Con frecuencia se plantea el interrogante de por qué no existen más referentes culturales de lo trans. No existen novelas, comics, series o películas que ofrezcan algo más que una visión estereotipada de la transexualidad, con una persona cuya historia está centrada en el acceso a los tratamientos médicos que le permitan modificar su cuerpo. Los otros referentes existentes son el porno convencional en el que la mujer transexual es presentada como objeto de consumo, y el personaje de prensa amarilla que se presenta por los medios de comunicación vendiendo morbo o reptiendo una y otra vez el discurso que la medicina moderna ha creado sobre lo que es una persona transexual.
No hay referencias culturales de situaciones en las que una persona trans pueda hacer cosas que NO están relacionadas con el hecho de ser trans, más allá de la aparición de algunos personajes secundarios en algún cómic, o en series como, por ejemplo, Glee.
Más aún, se diría que ni siquiera existe una “cultura trans”, a través de la cual las personas trans se piensen y representen a si mismas, y se comuniquen con otras personas trans ¿Por qué?
Diría que hay dos motivos fundamentales, que se me han ocurrido a mi solito, y que voy a bautizar ahora mismo. Os presento al “efecto pionero” y “la mordaza cultural”.
Del “efecto pionero” ya hablé anteriormente: es una serie de factores que llevan a que cada persona trans sienta que debe inventar la rueda… y se ponga a inventarla. Hace cinco años, empecé este blog porque pensé que no había referentes sobre transexualidad. A partir de ahí, empecé a encontrarlos. “Ah, parece que se van haciendo cosillas”, pensé para mí. Desde entonces, año tras año, escucho la misma frase “no hay referentes, pero está empezando a haberlos” en boca de las nuevas generaciones trans (que están separadas entre si por un intervalo de más o menos un año).
En realidad, no sólo existen referentes y cultura trans, sino que vienen existiendo desde hace mucho tiempo. No es algo estrictamente “nuevo”, aunque es cierto que sí que se están inventando muchas cosas, y descubriendo muchos continentes (la población autóctona de esos continentes son las personas cis… Es decir, el “descubrimiento” no es la “creación”, sino el conocimiento de un grupo de seres humanos de que algo que ya existe e incluso está a disposición de otros seres humanos, también está disponible para ellos. Por ejemplo, las personas cis ya tienen derecho a la dignidad, y ahora hemos descubierto que las personas trans también tenemos ese derecho, y estamos empezando a explorar los territorios). Sin embargo, tales referencias culturales son muy difíciles de encontrar para las personas trans, y por tanto, aunque existen, es como si no existieran.
¿Por qué son tan difíciles de encontrar las referencias culturales a lo trans? Por la “mordaza cultural”. Esta mordaza cultural es el conjunto de factores que impiden que la gente, especialmente las personas trans, hablen de lo trans.
Las personas trans que están en el armario, no pueden hablar de lo trans, por miedo a que se sepa que son trans. Tanto si están en el armario inicial (viviendo según el sexo asignado), como si están en el armario de llegada (viviendo según su propio sexo), hacer cualquier referencia a cualquier cosa relacionada con la transexualidad está prohibido. De hecho, está prohibido hasta el punto de que si cuelgo alguna noticia relacionada con la transexualidad en Facebook y quiero etiquetar a alguien en ella, tengo que ser muy cuidadoso. A las personas cis no les importa que las etiquete, pero a algunas personas trans les produce una gran angustia y se desetiquetan rápidamente, o me piden que retire la etiqueta yo. Esto se debe a que las personas cis no tienen miedo de que alguien piense que son trans, porque no lo son, pero las personas trans, sí lo tienen. No les culpo, existen muchos motivos para tratar de borrar todo indicio sobre la transexualidad de una persona (esto llega hasta el punto de que muchas personas trans evitan en lo posible ser vistas en público con otras personas trans “que se les note”, no vaya a ser que alguien piense que ellas son… actitud que jamás he visto en una persona cis).
Las personas trans que no estamos en el armario, tampoco podemos hablar de lo trans. Si eres científico, artista, académico, etc… eres abiertamente trans, y te dedicas a trabajar sobre cuestiones trans, muy pronto alguien vendrá a decirte que estás obsesionado u obsesionada, que hay más cosas en la vida, y que no deberías estar siempre pensando en eso.
Las personas cis prudentes, no hablan de lo trans, porque sospechan que van a meter la pata (pero la meten mucho menos de lo que creen, precisamente porque son prudentes).
Entonces ¿Quién puede hablar de lo trans? Sólo pueden hablar de lo trans los expertos que, además, sean cis. Es decir, los médicos, los piscólogos y, últimamente, los “artistas” que se han hecho expertos “consultando con mucha gente”, y las personas cis que se consideran a si mismas “políticamente trans” (generalmente son gays y lesbianas), porque todxs somos sufrimos la dictadura que el género impone sobre nosotrxs.
Generalmente (aunque no siempre), los expertos y las expertas cis están terriblemente equivocados, y, lo que es peor, son impermeables a cualquier crítica que se le pueda hacer por parte de cualquier persona, porque si reconociesen que hay algún error en su obra o su discurso, entonces dejarían de ser “expertxs”. Lo que más rabia me da es cuando dicen “lo he consultado con mis amigos y nadie ha entendido que esta obra sea transfóbica”, cuando todas las personas trans que han visto la susodicha obra se han sentido profundamente ofendidas, y, además, se han puesto en contacto para comunicarlo. Hace poco, también me tropecé con un progre que pretendía que le diese publicidad a una mierda de obra de teatro que había escrito (cuyo nombre no voy a mencionar, precisamente para no darle publicidad, ya que actualmente no lo conocen ni en su casa a la hora de comer), y ante mi crítica al respecto, su conclusión fue “soy periodista y he ganado mogollón de premios, y pienso seguir escribiendo lo que me de la gana”.
Dos semanas más tarde, tomando café con una amiga trans, que dibujó un maravilloso cómic-blog autobiográfico me dijo que, con mucha pena, había tenido que ponerlo como “privado”. Por motivos obvios, tampoco voy a decir su nombre ni el del cómic. Una preciosa obra de arte trans que se perderá para siempre, y que a mí me ayudó tanto…
Sin embargo, lo entiendo. Basta con introducir mi nombre en Google o en el buscador de Facebook, y aparezco. La familia de mi reciente pareja me ha localizado en cuestión de una semana, dejándonos con muy poco margen de maniobra para tratar la delicada cuestión de “papá, mi novio es transexual”, trasladándole a ella un problema que no tendría por qué tener si yo, en lugar de ponerme a escribir sobre transexualidad, y tener una tienda trans, y estar en una asociación, y no sé cuantas cosas más, me hubiese dedicado a esforzarme por vivir discretamente como si fuese un chico cis normal y corriente. Suerte que la familia de ella se lo ha tomado bien (¡Bien por ellos!)
Las historias sobre lo trans, deben ser contadas por personas trans. Sin embargo, para que lleguen a convertirse en referencias culturales, para que lleguen donde tienen que llegar, deben ser públicos, y eso implica salir de los círculos trans. Dar la cara y salir de todos los armarios. Abandonar los espacios de seguridad. Abandonar toda ficción y dejar de intentar ser pasable. Quitarse los complejos y dejar de intentar que todos te traten como si fueses cis. Algo que, por el momento, tan sólo están haciendo las personas trans que por su aspecto no pueden “pasar”, y que generalmente están demasiado ocupadas intentado sobrevivir para preocuparse por generar referentes artísticos.
Esto me ha recordado (asociación de ideas) a algo que leí en un libro de Joserra Landa:
«Tendemos a creer que sólo existe «lo que se sabe que existe» (incluso «lo que se sabe que se sabe que existe»); peo muchas cosas sexuales no se saben (por ejemplo, porque se silencian o se ocultan) con lo que puede ser que alguien, en algún lugar y algún tiempo, sí sepa algo, pero no se sabe que lo sabe. Así pues, resulta difícil saber: si se sabe, qué se sabe, cuánto se sabe, quién lo sabe y/o desde cuándo lo sabe. Tal ha ocurrido a lo largo y ancho de la historia, con muchas materias sexuales: precisamente porque han sido clandestinas, secretas o tabuíticas. Pasaban, pero se creía que no pasaban y se negaba que pasasen (incluso sabiendo que estaban pasando). Más aún, muchas de esas negativas no eran desconocimiento sino combate y descalificación. Así, se negaba que estuviesen pasando para impedir que siguieran pasando.
Se produce una interacción entre los «hechos» y las «nociones de los hechos»; por lo tanto entre el hecho y su mención. Cuando no hay noción ni mención -o sea, cuando no hay término ni expresión- el hecho mismo tiende a disminuir o a desaparecer. Al final parece que sólo existe «lo que existe en el lenguaje» y en el discurso. Por eso hablar o callar sobre lo que ocurre (o lo que no ocurre) tiene tanta incidencia en lo que ocurre (o no ocurre). Así que callar no sólo es omitir; es también impedir.
A eso precisamente me quería referir cuando hablaba de ser «el primero en…». La invisibilización de las experiencias anteriores a ese «pionero» contribuye a la eliminación de los pocos referentes que existen sobre la transexualidad, presentándonos como casos aislados, curiosidades sobre un tema que en realidad no ocurre fuera de los medios de comunicación o los platós de los reality shows.