Ayer tuve una nueva visita con la psicóloga. Mientras esperaba en la consulta, y, como viene siendo habitual, los pacientes nos orgánizábamos para saber quién va después de quién y cuanto tiempo nos va a tocar esperar, más o menos, la persona que había llegado antes que yo, dijo: «después de nosotros, le toca a esa chica», refiriéndose a mi.

Lo cierto es que el ambiente en la sala de espera de esa consulta es extraño, ya que todos los que vamos estamos en la misma situación. Las dos personas que estaban delante de mi, parecían claramente dos mujeres. Vestían, hablan y se comportaban como mujeres. Pero se refirieron a si mismos como «nosotros», así que al menos una de las dos personas no debía serlo. Entonces, cuando se refirieron a mi como «ella» ¿me veían claramente como mujer «biológica», o me tomaron por una chica transexual? La verdad es que la situación me resultó un poco perturbadora. No sabía que pensar y me sentí bastante inseguro sobre mi mismo.

Al cabo de un rato, vi a la psicóloga y me pasó otro test. Esta vez para hablar de varios temas en general. Las relaciones con la familia, los amigos, y en el ámbito laboral. También sobre religión, mi historia de enfermedades mentales (y la de mi familia), y consumo de drogas, tanto legales como ilegales. Nueva cita para el mes que viene.

Cuando salí, noté de nuevo esa sensación de vacío, de impotencia, que he aprendido a asociar con el comienzo de una nueva fase de «bajón». Otra vez a contar semanas en el calendario, esperando a la próxima cita. Al mismo tiempo, no para de darle vueltas a los motivos por los que, cuando estoy en la sala de espera de la psicóloga, me suelen identificar como chica.

Sin embargo, algo bueno debe estar pasándome por la cabeza. Normalmente, lo que hacía en estos casos era tratar de pelear contra todas estas ideas, que no me ayudan para nada, y tratar de que no me afectaran mucho. Pero en esta ocasión, simplemente pensé que si lo que necesitaba era sentirme mal por nada… pues adelante. Entre tanto, tenía cosas que hacer.

Y tengo muchas cosas que hacer. Para empezar, aprovechando la semana santa, quedé con unos amigos de Málaga a los que normalmente no puedo ver porque cuando voy están trabajando. Pasé la mañana con ellos y me llevaron a ver la ciudad. Yo estuve viviendo allí hace 10 años, y las cosas han cambiado tanto que me costaba reconocer los sitios. Algunos, como la cabina en la que una vez trataron de robarme la cartera mientras llamaba a mi madre para decirle que había llegado bien, sí que estaban igual, otros, irreconocibles. Tras media hora sentado en la terraza de un bar, reconocí la plaza en la que nos encontrábamos, como el sitio en el que estaba el kebap en el que comía algo cuando salía de marcha (el kebap ya no estaba). Y así en todas partes, como teniendo «flash backs». Fue muy divertido.

Por la tarde quedé con el grupito de amigos para jugar, y una vez más, nos lo pasamos como los indios y sin problemas.

Esta mañana, cuando me he levantado, he pensado en un montón de cosas. En primer lugar, me he acordado de lo bien que lo pasé ayer. También me he acordado de que tengo las oposiciones a dos meses vista y después de semana santa tengo que ponerme a estudiar como si me fuera la vida en ello (que casi, casi), y que tengo que hacer algunas cosas en casa, como congelar el puchero que hice el lunes… Después de un buen rato me he dado cuenta de que, a diferencia de otras veces, el día siguiente a la visita con la psicóloga, esta no era el centro de mi atención. No es que haya perdido de vista la cuestión, pero empiezo a relajarme.

Y eso se debe a que poco a poco estoy empezando a tener una vida real, en la que realmente soy yo. Independientemente de que una psicóloga tenga a bien hacer un informe con un diagnóstico diciendo que soy lo que soy. Parece que en realidad para conseguir cosas, no dependo más que de mi mismo.