Todas las navidades voy a Barcelona a pasar unos días con la familia de allí. La navidad del año 2008 la pasé con bastante miedo. Les conté que soy trans, y no sabía muy bien qué reacción iban a tener. En realidad, confiaba que sería buena, aunque me sorprendió que fue mucho mejor de lo esperado. También recuerdo que me costó mucho tomar la decisión de explicárselo a mi yaya, que tenía por aquel entonces casi 88 añitos, y esa la que más me preocupaba. Sobretodo, me preocupaba que le fuese a dar un infarto o algo así, del susto, del disgusto, o de lo que fuese.

Ahora, a toro pasado, me parece que fui un poco tonto por preocuparme tanto. ¡Todo fue muy sencillo! Y el apoyo que tuve en ese momento, me animó muchísimo. Tal vez eso fuese lo que me animó a hacer, casi sin querer, vida de hombre a tiempo completo.

También recuerdo que el día 2 de enero de 2009. Fui a la óptica a hacerme las lentillas y la chica me dijo algo así como «siéntate aquí, guapa». Luego me preguntó como me llamaba y yo, con el corazón a punto de salírseme del pecho de pura vergüenza anticipando una mala reacción por parte de ella, le dije que Pablo. Pero no pasó nada, y a continuación ella me  trató en masculino todo el rato. Desde entonces, siempre que voy por allí, me saluda efusivamente diciendo: «¡Hola Pablo!», porque tiene una memoria prodijiosa.

He revisado las entradas del blog, y no escribí sobre esto en aquel momento, ni sobre nada relacionado con las navidades de 2008. Probablemente no sabía que habría un antes y un después de aquella ocasión, y que ya siempre me presentaría como Pablo, sin importarme si tenía o no tenía pinta de Pablo. Sólo hice un par de excepciones en entrevistas de trabajo, y luego me arrepentí de ello, porque no salieron nada bien.

Sobre la navidad de 2009 sí que escribí. No estaba muy contento. Para mí, viajar a Barcelona y ver a la familia y a los amigos de allí, supuso un retroceso bastante doloroso. De repente me vi rodeado de personas que insistían en tratarme como a una persona que no soy, a pesar de que sabían que me molesta. Tenían muchas excusas para ello, pero ninguna me pareció aceptable. También hubieron excepciones, pero fueron suficientes para compensar el mal trato. Para mí, que estaba acostumbrado a ser bien tratado, las excepciones ya no eran suficientes. En realidad, nadie debería verse en la situación de tener que conformarse con excepciones, significa que lo normal es vivir en una constante situación de angustia.

Este año, en cambio, todo ha sido muy fácil. Increiblemente fácil. Toda mi familia de allí se refiere a mí como Pablo y me tratan abiertamente en masculino (también es cierto que una de las personas que más resistencia tenía murió durante este año, pobrecita). Incluso mi madre va decantándose por el masculino, o al menos por el neutro. Y hasta mi padre, en público, se corta un poco y evita usar el femenino. Mis amigos me trataban en masculino con toda naturalidad (pero es que de los amigos sí que no puedo quejarme para nada), y a la única que sí que tenía resistencia, no la he visto. Creo que ella se alegra de que no nos hayamos visto, y a mí me da igual, porque bastantes problemas tengo como para encima ir a buscar a gente que tiene problemas conmigo. Hasta los amigos de mis padres, a los que, por cierto, hacía años que no veía, me trataban en masculino y me llamaban Pablo, en presencia de mis padres.

También es verdad que cuando no estoy delante, dejan de referirse a mí como Pablo, y vuelvo a ser Elena. Lo sé porque tengo el oido demasiado fino, y a veces oigo cosas que se supone que no debería poder oir.

Por un momento (sólo por un momento) pensé que sería muy fácil simplemente dejar que las cosas siguiesen su curso. Esperar tranquilamente a que a mi endocrina le parezca conveniente ponerme en lista de espera para la masectomía, y a que pasen los dos años para hacer el cambio de nombre y sexo legal. Simplemente tendría que dejar que las cosas fluyesen, reintegrarme en la «normalidad», y disfrutar de ser un tío como otro cualquiera. Sin complicaciones, sin preocupaciones, sin tener que pensar en los problemas de otras personas, e incluso permitiéndome olvidarme de todos los problemas que tuve yo.

Pude entender porque mucha gente «desaparece» cuando consideran que han «terminado su transición». Luego, me acordé de que eso de ser normal es bastante aburrido, y, sobretodo, carente de interés. Cómodo, eso sí, y también fácil. Incluso relajante. Pero con muchísimas pegas, reglas, miedos y prohibiciones.

Pero ¿a qué se debe esto? Puede ser, o bien que en dos años da tiempo a que se consiga lo que en uno no se puede, o al efecto físico de las hormonas. Yo diría que ha sido una combinación de ambas cosas, pero que las hormonas tienen mucho, mucho peso. La gente se siente estúpida tratando en femenino a alguien que tiene aspecto de hombre, incluso aunque en su interior piensen que realmente es una mujer «disfrazada», el cambio físico hace que en realidad sepan que tampoco es realmente una mujer.

Por otra parte, eso sólo funcionó con la familia de Barcelona. Mi familia de Granada no tiene ningún problema en tratarme en femenino, y en referirse a mí por el nombre que no quiero, incluso delante de otras personas que no tienen nada que ver. No sé si un día llegarán con un cartel que ponga «soy transexual» y me lo colgarán del cuello. Para esto, la única explicación que se me ocurre es que Andalucía no es Barcelona, y aquí todavía tenemos mucho que hacer.

En fin, el saldo de las navidades ha sido muy bueno este año, aunque me queda un pequeño regusto amargo. De algún modo, me había autoimpuesto la tarea de conseguir ser reconocido 100% como hombre, independientemente de si emprendía alguna modificación corporal. Creo que lo conseguí al 80%, pero ahora que he empezado a hormonarme, ya no podré continuar moviéndome en esa dirección para llegar hasta el 100%. Por otra parte, supongo que un 80% es muy buen resultado, y… en realidad, estoy mucho más feliz así. Supongo que mi vocación de mártir no es demasiado fuerte