Debo considerarme afortunado por muchos motivos.

En primer lugar (y no sé si ya me hago pesado, pero no me canso de repetirlo) por tener unos amigos tan increibles. Quién tiene un amigo tiene un tesoro… y en ese sentido, mi capital es comparable al capital social del BBVA.

Los refraneros nos advierten de que no confiemos demasiado en nuestros amigos, ya que sólo en la adversidad podremos reconocer si realmente se merecen ser llamados así o no. Casi todos llevan implícita una pesimista advertencia: que en realidad, la mayor parte de las veces, los que creíamos que eran amigos, nos fallan.

En mi caso eso no ha ocurrido. No sólo no me ha fallado ninguno, si no que han aparecido de donde no me lo esperaba. Una y otra vez no dejo de sorprenderme de lo maravillosas que son las personas que me rodean, incluyendo las que están «virtualmente» cerca, a través de la red, y me pregunto que habré hecho para tener tanta suerte.

(Y sí, Javi, que sepas que esto también va por tí y por Maria José)

También me he dado cuenta de que soy afortunado por tener algo que, al parecer, a mucha gente le falta. Emociones. Cuando enciendo la televisión (cosa que no ocurre a menudo) me doy cuenta de que todos los anunciantes pretenden lo mismo: vender sentimientos, sensaciones, algo que nos haga pensar que este día ha sido especial.

Yo siempre tengo la sensación de que cada día es especial. Aunque en realidad no ocurren grandes cosas en mi vida, y cuando me preguntan como me va, lo único que se me ocurre decir es: «psche, como siempre, todo sigue igual», es raro cuando no encuentro un detalle que me haga sentir bien.

Hoy conseguí encontrar aparcamiento en menos de 15 minutos (lo normal es media hora o más), y me llegaron por correo unas fajas que necesitaba con cierta urgencia. Fui a echar la inscripción de la oposción y no había cola en el banco ni en la subdelegación del gobierno. Cuando llegué a casa mi vecina me dijo que me había recogido unos libros que pedí por correo, y que habían llegado mientras estaba fuera, así que me he ahorrado trasponer a Correos, que está bastante lejos. La verdad es que no voy a poder leer esos libros hasta dentro de bastante tiempo, pero los compré porque estaban muy baratos, y me ha dado alegría que me llegasen. También fuí a comprar un traje… ¡mi primer traje masculino! Y las cinco personas que trabajaban en la tienda me identificaron como hombre sin dudar (debo aclarar que es una tienda que también vende ropa de mujer). Por cierto, encontré el traje, tirado de precio, y me quedaba bien.

La verdad es que no suelo hacer tantas cosas a lo largo de un día. Normalmente sólo estudio y miro un par de veces mis foros de juegos de rol. Pero aún así, casi siempre encuentro algo por lo que alegrarme: una tirada de dados afortunada, un mail de alguien que conozco, o un test que me sale tan bien como tenía previsto.

Es otro motivo por el que puedo decir que tengo suerte: soy capaz de controlar mis emociones y, simplemente, sentarme a estudiar. No es algo muy divertido, ni una habilidad demasiado interesante, de esas de las que puedes presumir. Pero es util.

Y tengo esperanza. De vez en cuando me descubro pensando que quizá cuando mi madre me acompañe a ver a la psicóloga, hablar con ella le suponga una diferencia. Quiero creer las cosas pueden cambiar y acabarán haciéndolo tarde o temprano. Que no hay mal que cien años dure, y que pronto todo empezará a solucionarse.

En fin… las cosas no son perfectas, pero es que, en realidad, nunca lo son. Todo el mundo tiene problemas, y no todos tienen tantas ventajas. No me puedo quejar.