Desde que empecé mi transición, las navidades han sido un momento muy complicado. En estas fechas viajo a Barcelona y me encuentro cara a cara con familia y amigos a los que no veo durante el resto del año (con algunos ni siquiera mantengo contacto). También son una época en la que la convivencia con mis padres se estrecha, ya que nos alojamos en la casa de mi abuela, que además de ser más pequeña, contiene dos personas más (mi abuela, obviamente, y mi hermana). En el viaje a Barcelona, los tres metidos en el coche durante nueve horas para ir, y otras nueve para volver, da tiempo para hablar mucho. Pero mucho, mucho.
Además, por lo general procuro no mezclar a mis padres con el resto de mi vida. Cuando estoy con ellos, no estoy con nadie más. Eso lo hace todo más fácil para mí, porque es muy complicado mantener el tipo en público cuando tus padres se dirigen a ti en un género que no es el correcto: le dan pie al resto del mundo a que haga lo mismo. ¿Cómo te van a reconocer los demás, si no te reconocen ni tus padres? Al mismo tiempo, mis padres también procuran no mezclarse demasiado en mis asuntos. Creo que, por una parte, los transexuales les damos un poco de asco (y también los maricones y las bolleras. Me parece que no han conseguido librarse de la idea de que nos pasamos todo el día practicando sexo vicioso, sucio y desenfrenado en orgías multitudinarias de flujos corporales y drogas). Por otra parte, sospecho que consideran que ya tienen conocimientos más que suficiente sobre temas trans, a saber: 1) son cosas de gente que se le va la olla, y 2) pretenden influir a la gente para que vote al PSOE son cosas de ideologías de izquierdas (al parecer preocuparse por los derechos de los maricones y ser de izquierdas son dos cosas inseparables, como la lluvia y las nuves).
En navidad, tal separación es imposible, ya que vamos juntos a muchos sitios (comidas familiares, principalmente) y eso supone, inevitablemente, relacionarnos con terceras personas además de nosotros tres.
Lo malo era que siempre que nos relacionábamos con terceras personas, ganaban ellos. Recuerdo muy bien que fue mi tía M.L. la primera que, delante de mis padres, se atrevió a tratarme en masculino, y después, mi tío Ricardo. Pero al margen de ellos, y de algunas pocas personas más (primas, hermana, tío…) para el resto del mundo yo era, simplemente “persona sin nombre de género innombrable”, y cuando no estaba delante, directamente Elena, de género femenino. “Es que, delante de tus padres me da corte”, me decían unos. “Me da miedo ofenderles”, se excusaban otros. Los más honrados, simplemente asumían que lo hacían, y que lo iban a seguir haciendo, sin tratar de explicar lo inexplicable (pero algunas veces, se desahogaban con mi hermana, tratando de buscar una forma mejor de hacer las cosas).
Cada navidad, la ganaban ellos. En la última casi, casi, quedamos empates, pero en la comida del día de reyes, con la familia paterna, remontaron ampliamente, alzándose con la victoria en el tiempo de descuento.
Por suerte, este año no ha habido comida con la familia de mi padre (y si la hubiese habido, no habría ido. Ya no tengo edad de poner el cuerpo y la cara donde no me quieren, o al menos, tengo edad suficiente como para, en caso de tener que hacerlo, no hacerlo gratis), lo que ha facilitado mucho las cosas. Por otra parte, para el resto del mundo se hace cada vez más sencillo y natural llamarme Pablo y tratarme en masculino, mientras que el otro nombre y el otro género se vuelven cada vez más extraños.
Si en otras ocasiones sentí solidaridad, o al menos comprensión hacia la posición de mis padres, este año no la he visto por ninguna parte. En realidad, lo que he visto ha sido que ambos (¡incluido mi padre!) se cortaban y procuraban no tratarme en femenino cuando había otras personas delante. Les he visto solos contra el mundo, e incluso creo que, de algún modo, empezando a preguntarse si tiene sentido continuar tratando de actuar como si no pasase nada, con la esperanza de que a base de ignorarme, se me pase la tontería, y no llegue a hacer realidad algo que… ya es realidad desde hace mucho tiempo. Este año no ha sido el resto del mundo el que ha retrocedido ante mis padres, sino que han sido mis padres quienes han tenido que retroceder ante los demás. Primer punto a mi favor en esta partida… Aunque lo ideal sería que no fuese necesario llevar ningún marcador.
El reconocimiento social de las identidades trans es fundamental. Es un reconocimiento que se construye persona a persona, pero que es mayor que la suma de sus partes, puesto que se convierte en una corriente social que deja aislados a los individuos que quedan fuera de la misma. La única manera de conseguirlo es haciéndonos visibles, pero no sólo visibles por salir en la televisión, reportajes u otros medios de comunicación, sino por ser visibles en nuestra vida cotidiana.
El máximo reconocimiento social es el reconocimiento del Estado. Por eso es tan importante que la ley nos permita cambiar de nombre y sexo legal. No se trata tan sólo de lo desconcertante que es tener dos nombres (el tuyo, y el que pone en las cartas que te trae el cartero, o en las facturas que haces y te hacen). No se trata sólo de la facilidad para encontrar un trabajo, de poder estudiar sin que todos tus compañeros se enteren de si eres trans o no eres trans, de poder pagar con tarjeta de crédito sin que nadie te ponga caras raras, o incluso de poder viajar a ciertos países que se niegan a permitir la entrada a personas trans (ocurrió a una pareja de transexuales judíos, chico y chica, que pretendían entrar en Egipto como turistas). Todo eso es importante, pero quizá lo más importante de todo sea que, si el Parlamento es el representante de la voluntad de las personas que forman la nación, en el momento en que un parlamento aprueba una ley por la que te reconoce, está manifestando, simultáneamente, el reconocimiento por parte de la sociedad en general, de forma incontestable.
La mayoría de la gente, por supuesto, no piensa eso conscientemente, pero quienes están a favor sí piensan “pues me parece muy bien” (cosa que no se habrían planteado antes), y quienes están en contra, seguirán en contra, pero al mismo tiempo pensarán “pues nos tendremos que joder y convivir con ellos”. Esa voluntad de convivir aunque sólo sea porque no queda más remedio, es la que marca la diferencia.
Por eso es tan bueno que en España muchas (no todas) las personas trans podamos cambiar los papeles de manera más o menos sencilla. Mejor sería si el proceso fuese más simple (yo llevo ya más de tres años, y todavía no he podido ni iniciarlo), e incluyese a cualquiera que desease cambiar de nombre y sexo legal, sin mayor condición que la propia voluntad de la persona, pero espero que veré el día en que eso sea posible.
Me ha gustado mucho el post. Escrito con el corazón y con-razón. Me gusta cuando esos dos se dan la mano. No se puede estar más de acuerdo con lo que escribes. Se aspira al re-conocimiento de los otros. Pero no puede haber tal si no hay previamente un conocimiento propio, un auto-re-conocimiento. La visibilidad, la propia aceptación, la libertad insoslayable de ser lo que eres y lo que quieres ser. ¡Qué difícil! Mucho más difícil que el de los otros. Una vez que estás arriba de esa montaña todo es muy fácil (ejem, ejem). Sólo queda descender. Aunque las montañas duras son aquéllas en las que bajar es más complicado que subir.
Besos
Mucha suerte en tu lucha 🙂
No puedo ni imaginar lo duro q debe de ser vivir no sólo las navidades sino cualquier época del año en una situación así… La verdad es que entradas como ésta me hacen reflexionar, y vuelvo a recordar lo que me llamó la atención el subtítulo de tu blog «¿Y si un día descubres que nadie sabe quién eres?». Sinceramente, no sé qué decir, solo que mucho ánimo y que te admiro por tu fuerza y constancia 😉
Solo hay una cosa buena de las reuniones familiares: que se acaban. La verdad, no sé en qué estaría pensando mi alma inmortal cuando decidió encarnarse en una mujer trans. Esto tiene que tener un lado bueno, y solo espero encontrarlo antes de que sea demasiado tarde.