En mi primera entrada sobre apostasía comentaba que no sabía donde me bautizaron, y no quería preguntar a mis padres. En su lugar, llamé a mi abuela, que tampoco sabía donde me bautizaron, porque no se acordaba. Pero mi abuela llamó a mi tía (¡gracias!), que sí que se acordaba. Luego, mi hermana me llamó a mí para decírmelo.
Lógicamente, se trata de una parroquia de Barcelona, del barrio en que vivían mis padres cuando nací. Busqué la dirección y el número de teléfono en Google, y Google me lo encontró en dos segundos (Google sabe donde está todo, excepto ese calcetín que se comió la lavadora, y dónde dejaste aparcado el coche). El problema es que los despachos parroquiales sólo funcionan algunas horas a la semana, y eso no aparecía en internet.
El despacho parroquial de mi parroquia de aquí funciona de 6 a 8 de la de la tarde, supongo que para que la gente que trabaja pueda ir también. Pensé que en la parroquia de Barcelona harían lo mismo, y llamé a las 7:30 de la tarde del jueves, pero no había nadie. Al día siguiente volví a llamar, más o menos a la misma hora, y un señor mayor me cogió el teléfono. No sé quien era, pero imagino que se trataba del cura.
Lo primero que me dijo el señor que me cogió el teléfono fue que si no podía pasarme en persona el lunes a las 7 por la parroquia, así que le dije que llamaba desde Granada y me pillaba un poco lejos.
– ¿Y no tiene algún pariente que pueda venir por usted? – preguntó el señor.
– Pueees… la verdad es que no… – cosa que es totalmente cierta, porque mi hermana pasa todo el día trabajando como una esclava, hasta el punto de que una vez necesitaba enviar una carta a mi casa y sin pocas tiene que enviarle los sellos mi madre por correo, y mi abuela, a sus 90 años, como que no está para esos trotes.
– Vaya ¿y no va a venir usted alguna vez por aquí?
La cosa se ponía complicada, así que decidí usar el truco que en todas las webs sobre apostasía dicen que funciona para conseguir la partida bautismal: decir que la necesitaba porque me iba a casar.
Pero claro, digamos que la Iglesia no ve muy bien que yo me case (en aquel momento no sabía si, de hecho, podía casarme con alguien por la iglesia, ni con quien podía casarme en caso de poder hacerlo. Ahora sí lo sé, y ese conocimiento se merece una entrada a parte), así que… dije que era la partida de nacimiento de mi novia. Porque con la voz que tengo, a lo mejor cuela que soy una mujer con la voz muy grave, o a lo mejor se me ve el plumero y me mandan a hacer puñetas (o a conseguir la partida bautismal a través del arzobispado, que no sé si es más fácil o más difícil que hacerlo por el método que lo estaba haciendo en ese momento).
La actitud del señor cambió inmediatamente, y de repente se convirtió en un asunto que sí merecía ser atendido. Me pidió que llamase el lunes a las 7, que estaría la persona encargada de ese asunto.
Deberías haberla titulado «De cómo Pablo fingió ser su propio novio, capítulo I». Es la clase de título que tiene gancho, jeje. ¡Bravo!
Je, je, je… sí, es un título con mucho más gancho XD
Siguiente entrada con nuevo título, para que veas que sigo tus consejos.
Je, voy!
Tengo curiosidad por saber si al final lo has conseguido 🙂
La apostasía sigue su curso. El resto de esta historia, en unos instantes.