En la entrada anterior mencioné de pasada que en el pasado estuve tomando hormonas femeninas, y que tuvieron un efecto devastador sobre mí.
Muy pocas veces he hablado de ello, diría que en total han sido tres. Me resulta muy difícil. Pensar en ello, recordarlo, me hace sentir inseguro, humillado, casi podría decir que incluso violado. Sin embargo, no es una historia fuera de lo normal, sino, al contrario, lo más normal del mundo. Nadie se ha escandalizado al contárselo, y no tiene nada de malo. Hoy (debe ser porque he cogido la gripe y tengo algo de fiebre) me parece que tengo que explicarlo. Las cosas fueron así:
Yo tenía unos 20 años. Llevaba tiempo saliendo con mi novio de aquel entonces, y él empezó a «sugerirme» que sería bueno que tomase la píldora, por comodidad, y también para mejorar nuestras relaciones sexuales. Eran «sugerencias» más bien constantes… prácticamente cada vez que nos acostábamos salía el tema, y el único argumento que yo tenía en contra era que seguro que se me olvidaba tomarme las dichosas pastillitas. «Ponte una alarma», «tómatelas siempre a la misma hora», «seguro que cuando te acostumbres, ya no se te olvida». Los condones son caros, y antieróticos. De la píldora, ni te acuerdas, y además es barata.
Al mismo tiempo, mis médicos llevaba ya algún tiempo «sugiriéndome» que tomase anticonceptivos orales. Mis periodos eran irregulares, tenía un ovario poliquístico, y encima, tenía alopecia androgénica. Lo que me terminó de convecer fue lo de la alopecia. Nunca he tenido mucho pelo, y en aquel momento se me estaba cayendo bastante. Como supuestamente era una mujer «no podía» hacer lo que he hecho la última vez que se me ha caido el pelo, es decir, raparme y olvidarme del asunto. Bueno, sí podía, no iba a ir a la cárcel ni nada, pero seguramente a nadie le parecería bien. Ni siquiera a mí me parecía bien. Para las mujeres, ser feas es una auténtica desgracia. Todo el mundo trata mal y se burla de las mujeres feas. Ser calva es el colmo de la fealdad. Y yo bastante tenía ya con ser gorda.
Nadie me obligó. Todos decían que la decisión era mía, pero todos aconsejaban que tomase anticonceptivos orales. Yo no disponía de conocimientos suficientes para presentar objecciones sólidas, y las pocas objecciones que presentaban era fácilmente respondidas, o carecían de importancia comparadas con todos los beneficios que los anticonceptivos iban a suponer para mí, y también para mi pareja. Muchas de mis amigas tomaban, y estaban contentas. En algunas revistas femeninas advertían que podían tener ciertos efectos secundarios, pero la valoración era, en general, positiva. ¡Que cojones! La presión era como una losa de 500 kilos puesta sobre mis hombros. Eso sí, una losa de marmol de carrara, bien pulida, tallada, y en general muy bonita. Tardé unos meses en dejarme quebrar, pero al final me quebré, como me he quebrado tantas veces a lo largo de mi vida bajo las normas impuestas por el código de género. Empecé a tomar anticonceptivos, para tratarme el ovario poliquístico, para controlar la frecuencia de mis periodos, para evitar la caida del cabello (por ciero, no funcionó demasiado), para evitar embarazos de manera más segura que con los preservativos, y para que mi novio estuviera contento. Pero la idea nunca, nunca, fue mía. Partió de otros que sabían mejor que yo lo que era mejor para mí.
Empecé a tomar Diane 35, que tiene la característica de que, además de tener hormonas femeninas, tiene también antiandrógenos. ¿No es irónico que me recetasen antiandrógenos precisamente a mí, que ahora soy tan feliz inyectándome andrógenos a saco? Mis periodos se regularon. En vez de bajarme la regla cada 40-50 días, que era lo único que me la hacía soportable, empezó a llegar puntual, cada 21-25. Secretamente me alegraba de que aún bajo el control de las hormonas artificiales mis periodos se resistiesen a ser «normales», pero aún así, me agobiaba mucho. Era como si estuviese casi siempre encadenado a la regla… cuando no la tenía, estaba a punto de tenerla. El pelo dejó de caerse, y con la ayuda de unas carísimas vitaminas, me volvió a crecer con más fuerza, aunque la solución distó mucho de ser definitiva. Actualmente, en vista de que tras la hormonación con testosterona no se me cae más, sino incluso menos, he llegado a la conclusión de que nunca tuve alopecia androgénica, sino que responde al estrés y a la carencia de ciertos nutrientes. Para controlar la caida del cabello no necesitaba tomar hormonas, sino controlar mi alimentación. Las relaciones sexuales con mi pareja mejoraron para él, pero empeoraron para mí. Descubrí que no me gusta nada la textura pringosa del semen, y que para mí era mucho más agradable que todo eso se quedara bien guardadito en el fondo de un preservativo, en lugar de tener que limpiarlo de mi cuerpo.
La píldora era mucho más barata que los preservativos. No tenía que esconderla de la vista de mis padres, porque era un medicamento que tomaba por varias y muy buenas razones. Nunca me acostubré a tomarla a diario, y se me olvidaba con cierta frecuencia (lo que significaba regresar a los condones lo que restaba de mes ¡viva!).
Dejé de escribir. Es la única época en mi vida que no he escrito nada. Decir esto es como decir que dejé de ser yo. Empecé a interesarme por cosas que no me habían interesado. La ropa, el maquillaje, los potingues para la cara. Un día me encontré sentada en un sillón (y, posiblemente, esta sea la única ocasión en la que estoy obligado a referirme a mí en femenino), mirando por la ventana, frente a un folio en blanco en el que trataba de escribir algo, recordando que antes sentía que yo era un hombre, que me gustaban las cosas de hombres. Pensé «¡que tontería!» y sonreí para mis adentros. Volví a concentrarme en el folio en blanco. Escribí un par de párrafos, malísimos. No volví a intentar escribir nada más hasta que pasaron algunos años y mi amigo Darkmaste con sus juegos de rol por mail logró volver a despertar esa parte de mí.
Curiosamente, cuando empecé a jugar a juegos de rol, ni a mis padres ni a mi novio les hizo ninguna gracias. Pero a mí me apasionaba (y todavía dedico mucho tiempo a esa afición). Es mucho lo que tengo que agradecer a Darkmaste, que me obligó a sacar de nuevo la mejor parte de mí, y a mejorarla semana a semana. Él también me presionaba para que escribiese más, para que jugase más, para que me implicase más… pero se trataba de una presión que sólo servía para sacar de mí lo que mejor sabía y sé hacer. Aunque las presiones externar para que dejase de jugar a rol fueron muchas (tuve agrias y duras discusiones) fue muy poco lo que llegué a ceder en ese terreno. Gracias a los dioses.
A medida que me iba olvidando de quien era yo, empecé a deprimirme. Un año después de empezar a tomar anticonceptivos, empecé a sentir que yo no valía nada. Mi deseo sexual bajó al subsuelo. Más discusiones. No lograba entender que alguien pudiese quererme, siendo yo alguien tan imperfecto, tan aburrido, que no hacía nada bien y sólo decía tonterías. Este pensamiento no era de entonces, y todavía no me he podido librar de él por completo, pero en aquel momento se amplificó hasta el infinito. Sólo quería morir. La vida carecía de sentido.
Nunca imaginé que esta depresión estuviese relacionada con los anticonceptivos. Mis médicos tampoco, o si lo imaginaron, no me lo dijeron. Empecé a tomar antidepresivos, pero no me hacían sentir mejor.
Cuando empecé a tomar la píldora, pesaba 115kg. Tres años más tarde, pesaba 135kg. Empecé a tener fiebre. Eran sólo unas décimas, pero las tenía a lo largo de todo el día. Estaba siempre muy cansado, y necesitaba dormir doce horas al día, como mínimo. Por otra parte, mi organismo se empezaba a degradar por la obesidad mórbida. Me dolían los tobillos y las rodillas, tenía hipertensión, tenía resistencia a la insulina, ahora ambos ovarios eran poliquísticos… Empecé a mover las cosas para operarme del estómago. Esa decisión fue mía, la de operarme.
Para la fiebre, me hicieron muchas pruebas. Análisis de todo tipo. Pruebas de enfermedades extrañas, fiebres reumáticas… de todo. Al final, acabé en la consulta de un internista. Era un señor mayor que tenía varias especialidades médicas, además de medicina interna. Después de cuatro meses llendo de consulta en consulta, sin encontrar un diagnóstico, supe que había llegado al lugar adecuado. Lo supe cuando vi a su secretaria, que en lugar de ser una señora o señorita con muy buena presencia, era una mujer gorda y de rasgos vulgares, de caracter asertivo y «poco femenino», pero muy amable y eficiente. Es raro encontrar a una persona gorda trabajando, pero más raro aún es encontrarla trabajando de cara al público. Alguien que elegía a una persona así, debía tener algo fuera de lo normal. ¿Me apresuraba al juzgar? Lo que ocurrió a continuación, confirmó mi primera impresión.
El internista, que además tenía otras muchas especialidades médicas (era un señor mayor), miró todas las pruebas que me había hecho, y que llevaba bien organizadas en una carpeta. Al principio las miraba con seriedad, y luego cada vez con una sonrisa más amplia, y un poco divertida. «¡A usted le han hecho pruebas de todo!» Sin embargo me explicó que hacer pruebas no cura, y que puesto que ya me habían mirado todo lo mirable, había que hacer otra cosa. Lo primero, dejar de tomar todos los medicamentos que estaba tomando, que eran muchos.
Curiosamente, la única objección que le puse fue la de los anticonceptivos. Los médicos me habían metido mucho miedo por el ovario poliquístico. No me importaba tanto dejar los antidepresivos (total, para lo que servían), las pastillas para la tensión, y no sé qué más tomaba, que ya yo recuerdo, pero eran varias cosas. El médico fue inflexible. Tenía que dejarlo todo, y si me iba mal, ya veríamos.
La primera mañana que no me tomé la píldora, después de tres años, me sentí algo culpable. El segundo día, un pequeño sentimiento rebelde se levantó victorioso (si en realidad yo nunca había querido tomarla ¡por fin tenía una buena excusa para dejarla!). Una semana más tarde me sentía mejor que nunca. Recuperé ese viejo sentimiento de ser un hombre (¡la disforia de género!) y lo abracé y me aferré a él de una manera que nunca habría podido imaginar. ¡Esa era la persona que yo era en realidad! La depresión se disolvió en el aire, e incluso tuve un «efecto rebote». ¡Estaba eufórico! Era como enamorarse. Encontraba en mi interior una parte de mi personalidad que me prestaba una cantidad ilimitada de energía, sentía que salía de la oscuridad y volvía a la vida. ¡A la vida! Ya no quería morir, sino vivir, curarme y recuperar las fuerzas. Supe que la culpa de toda la oscuridad anterior, de toda la depresión y la tristeza, era de los anticonceptivos, y me prometí que nunca más los volvería a tomar, me dijesen lo que me dijesen.
Extrañamente, nadie me volvió a sugerir que los tomase. Diez meses más tarde, me operé por fin y empecé a adelgazar. La fiebre cesó después de la operación, pues me la estaba causando la vesícula biliar, a causa de la obesidad. Como en la misma operación me la extrajeron, al día siguiente ya no tenía nada de fiebre.
Sin embargo, eso no fue el final de la historia, sino el principio. La disforia de género continuaba ahí. Pasados los primeros meses de bienvenida, empecé a sentir de nuevo que debía reprimirme. Empecé a buscar válvulas de escape,a tratar de encontrar formas de manifestar mi personalidad masculina (de nuevo la encontré en los juegos de rol). Así estuve cuatro años más, hasta que en verano de 2008, a punto de cumplir los 29, ya no pude soportarlo más, y de nuevo me rompí, aunque esta vez no fue la presión externa la qe me rompió por dentro, sino la presión interna la que acabó con la máscara que llevaba para todos los demás.
Un día sentí que nadie me conocía. Que había estado haciendo siempre lo que todos me decían, y que debía aprender a vivir de otra forma.
Ya lo he dicho al principio: recordar todo esto me hace sentir violado y frágil, inseguro. Me hace dudar de si mi propia identidad de género es tan fuerte como creo, ya que se me pudo borrar con una simple pastillita. Mientras tomé anticonceptivos, olvidé por completo que era un hombre. También me hace sentir violado, como si otros hubiesen arrasado mi cuerpo, mi mente, incluso mi alma, utilizándome a su antojo, haciéndo de mí alguien que no era yo. Esos otros (los médicos, mi pareja de entonces, incluso mi familia) que ahora siguen con las manos limpias, sin conocer el alcance de lo que esa pequeña decisión, tomar o no tomar la píldora, supuso para mí. Esos otros que, sin embargo, no tenían mala intención, y a quienes no debo perdonar, porque ni siquiera puedo culparles. No tengo nada que echarles en cara.
No sé qué conclusiones se puedan sacar de esto. Quizá no se puede sacar ninguna. Cualquier conclusión podría ser precipitada. ¿Que la píldora es mala? No lo creo. Las cosas no son buenas ni malas, lo que es malo es el uso que se les da. ¿Que los médicos me manipularon? Tampoco podría decirlo. Simplemente me ofrecieron una solución que probablemente funciona en la gran mayoría de los casos. Tal vez la única conclusión que se puede sacar es que los consejos son muy peligrosos, y que, como me dijo mi internista el día que me quitó todos los medicamentos «a veces lo bueno es enemigo de lo mejor».
En ocasiones escucho que a los niñ*s intersex que quieren cambiar de un género a otro, en lugar de atender a su petición, se les dan tratamientos para reafirmarlos en el género asignado, con la esperanza de que, como me pasó a mí, olviden quienes son ahora y se conviertan en otras personas más socialmente adecuadas. En un documental sobre niñ*s trans, uno de los médicos decía que era bueno dejar que llegasen a la pubertad y se desarrollasen, porque la influencia de las hormonas sexuales que produce su cuerpo podía hacer que dejasen de desear cambiar de género. Se parte de la base de que sentirse bien con el género asignado al nacer es «bueno», y no se tiene en cuenta el coste que ello puede tener. Conmigo funcionó, pero el coste fue darme una vida que no deseaba vivir. Lo mejor era lo otro, aunque a todo el mundo le pareciese mal.
Ojalá el contarlo pueda servir a alguien.
Hola Pablo!
En primer lugar decirte que tu post me ha recordado muchas cosas de mí mismo. En particular ese sentimiento de no valer para nada y no decir más que tonterías que yo arrastré durante algunas épocas de mi vida (felizmente, ya han pasado). Cuando se presenta, hay que ser consciente de que no es más que un espejismo, que es falso, que es una trampa que nuestro cerebro se pone a sí mismo. Es más: una persona que es capaz de escribir el texto que yo acabo de leer no tiene un pelo de tonta. Es más, creo que tú has hecho algo que no mucha gente en la vida logra: has llegado al fondo de ti mismo y has rebotado hasta subir a la superficie.
La mayoría de la gente, Pablo, no se conoce. No se han enfrentado con seriedad a lo que son, o a lo que quieren ser, o a lo que sueñan ser. Tienen, eso sí, opiniones muy claras a propósito de lo que los demás son, lo que deberían ser y lo que deberían soñar ser. Yo creo que, en eso, le llevas mucha ventaja a mucha gente. También tienes mucha capacidad de observación y eso aporta al lector un placer extra.
El texto, por otra parte, está muy bien escrito, con una gran claridad, en un estilo muy agradable, y ha sido un placer leerlo.
Saludos,
Paco
Una experiencia muy interesante.
«Me hace dudar de si mi propia identidad de género…»
Ya sabes que de psicólogo tengo poco, pero tampoco pasa nada si uno tiene dudas, y menos en algo tan complejo y personal. Tenemos derecho a equivocarnos e incluso llegado el momento a rectificar.
¡Qué hermosa sinceridad!
¡Qué interesante!
¡Qué humano!
¡Ojalá siempre nos atreviésemos a hablar así!
Kim
Lo importante es sentirse persona. Sentirse a gusto con un@ mism@. Como dicen por ahí nos equivocamos todos. Pero lo mejor de las experiencias es aprender de ellas. Así que tú has aprendido mucho y puede que con tus palabras ayudes a mucha gente.
¡Ánimo!
«»No sé qué conclusiones se puedan sacar de esto. Quizá no se puede sacar ninguna. Cualquier conclusión podría ser precipitada.»»
Hummmm…. Ya sabes que yo he tenido otra experiencia cercana del enorme impacto que tienen las hormonas sobre nuestros cerebros, sobre nuestros corazones… ¿Es más fuerte el efecto sobre nosotr@s, por ser transexuales, que sobre los demás?…
Es una pregunta interesante; podría venir a reforzar las teorías sobre la «causa» fetal, por el influjo hormonal en el embarazo, y tal…
De todas formas, esta entrada del blog es «escachifollante» de buena… y con un «fiebrón» de tres pares!… aluciná me’quedao…
Besos mil!
OLÉ Y OLÉ!
Muy bien escrito, sí señor. Ánimo y que no decaiga la afición.
Es terrible darse cuenta que se ha vivido la vida que han querido otr*s (me gusta el *, no lo había visto nunca). Te ponen en una autopista de 4 carriles al nacer, te dan una patada en el culo como impulso y…a vivir. No te cuestiones, no preguntes, no te sientas diferente, «no me hagas daño», «¡qué egoísta eres!», «sólo piensas en ti»…..Pensar en ti es lo primero, después ya se verá.
¡jodida moral cristiana!. Me reconforta que hayas encontrado tu camino…¡Es posible!
Besos
Muchas gracias por vuestros comentarios. Me costó mucho trabajo escribir sobre todo esto…
Estos días me he dedicado a mirar entradas anteriores. El motivo es que eres menos productivo que yo (jeje, te estoy chinchando para que postees, pero sé que tienes que esudiar) y que pensé que para conocer bien este blog lo suyo era ver cómo arrancó. No es que me lo haya leido todo hasta aquí, pero ya puedo decir que he leido entradas de 2009, 2010 y 2011, por lo que mi percepción sobre ti y sobre tu blog ha crecido.
Esta entrada me ha impactado especialmente porque, no compartiendo la problemática sobre la que trata este blog, sí que comparto en esta ocasión la circunstancia de haber sido diagnosticada como poliquística (de toda la vida y de ambos ovarios), de tener problemas asociados con respecto al peso y sí, tuve un par de episodios fuertes de caida de pelo, relacionados sabe Dios si con las hormonas (eso dicen) o con una bajada de hierro – porque, de pronto, mi hierro cayó a los tobillos a pesar de no haber sufrido anemia jamás, dicen que también es algo que se relaciona con esta problemática-.
A diferencia de ti, las hormonas me dieron buenos resultados una vez que me las cambiaron (primero me dieron unas de cuyo nombre ni me acuerdo, luego me pasaron a las yasminelle) aunque me molesta mucho tomarlas porque… pienso que meter química ajena al cuerpo es oposita a tener cáncer a la larga y soy una persona a la que da grima pasarse con el tema de la química, muy de eludir ir al médico a menos que me quede de otra o de no tomar medicamentos a menos que me ampare una muy buena razón.
He comprobado que las hormonas afectan al ánimo. En mi caso pasé de ser mucho más irritable a estar mucho más tranquilita. Supongo que ese es el mayor signo de que a mí las hormonas me sentaron bien… pero, lo que son las cosas, un error en ese tipo de diagnóstico es fatal, véase tu caso, tomar pastillas sin que te conviniera te hizo polvo. Otra cosa a tener en cuenta con las anticonceptivas es que, de vez en vez, hay que tener periodos de descanso. Yo, de modo oficioso, viendo el asunto «pelo» mejor (también es cierto que me estoy echando Minoxidil) he estado descansando unos mesecitos.
Un detalle. El Minoxidil, seas hombre o mujer, una vez que te lo mandan es de por vida. Y en cuanto a las hormonas, para que veas cómo son los ginecólogos, a mí mi médico me dijo «Tú siempre tomarás pastillas; si quieres tener hijos, un tipo de pastillas, si no quieres tenerlos, otras pastillas distintas, pero el control es de por vida». ¿Cómo te quedas?
En fin… hoy he empatizado contigo. Y me ha alegrado dar ese vistazo global a tu blog, ahora entiendo mejor muchas cosas.
Hala, pues sí que lees ^_^ Es que cada entrada me lleva alrededor de un par de horas… soy un escritor muy lento (a una página por hora, y escribo a la misma velocidad desde hace 10 años). El problema no es teclear, sino ir pensando qué puñetas tecleo.
Beatriz Preciado escribío un libro en el que trata la cuestión de la excesiva «hormonación» bajo la que se encuentran las mujeres en la actualidad, y como los médicos recetan de manera bastante «liberal» anticonceptivos en muchos casos en los que quizá no sean tan necesarios. No sé si el libro es bueno o malo, porque no lo he leido, aunque creo que un día de estos lo voy a hacer (o me espero que salga la película XD)
Está claro que si tú te sientes mejor tomándolos será que te sientan bien. Pero veamos. ¿Cuales son los efectos del ovario poliquístico? ¿Tendencia al sobrepeso? ¿Caida del cabellos? ¿Hirsutismo? ¿Disminución de la fertilidad? Y ahora veamos: con el tratamiento que sigues ¿has notado que alguno de estos síntomas haya disminuido o mejorado? Bien, estás menos agresiva, pero ¿es eso bueno o malo? Algunas amigas trans dicen que lo mejor de tomar hormonas es que son mucho menos agresivas, de modo que parece que hay mujeres para las que es una sensación extraña. Sin embargo, no lo es para todas, y algunas valoran una mayor acometividad (que acompaña a la agresividad) como algo positivo y deseable frente a la tendencia a la sumisión que conllevan las hormonas femeninas. Lo que es más ¿es imprescindible tomar medicamentos para disminuir la agresividad, o existen otros métodos, como, por ejemplo, el deporte? ¿Realmente estás condenada a tomar pastillas el resto de tu vida? Siendo el ovario poliquístico una enfermedad relativamente reciente ¿qué hacían las mujeres antes de que los anticonceptivos se inventasen? ¿Tan terribles eran sus vidas?
¡Que no parezca que te estoy animando a abandonar tu tratamiento, faltaría más! Es sólo una pequeña reflexión a la que doy vueltas de cuando en cuando, seguramente por que a mí el tratamiento me fue tan mal…
Por cierto, de todos los medicamentos contra la caida de pelo que he tomado, el Minoxidil es de los pocos de los que nunca había oido hablar. Lo malo de todos ellos es eso… que en cuanto los dejas, se te vuelve a caer el pelo. Yo ya he claudicado y ahora soy un rapado feliz (es una de las muchas cosas que me gustan de ser hombre ^______^)
Me quedo con la duda de saber qué cosas entiendes ahora mejor.
Hay una cosa que recibe el nombre de SOP (Síndrome de Ovario Poliquístico). En internet hay muchísima información. A mí no me han llegado a decir que tengo el síndrome, pero lo sospecho. Cuando se te juntan problemas para bajar de peso con problemas dermatogicos y ginecológicos… retratas el perfil. En mi caso, mis síntomas eran:
– Reglas MUY irregulares. He llegado a tardar 60 días.
– MUY abundantes y dolorosas. He comprobado que ahora, incluso cuando descanso de las pastillas, ya no sangro tanto ni me duele como me llegaba a doler, en mis «mejores» tiempos quedaba absolutamente KO cada vez que me venía.
– Facilidad para ganar peso, dificultad para perderlo. Cuentan que uno de los signos del SOP es la resistencia a la insulina, que favorece que se ganen kilos con facilidad y que se corra el peligro de desarrollar diabetes en el futuro.
– Piel grasa (tendencia al acné) y esos dos episodios de caída de pelo.
Por suerte no tuve otros problemas que también se asocian a esto, como el hirsutismo.
Dicen que los quistes se derivan del problema hormonal. No son causa, sino consecuencia. Un quiste es un ovario que debía haberse formado y salido del óvulo y que se quedó a medio hacer. Por tanto, si tengo los ovarios como dos maracas es que mi cuerpo no quería mandar la señales adecuadas, andaría en huelga de trompas caídas o vete a saber…
Mejoras que he notado:
– Regularidad en las reglas, aunque ya sabemos por qué… si dejo las pastis, adiós regularidad.
– Ya no son tan abundantes y han dejado de doler. Este efecto sí se mantiene cuando no las tomo.
– Mi peso se ha estabilizado. No he engordado ni adelgazado significativamente desde que las tomo, lo cual es buena señal, cualquiera de las dos cosas me mosquearía.
– La piel está algo mejor y el pelo está controlado (aunque, como te he dicho, también hay que valorar el efecto del Minoxidil).
– En cuanto al ánimo, me siento menos agresiva.. pero te explico que para mí la agresividad se deriva de la ansiedad. Reacciono agresivamente cuando estoy nerviosa. Sentirme menos nerviosa me hace pensar que soy más dueña de mis actos, el estar más tranquila me hace más «pacífica» (aunque sigo considerándome chica de carácter, no se equivoque nadie).
No obstante… me da miedo estar encadenada a unas pastillas. Sigue siendo mierda que le echo al organismo, y ese es el miedo que tengo, que aunque haya notado mejoras, me perjudiquen a la larga. Da MIEDO que te aten a algo para el resto de tu vida, así que si yo viera alternativas mejores que me permitieran abandonarlas… las tomaría.
Me sorprende que no hayas oído hablar del Minoxidil, porque parece que es el mascarón de proa en estas cosas, aunque… parece que los hombres tenéis varias opciones para el tratamiento de la alopecia, mientras que las mujeres sólo tenemos una, aunque existen dos tipos de compuestos; uno con una concentración, creo, del 3% (casos más leves) y otra (la mía, por desgracia) del 5%, Dicen que es lo más efectivo que hay ahora mismo. Si hay suerte, además de parar el proceso, te sirve para regenerar, aunque para ver resultados realmente constatables deben pasar, al menos, 10 meses desde el comienzo de su aplicación.
En cuanto a las cosas que entiendo mejor… se resumen en que antes te había leído comentar cosas sobre la problemática de un colectivo con el que te identificas, pero de un modo tangencial (a través de opiniones) y ahora he leído como se sentía Pablo, en primera persona, mientras le iban sucediendo cosas.
Mi respuesta podría ser un post, leches XD
Bueno, pues parece que sí te están sentado bien, aunque no estoy muy seguro de que la regularidad en las reglas sea un beneficio :P. Más bien dejémoslo en «mal necesario».
Los anticonceptivos orales son tratamientos que están probadísimos. Son millones de mujeres las que los consumen habitualmente de manera «crónica», de modo que si hubiese relación entre anticonceptivos orales y cáncer, ya estaría más que estudiado. Lo que es más, hay ciertas terapias hormonales a base de hormonas sintéticas que se utilizan para combatir ciertos tipos de cáncer que son hormonodependientes. Por ejemplo, el Textes (la hormona que uso yo) está indicado en ciertos tipos de cáncer de mama. Por supuesto, en dosis más bajas que las mías, ya que a la gran mayoría de las pacientes no les gustaría que les saliese barba y se les pusiese la voz como a Constantino Romero. Eso sin contar con quienes tomamos otros tipos de hormonas sintéticas, como la tiroxina en casos de hipotiroidismo (si es que tengo de todo, luego la gente me dice que eso de la tendencia a engordar es una excusa), que también son tratamientos crónicos.
Si lo piensas bien, todas las cosas que existen son «químicas». Sé que con «químico» quieres decir «sintético» en oposicón a «natural», pero lo cierto es que tampoco todas las cosas «naturales» son necesariamente buenas. Por ejemplo, mira las setas venenosas. En resumen, creo que en ese sentido puedes estar tranquila.
La caida del cabello se puede producir por muchas causas. En el caso de la alopecia androgénica (o androgenética, no sé cual de las dos es más correcta) creo que se debe a que un producto procedente de la metabolización de la testosterona hace que se caiga el pelo. Los tratamientos para hombres lo que hacen es bloquear los receptores de esa partícula en concreto, y ya está, pero eso en mi caso iría contra mis propios intereses XD En las mujeres el problema es el mismo (si se trata de alopecia androgénica) pero tampoco es conveniente bloquear esos receptores, porque poca testosterona que producís, si encima la bloqueáis, podría llegar a ser un problema más que una ayuda. De todas formas, en mi época de preocupación capilar me daban tratamientos «de mujer». ¿Por qué no me recomendaron el minoxidil? ¿Por qué? ¿Por qué? Para una cosa que al parecer funciona… Leñes.
Yo también me he alargado un poco respondiendo.
Pues me dejas más tranquila. ¡Tú sabes de tó! XD
Un abrazo 🙂
De tó no, pero de hormonas ando demasiado bien informado XD
Un beso para ti.