Se dice que en la vida hay que hacer tres cosas: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Sin embargo, el hecho de tener el hijo y plantar el árbol no son las partes difíciles. Lo complicado es conseguir que crezcan (especialmente, los niños, que además, hay que educarlos y enseñarles a manejarse en la vida).

Con los libros pasa igual. Lo difícil no es escribirlos. Lo difícil es lo que viene después. Especialmente si eres como yo, que te crees que eres muy listo y decides liarte la manta a la cabeza y autoeditar.

En mi mente de escritor novato que se decide a autopublicar, me parecía que había dos cosas complicadas:

  1. La promoción del libro. Porque ya que me pongo a escribir un libro, me gustaría venderlo. Sin embargo, según dicen por ahí, vender un libro es muy, muy difícil. Según un experto en promoción editorial, en los EE.UU. lo normal es que se vendan unas 200 copias de cada libro publicado (lo que significa que habrá libros que vendan aún menos). Eso es en los EE.UU., con un mercado muchísimo más grande. En el mercado de los libros escritos en español, la cosa debe estar bastante peor.
  2. La edición del libro. Sobre ese tema, en mi cabeza tan sólo había un vasto páramo lleno del polvo de la ignorancia. Ni idea sobre qué hacer. Sólo sabía que quería publicar en Amazon. Que Amazon te da la opción de publicar en libro electrónico y en papel. Que incluso los libros electrónicos tienen una portada. Que los libros hay que corregirlos muchas veces (pero ¿cómo corregir lo que ni siquiera sé si está mal?). Que los libros hay que maquetarlos, y que «maquetar» no consiste en hacer réplicas en miniatura de los libros.
  3. La distribución del libro. Pero oye, para eso está internet. Y tengo una tienda online. Además, si no lo vendo, tampoco tengo que preocuparme por distribuirlo, así que he decidido que eso ya lo miraré más adelante.

Además, todo esto tenía que organizarlo yo. Escritor, experto en marketing, editor en jefe, corrector, distribuidor, maquetador, y alguna otra cosa más que desconozca. Ah, y sin presupuesto, porque todas estas cosas son mucho más fáciles si pagas a otra persona para que te las haga.

Como no sabía por dónde empezar, decidí empezar por dos sitios distintos: Google y mis amigos. A algunos amigos y amigas les envié copias del libro, con la esperanza de que lo leyesen y me ayudasen a corregir cosas. El libro tiene unas 500 páginas. Pedir a alguien que se lea semejante tocho para hacerte un favor, es pedir un favor muy gordo.

Mientras tanto, empezaba a googlear, y en blogs sobre como publicar en Amazon me enteré de que una cosa importante para poder vender el libro, incluso en Amazon, es la portada. No hay que juzgar los libros por la portada, eso lo sabemos todos, pero la realidad es que la portada es lo que da la primera impresión sobre el libro, y eso es aún más importante a la hora de comprar online, cuando no puedes tener el libro en la mano, abrirlo y ojearlo. Por otra parte, yo soy pésimo a la hora de hacer diseños visualmente atractivos, y aunque he mejorado un poco en los últimos años, en cualquier cosa que hago se nota muchísimo que soy amateur. Hasta el día de hoy, nadie me ha elogiado por mi desbordante talento gráfico, y eso que me he esforzado mucho por aprender.

Así que decidí que necesitaba aflojar la pasta y contratar a un profesional para que me hiciera la portada. La decisión fue difícil, porque tengo muchos amigos que habrían sido excelentes opciones, pero finalmente me decidí por hablar con Salvador Barroso, a quien conocí a raiz de su cómic de temática trans* Cárcel de Carne, y cuyo estilo de dibujo me encanta.

Por supuesto, la cosa no podía ser tan fácil como simplemente decir «quiero que me hagas una portada». Además, tenía que decir cómo la quería.

¿Cómo es la portada de un libro? Yo lo único que tenía claro es que quería que la portada fuese un dibujo, y que tenía que verse bien tanto en color como en blanco y negro, ya que la mayoría de los lectores de libros electrónicos muestran la imágen sólo en dos colores.

Investigué en Amazon, y me di cuenta de que en la mayoría de los libros de contenido biográfico, en la portada sale una fotografía del autor, o al menos, un retrato dibujado. Yo, la verdad, no me veo con mi cara en la portada de un libro. Después de 7 años, me decidí ponerla en la portada de este blog, pero ponerla en un libro ya me parece demasiado. Me moriría de vergüenza. No es que me parezca mal que otras personas lo hagan, es sólo que no es mi estilo.

Lo que hice fue confesar a Salvador todas mis dudas y se ofreció a leer el libro para entender de qué iba.

– Tiene 500 páginas – le advertí.

– Bueno, hazme un resumen.

Sin embargo, acabó leyendo el libro (o una buena parte de él), y terminó haciéndome una propuesta. Ya que en el libro hablo mucho de mis viajes, y al mismo tiempo es muy personal ¿Y si dibujaba el interior de mi maleta o mochila, justo en el momento en el que está pasando por el escaner del aeropuerto, con toda mi intimidad desvelada? Luego, en la parte interior, pondríamos una imagen de la maleta por fuera, y en la parte de atrás, las cosas que se quedan en el camino, abandonadas. Yo propuse añadir el billete de avión, pasaporte y DNI. Cualquier persona trans entenderá por qué.

Finalmente, después de varios correos intercambiando ideas, y de muchas pruebas, la portada iba saliendo… Acompañada de otras preguntas. ¿Qué tipo de letra iba a ir dentro de la portada? ¿Cómo de grueso es el lomo? ¿Quieres la portada con sangría? Y otras del estilo que apuntaban hacia cosas sobre las que yo, ni siquiera había pensado. Muchas de las preguntas que me hizo, ni siquiera sabía lo que significaban… Por suerte, tenía a Rocío Yuste con la maquetación, para ayudarme a responderlas, aunque de eso hablaré el próximo día.

Hoy puedo enseñaros el resultado del trabajo de Salvador, que por un precio muy económico (si no, no habría podido pagarle) ha hecho una gran portada que yo, por mi propia cuenta, no habría podido ni imaginar.

Como ya os habréis imaginado, la imagen que aparece en la parte superior de esta entrada es la portada del libro. Se trata de un dibujo aproximado de la mochila real que utilizaba en los primeros años de escribir este blog (la etapa que cubre el libro, que es la más interesante, porque ahora llevo una vida bastante burguesa y aburrida). En su interior, objetos reales con los que viajo, incluyendo el ordenador, la prótesis, la ampolla de testex, algún libro y CD, y, por supuesto, mis calzoncillos de ardillitas con espadas láser de Star Wars.