«Escriba mi nombre con una S», es uno de los reatos incluido en el recopilatorio «Sueños de Robot» de Isaac Asimov. Cuenta la historia de un hombre que va a pedir consejo a un vidente sobre cómo mejorar su vida. El vidente, que en realidad es un científco que prevé el futuro usando las matemáticas (sería el primer psicohistoriador imaginado por Asimov), le recomienda cambiar la primera letra de su apellido, Zevatinsky, por una «s», convirtiéndolo así en «Sevatinsky». El resultado de este cambio de letra es que el tal Zevatinsky/Sebatinsky logra trabajar donde quería, de de paso, se evita una guerra nuclear.
Más de una vez me han comentado con cierta sorpresa lo mucho que me gusta mi nombre, y lo bien que me he adaptado a él. Hoy quisiera hablar un poco de ello, en honor de Asimov.
En los posts «Onomástica (I, II y III)» daba un repaso a los diferentes nombres que podía elegir, pero lo cierto es que hace ya bastantes años que siento que Pablo es mi nombre auténtico. Por supuesto, pasar de un sentimiento o deseo a la realidad es bastante complicado, al menos cuando hablamos de cambiar de nombre. Y es que a la pregunta: «¿quién eres?» la respuesta habitual suele ser: «soy Fulano». Nuestro nombre representa nuestra identidad, y, sobretodo, deja muy clara nuestra identidad de género. Son pocas las personas que llevan nombres ambiguos, como Andrea, Alexidis, Reyes o Indiana.
¿Nunca habéis dicho cosas del tipo «soy capaz de hacer esto como que me llamo Mengano»? ¿Qué pasa si de repente te das cuenta de que llevas toda la vida usando un nombre que no es el adecuado?
Uno de los primeros pasos que solemos dar las personas transexuales (no todos, pero sí muchos) es escoger un nombre que nos guste. No necesitamos comunicárselo a nadie, simplemente lo tenemos, lo llevamos dentro, y recurrimos a él si sentimos que nos faltan las fuerzas, aunque sólo sea susurrándolo para nosotros mismos.
Y es que, cuando vives encerrado en tu propio cuerpo (que es la cárcel más pequeña que jamás se haya inventado, y, además, portátil), y toda tu masculinidad o femineidad se concentra en una sola palabra, te agarras a ella como un naufrago a un flotador. Lo que se siente la primera vez que alguien se atreve a usar tu nombre delante de ti (en mi caso, el primero fue mi amigo Gerard, también conocido como «Eruni». Ese día iba bastante fumado, y que desde entonces no ha sido capaz de repetirlo) es simplemente indescriptible. Y no sólo la primera vez. Cada vez que alguien me llama Pablo, me sabe a victoria, y al mismo tiempo es como un abrazo, incluso noto en el estómago un cierto mariposeo, similar a lo que sientes cuando estás enamorado.
Para mi, el nombre es una de las llaves que abren la puerta de esta celda tan pequeña. Creo que muchos otros lo sienten igual. Y si a Zebatinsky le fue tan bien cambiar una sola letra ¿qué sorpresas no me traerá a mi el cambiar el nombre entero?
Comentarios recientes