En ocasiones, personas que son perfectamente razonables, que convergen en puntos de vista fundamentales, que podrían llegar a ser muy amigas, se llevan mal por… por… un algo indefinible. Es un desencuentro.

Cuando se produce el desencuentro es como si esas personas, de golpe, empezasen a hablar en idiomas diferentes. Cuando se produce entre dos personas a las que considero mis amigos, no puedo evitar angustiarme. La experiencia me ha enseñado que cuando el desencuentro se produce, al final tendré que escoger entre uno u otro de los «desencontrados».

Empiezo a darme cuenta de que tomo aprecio a la gente con mucha velocidad. Mis criterios para ello son sencillos, porque yo soy simple. A penas tengo reglas para excluir, y admito las divergencias de opinión como lugares interesantes donde poder enriquecer mis propios puntos de vista. Los defectos son algo inevitable, que todos tenemos, así que no me interesan. Prácticamente lo único que me interesa es que los demás sean inteligentes, de mente abierta, generosos, y buenas personas en general.

Sí que tengo claro que uno de mis criterios de exclusión es que me exijan elegir. Cuando dos amigos se pelean, si uno de ellos me pide que escoga entre él o el otro, siempre sé que debo alejarme del que me lo pidió. Pero cuando llega ese momento, me duele. Lo peor es que normalmente puedo hasta prever quienes serán los que me planteen la elección. Entonces ¿por qué no me alejo antes de tener que llegar a llevarme un disgusto?

Creo que dentro de un tiempo, quizá un tiempo muy breve, alguien va a pedirme que salga de su vida, y eso me entristece, porque le aprecio. Sé que si me pide que haga eso, comprenderé que esa persona no merece el aprecio que le tenía. Sé que estar esperando a que eso ocurra no es bueno para mí.

Entonces ¿por qué me no me alejo yo desde ya, antes de que me pidan que me marche?