Hoy he conocido a una persona nueva. No me la ha presentado nadie, ni tiene relación alguna con nadie que yo conozca. Simplemente, nos hemos conocido.

Hemos tomado un café, y hemos hablado de cosas sin importancia. De lo que me gusta, de lo que le gusta, de las películas que hemos visto, de como nos llevamos con nuestros ex-novios, de las familias de cada cual…

No creo que esta persona que he conocido hoy vaya a llegar a ser alguien que deje una huella indeleble en mi vida. En realidad, no tenemos casi nada en común, así que, dentro de dos o tres cafés (si es que la casualidad quiere que nos volvamos a ver) es posible que ya no tengamos ningún tema de conversación. O sí ¿quién sabe? La bola de cristal no me funciona demasiado bien. Pero eso en realidad no es importante. Lo que es importante en realidad es que, cuando nos hemos despedido, mientras iba a mi casa, me he dado cuenta de que estaba totalmente relajado.

Durante tres o cuatro horas no he pensado en cuantos meses llevo llendo a la psicóloga, ni cuantos me quedan que ir. No he pensado en hormonas, ni en los plazos de la oposición, ni en el precio de los alquileres de locales, ni en lo que me puede costar un billete de avión + hotel a Las Palmas de Gran Canaria, que es donde me voy a examinar.

No he pensado en nada de eso. Solo en mi, en la otra persona, y en las cosas que nos gustan o no nos gustan. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan relajado… ya no me acordaba de lo que era no tener nada por lo que preocuparse.

Tengo la sensación de que, a partir de ahora, esos momentos de tranquilidad se irán repitiendo con mayor frecuencia. Cuando ya lo has hecho una vez, repetirlo se va volviendo cada vez más sencillo.