo otro estaba más o menos «resuelto», empezó a preguntarme sobre mis experiencias haciendo «vida real». A medida que le había ido resolviendo las cuestiones que quedaban pendientes de la entrevista con mi madre, yo notaba que ella me iba tomando más en serio, y por primera vez me ha tratado firmemente en masculino. Hasta la sesión anterior había alternado femenino, masculino y neutro, poniendo mucho cuidado en fingir que «se le escapaba». Finalmente no me quedó más remedio que hacer algo que no me gusta: pedirle que me tratase en masculino. No me gusta hacerlo porque si lo tengo que pedir, me da la sensación de que mis actos no lo demuestran… pero cuando alguien ya empieza a ser demasiado descortés para mi gusto, no queda otro remedio.

Como decía, me llamó la atención que a medida que íbamos avanzando, había abandonado esa actitud cautelosa al utilizar el género para referirse a mí, y ya hablaba firmemente en masculino. Pero cuando le expliqué que vivo en todos los sentidos como hombre, y le conté alguna anécdota (por ejemplo, la sorpresa de la gente que me llama por teléfono) noté que estaba claramente impresionada. Y la padawan también.

Más que eso, de repente habíamos pasado a un enfoque de «analizar el pasado» a un enfoque hacia prever el futuro, aunque desde la perspectiva de que no estaba buscando nada que fuese nuevo. Para mi hormonarme no sería el pistoletazo de salida para empezar una forma de vivir diferente, sino la guinda del pastel. No necesito plantearme si me gustará o no, o si tendré problemas a nivel social y afectivo. No puede decirse que viva en un mundo de fantasía, soñando con cosas que puede que no sean ciertas.

También tengo que decir que nunca me planteé si me gustaría o no, pues tenía la seguridad de que sí. Pero me temo que los psicólogos, cuando se trata de estos temas, no confían en las «intuiciones» o «previsiones» de los pacientes. Muy mal por ellos.

Las tres semanas de preparación (también he estado estudiando ¿eh?) me han resultado muy útiles. Controlé la entrevista, dije lo que quería decir, cuando lo quería decir, hice que se trataran todos los puntos que quería tratar, y consegui que la psicóloga llegase a las conclusiones que yo quería hacerle ver.

Finalmente, hay un detalle tonto, la típica cosas que, cuando la piensas, te dices a ti mismo que estás empezando a hacer montañas de granos de arena, o castillos en el aire, sin base ninguna. Y es que cuando me anotó para la próxima cita, en lugar de poner los dos apellidos y ningún nombre, como hace siempre, puso el nombre y el primer apellido. Aclaro… no el nombre legal, si no mi nombre, Pablo.

De modo que me estoy haciendo ilusiones… de forma más o menos justificada. Como se va de vacaciones en septiembre, tendré que mantener la incertidumbre hasta finales de octubre, y todavía contento, que a mi amiga, la que consigue que le den las citas super pronto, le ha dado para el 11 de noviembre (¡Noviembre!) Yo la he conseguido antes gracias a que me coincide con la visita a la endocrina…

Si no me da el informe en esa sesión… bueno, no se va a acabar el mundo ni nada de eso, pero ya no sé qué más me va a decir. Es una putada porque no podré ir «preparado». Pero bueno ¿qué le vamos a hacer? Esto son lentejas.

Entre tanto, tampoco me viene tan mal que la próxima sesión sea dentro de dos meses y medio. Así podré concentrarme puramente en la oposición, que va a ser dentro de mes y medio, sin distracción ninguna. Sólo estudiar e intentar que los nervios por si suspendo no me vuelvan loco.