Dice la Dra. Esteva (fuente inagotable de declaraciones y artículos), citándose a si mísma en un artículo publicado en el libro Transexualidad, adolescencia y educación: miradas multidisciplinares (enlace afiliado) “Para el adolescente transexual, comenzar a comportarse y a vivir de acuerdo con su sexo de identificación y no de acuerdo con su sexo biológico, constituye un arduo trabajo consistente en aprender y cumplir con las expectativas que el entorno social tiene en relación con los roles atribuidos a cada sexo.”
Es una declaración sorprendente, teniendo en cuenta que lo que yo he visto en adolescentes trans es justo lo contrario (y mi experiencia, como adolescente, y como adulto, también lo es). Empezar a desempeñar el rol de género elegido por uno mismo, y no el que otras personas han elegido para ti no representa un “arduo trabajo”, sino una experiencia muy gozosa, cuando no se ve acompaña de cosas como insultos por la calle, acoso escolar de los profesores o de los compañeros, y peleas en casa, frecuentemente acompañadas de la amenaza de que tus padres te van a echar.
Lo que sí que es muy complicado y angustioso para un adolescente trans es lo contrario: aprender y cumplir con las expectativas que las personas a su alrededor tienen en relación con la identidad de género que se le asignó al nacer, y que no es suya. De hecho, en el mismo libro, la propia Dra. Esteva señala que la necesidad de ir a clase manteniendo la apariencia de pertenecer al sexo asignado al nacer hace que muchos adolescentes trans se planteen abandonar (o abandonen) los estudios. Situación que ella propicia gracias a su política de no hacer nada y seguir tratándole con el género que se le asignó al nacer hasta que sea mayor de edad, a ver si a base de reprimir y joder a la pobre criatura, resuelve su confusión respecto a la identidad de género, porque claro, cuando alguien decide que su identidad de género no es la que le han asignado los médicos, es que se confunde. No se van a haber confundido los médicos, claro.
Sin embargo, la entrada de hoy no va de esto. Va de reencuentros veraniegos.
Hay una serie de personas a los que yo llamo “conocidos lejanos”. Es gente a la que no ves con mucha frecuencia, pero con la que tienes cierto trato de cuando en cuando. Es la cajera del supermercado que te sigue tratando en femenino aunque te vea con barbas porque no sabe qué otra cosa hacer, es el vecino que sigue llamándote campeón si se sube contigo en el ascensor, justo ese sábado que habías salido maquillada y con minifalda, dispuesta a comerte el mundo. Son gente, generalmente bienintencionada, que por un respeto mal entendido, hace como si no se diera cuenta de que eres trans, y con la que no tienes confianza suficiente para decirles algo (y tampoco te merece la pena, porque en realidad sólo pasas con ellos cinco minutos al mes).
Los conocidos lejanos tienen una categoría especial que es la gente que conoces de veranear. Esas amigas de la infancia con las que perdiste el contacto y que de repente están ahí, los amigos de tus padres que van a comer el domingo, los primos a los que ves de higos a brevas…
Excepto por el amigo al que conozco desde hace unos 18 años, pero que no se acuerda de mí porque se quemó el cerebro a base de fumar porros, y seguramente más cosas (el pobre se pasó un verano entero disculpándose con todo el que suponía que conocía, por si acaso le había hecho algo malo u ofensivo), esos conocidos han empezado a hacer una cosa bastante extraña: se me acercan y me preguntan con mucho interés que cómo estoy. “Estoy bien, gracias”, respondo yo educadamente y sin darle ninguna importancia, aunque ya se bien por donde van. Aún así, insisten… qué como estoy, que si soy feliz ahora, que lo importante es que cada uno sea feliz con sus cosas…
Me dan ánimos y se interesan por mí como si estuviese recuperándome de una enfermedad grave. Como si hubiese terminado la quimioterapia hace poco o algo así y ahora estuviese en periodo de restablecimiento después de una larga convalecencia.
Tardé un poco en relacionar las dos cosas, el interés por mi salud y las declaraciones de la Dra. Esteva, pero cuando lo hice, recordé que ese es también uno de los tópicos respecto a los adultos trans: que aprender el rol del otro género es muy difícil.
Hay más tópicos médicos, como el tópico de que el “cambio de sexo” es un “proceso largo” que consta de una serie de pasos sucesivos, que todo el mundo debe seguir por el mismo orden y en los mismos plazos (plazos muy dilatados en el tiempo, para que te de tiempo a adaptarte a esa cosa tan difícil), y que cuando se acaba, da como resultado una especie de restablecimiento de la persona a una situación de salud y cese del sufrimiento (incluso cuando ese proceso no se sigue “hasta el final”).
Así que ahora la gente me ve, ve que ya he llegado “hasta el final” (o vete a saber qué fantasías, pensamientos y curiosidades morbosas albergan respecto a mis genitales… y luego los enfermos mentales y pervertidos somos nosotros), y se acercan para darme ánimos en mi recuperación, que, por otra parte, presumen que nunca será del todo completa ya que, según el relato mayoritario, la vida de la persona trans es una vida de sufrimiento, la sociedad siempre te va a marginar, y en general, te espera una vida de fracaso afectivo y laboral bastante inevitable.
Yo intento explicarles que no, que las cosas no son así, pero… ¿Cómo hacer eso con los conocidos lejanos? Es prácticamente imposible. Mis “estoy bien, gracias”, se leen como “acepto mi situación con alegre resignación”, y no puedo ir más allá, porque son conversaciones veladas sobre temas no nombrados, basados en el entendimiento y en el sobreentendimiento (y en el malentendimiento, sobre todo).
No pueden entender que no sólo se puede ser trans y feliz, sino que, además, esa felicidad no es “a pesar de” sino precisamente “a causa de” ser trans. No pueden enteder que soy yo el que siente compasión por ellos, por haber conocido sólo un lado de la vida, por ignorar que la vida, además, es un poliedro con muchos lados, y no sólo una moneda de dos caras. Agradezco su interés y su preocupación (porque podrían haberme odiado y rechazado, y porque sé que algunos de ellos ayudaron a mis padres durante su propia salida del armario), pero no comparto el pensamiento de que el ideal de la experiencia de vida humana sea la heterosexualidad, ni la bisexualidad. Si pudiese volver a nacer, pediría volver a ser trans, o, tal vez, tener un cuerpo intersex.
Gracias , Pablo, por tus palabras. Somos lo que somos, orgullosamente: trans. Personas transexuales. Al haber lo comprendido profundamente, no tenemos que sufrir más. Por supuesto que sí: lo anterior ha sido una vida de sufrimiento (más o menos grave, a veces profundo, muy profundo, muy cerca al suididio, a veces).
Sí, teneomos que luchar por la aceptación de nuestra condicional transexual – somos personas!!!, sea ante nuestros queridos, la familia, los amigos, los conocidos, en general: ante el público.
Con respecto a lo últomo: podemos llevar a cabo nuestra transición, nuestra metamorfosis: para llegar a lo que deseamos: al armario del sexo opuesto, o a la visibilidad trans, que es un asunto sociopolítico: Al pertenecer a una minoridad dentro del espectro de los «sexogéneros polarizados» entre mujer y hombre (que verguenza) y sólo a una quota de no más quee un permil (0,1%) de la población mundial, hay que luchar por la visibilidad trans.
Intereses particulares, personales, son (deberían ser) segundarios, ¿o no?.
Cambiar de esquema mental es muy costoso a nivel energético, por eso no lo hacemos habitualmente, ni con facilidad. Un esquema mental son nuestras «gafas de ver el mundo». Lo trans está lleeeeeno de tópicos: sufrimiento atroz, atrapamiento en tu propio cuerpo, promiscuidad sexual, perversión morbosa, sensacionalismo social, superficialidad estética, ganas de fastidiar a «los que te quieren», compulsión quirúrgica…Todo esto, evidentemente, no es exclusivo de lo trans, pero son las gafas que se pone la mayoría del personal para «vernos» bien. Peeero, la mente humana necesita categorías (cajoncitos donde meter las cosas) para comprender la realidad y lidiar con ella, y por encima de todo con lo desconocido (que nos suele dar miedo). Las propias personas trans necesitan esas categorías para intentar comprender lo que les está pasando y son las primeras en llenarse de pre-juicios frente a otras personas trans (pero que no son exactamente como ellas). Además no buceas en tu propio mundo sino que aceptas por buenas las gafas que te prestan.
En la situación que describes te imagino con una leve sonrisa en los labios, tenue y ligera como un velo de seda, y es que cuando superas el miedo (la vergüenza, la culpa, el abandono…las gafas ajenas) la vida es una fuente inagotable de diversión.
Cuando se lo conté a mi madre su primera pregunta fue (con cara de espanto): pero….¿es que te gustan los hombres?
Besos.
Ahora estoy releyendo mis primeras entradas en el blog, y he visto que yo mismo tenía todas esas ideas. El tratamiento, la evualuación psicológica… ¡Lo había olvidado por completo! Pero también tenía otras, como que el sexo te lo asignan al nacer (pensé que esa idea la había escuchado por primera vez de las Medeak, y resulta que ya la había pensado yo solito, sólo que sin profundizar en ella).
Supongo que para quitarse esas gafas que te prestan, hay que hacer un cierto recorrido que no todo el mundo está en disposición de hacer (aunque sólo sea por no tener la oportunidad). La verdad es que sí, en esas situaciones sí que sonrío un poco, aunque intento que no se me note demasiado. 😛