Voy a Granada y quedo con un amigo al que hacía meses que no veía y me presenta a un montón de gente. No hay malos entendidos, nadie me toma por una chica, no necesito explicar quien soy, excepto cuando me presenta a un chico que se acerca para darme dos besos. Yo reacciono tendiéndole la mano de manera bastante firme, y al final nos saludamos de esa manera.
Un momento más tarde, sobre el sonido de la música del pub, escucho que el chico dice: «lo que pasa es que soy gay, yo doy besos a todo el mundo». Yo podría haberme acercado y haberle explicado entonces: «lo que pasa es que soy trans, y cuando un hombre me quiere saludar dándome dos besos, significa que me ha reconocido como tía, cosa que no me gusta».
El resto de la noche, el chico procura mantenerse a una prudente distancia de donde yo estoy, y en realidad, no se relaciona más que con una chica, que debe ser la que le ha invitado a ir al pub. Entiendo que me percibe como a otro hetero más. Se me hace raro, por una parte, porque no lo soy, por otra parte, porque… supongo que no estoy acostumbrado.
Cuando camino por la calle, voy a tiendas, pregunto una dirección a un desconocido o me presentan a alguien, ya no tengo que hacer nada para que los demás me vean de la manera en que yo quiero ser visto. La forma en que he querido ser visto desde hace muchos años.
Esto me produce una gran tranquilidad. Es como si la puerta que llevo empujando tanto tiempo, por fin empezase a ceder. No del todo, pero sí mucho.
Podría decir que empiezo a ser una persona «normal», pero ser «normal» nunca fue mi objetivo. No es que la normalidad sea mala, al menos para quien le guste, es, simplemente, que se trata de algo gris y fantasmal. «Lo raro es ser normal», todo el mundo tiene algo que se puede considerar una rareza, y, además, las personas normales tampoco destacan en nada. Para mí la normalidad carece de interés.
Por otra parte, supongo que en realidad mi criterio, la forma en que me gusta que los demás me perciban, sí que se acerca mucho a la normalidad. No destacar en nada, aparentemente, sólo por un rato. No tener que explicar quién o qué soy, por qué uso un nombre y no otro, por qué me visto así o asá. Porque, simplemente, me gusta hacer muchas cosas (no todas) de la forma en que se supone que las hacen, y el tener un aspecto masculino me legitima para poder hacerlas de esa forma.
Al mismo tiempo, me da pena que las cosas sean así. Que para poder hacer con legitimidad «cosas de hombres» haya que parecer un hombre, y para poder hacer «cosas de mujeres» haya que parecer una mujer, porque se considera que hay una serie de comportamientos que son «naturales» de las unas o de los otros, y raros, deleznables o enfermizos cuando aparecen en las personas que no nacieron con ese derecho natural.
No puedo evitar pensar en las mujeres trans a las que «se les nota», que «no son pasables», y están siempre expuestas a la mirada y al juicio de los demás. Yo estoy encontrando una fórmula para estar tranquilo, para poder relajarme y disfrutar de la compañía de otras personas sin preocuparme por lo que pensarán o cómo me verán, pero esta fórmula no es universal, no sirve para todo el mundo, y mucha gente ni siquiera la considera una opción. La terapia de reemplazo hormonal funciona para mí en este momento (en el futuro ¿quien sabe?), pero no es la panacea para todas las personas trans, ni mucho menos. Esto es algo que no se debe perder de vista.
Pues sí, querido Pablo, lo cierto es que vuestra expresión de género es mucho mejor aceptada por la sociedad. ¿Y para nosotras, qué?, pues la mofa y el escarnio públicos, si no «pasas» lo suficiente…
Pero eso no es lo más siniestro. Es mucho peor que pierdas tu trabajo, o que tu familia no soporte la presión de estar a tu lado… Y el colmo de la indecencia es que los equipos sanitarios te obliguen a «escarnecerte», para poder continuar en las Utigs…
¡No sabes cuanto envidio esa tranquilidad de la que hablas!… al menos yo, algo parecido solo puedo sentirlo en soledad, o entre otras personas trans…
¡Que alegría, chico! Te hacía de misionero en alguna tribu yanomami…
En cuanto a tu post, yo creo que los feos lo pasan mucho peor… y los infelices, ni te digo…
Saludos.
Hola Pablo. Desde nuestra última conversación, via MSN, no he sabido mayor cosa de tí solo lo que leo atraves de tu blog. Planeo ir a Granada hacia noviembre así que espero que nos encontremos.
Te planteo una pregunta: ¿Como te miras a ti mismo?.
Ahí esta la médula de el como creo que el otro me ve. Yo sufro el mismo error cognitivo, me mido, miro, con excesiva dureza y pienso, creo, que el otro también lo hace. Y me equivoco en esta apreciación.
¿Porque cuando estoy alegre el mundo me parece distinto de cuando estoy triste?. El mundo no ha cambiado, sigue inmutable sus propios ritmos, lo que ha sucedido es que he cambiado el filtro con el que lo miro.
De tu blog siempre me llamo la atención la pregunta que haces debajo del título: ¿ Y si un dia descubres que nadie sabe quien eres?.
De esta muy significativa interrogante que te planteas me surgen preguntas subsidiarias tales como: ¿Sabes tú quien eres?, ¿Necesitas que el otro sepa quien eres?, ¿Sabe, o podra saber, alguien en realidad quien eres?.
He pasado largos años de mi vida y utilizado muchas y diversas técnicas intentando responder a la vieja pregunta filosófica de ¿Quien soy?. He concluido que es una pregunta sin solución. Me viene a la memoria una respuesta que le daba Don Juan a Castaneda cuando éste le pregunta que quien es. Le responde que no puede contestarle, que como va a hacerlo si él es todo lo que le rodea, la montaña, el desierto, los seres que lo habitan, etc. Bueno que ya me estoy yendo por las ramas románticas. Lo que si puedo decir con las limitaciones que el lenguaje me pone es que hay espacios de mi mismo que estan iluminados y que veo con claridad al igual que tengo, los mas, espacios en sombras que buscan ser iluminados. Y que todo ello tanto lo claro como lo oscuro es lo que soy.
Nunca el otro podrá saber quién eres cuando ni siquiera tú lo sabes. Esto da mucha tranquilidad, permite dejar de estar atentos a la opinión de los otros y a la vez obliga a un estado de alerta y sorpresa permanente. El otro, al igual que tú, gracias a su misma complejidad jamás será predecible aunque aparentemente siga rutinas. Por ello el otro siempre es fuente de sorpresas. Nunca está resuelto.
Vivimos una permanente impermanencia. El ser que fuiste hace un instante no es igual al que eres ahora mismo. Nos desgastamos intentando aprehender al otro, detenerlo-retenerlo en un instante, pero ello no es posible. Como niños jugando en el borde de la playa que con sus pequeñas manos intentan contener la arena que se filtra por sus dedos.
¿Que hacer entonces?. Vivir con las manos abiertas permitiendo que la arena o el agua fluyan através de ellas. Sabiendo que no podemos quedarnos con nada. Sabiendo que solo somos simples espectadores que contemplan asombrados el torbellino de lo impermanente.
*Rie* (Ya sabes que lenguaje es este, ¿no?) En fin que he vagado a gusto en este tu blog y que espero pronto hacerlo cara a cara que para mí es mas sustancioso que el poco expresivo verbo. Un abrazo largo, amigo, y muchos besos ;).
Tus circunstancias son de las más duras que uno se puede imaginar. Y quizá, como dices, para ellas más aún, pues es general valoran más el aspecto/atractivo físico propio.
Como no puedes pretender cambiar a todo el mundo, hay que saber disfrutar de la vida en el entorno en el que estás a gusto, por reducido que sea. En parte es lo que hacemos todos.