El viernes fui a mi segunda patrulla legal. La patrulla legal es una actividad de asesoría jurídica itinerante que realiza el Proyecto Transgénero en las zonas en las que las trabajan las prostitutas trans.

Cuando le expliqué a una de mis tías que soy transexual, lo primero que pensó es que me iba a meter a puta. «No vayas a mezclarte con prostitutas y gente así», me dijo muy preocupada. «Claro que no», le dije yo muy convencido, aunque lo cierto es que ya tenía contacto con personas que ejercían la prostitución. No tanto como ahora.

En las noches de Quito hace frío. ¿Quién iba a pensar que en Ecuador, en pleno trópico, podíamos estar tranquilamente a doce grados? Además, lloviznaba. Me puse una camisa de manga larga, un jersey abrigadtio y la cazadora tejana. Además, llevaba la braga puesta a modo de gorro. Pantalones vaqueros y tenis. Las manos metidas en los bolsillos.

Hacía frío. Pero las chicas de la Y a penas llevaban ropa, pues ese es el uniforme de trabajo de las prostitutas, a lo largo y ancho del mundo. Faldas muy cortas (cinturones anchos), finas camisetas ajustadas con generosos escotes. Medias de color carne, o sin medias. Sandalias y zapatos de tacón abiertos. Maquillaje. Una botella de licor para espantar el frío y para envalentonarse ante la policía, ante los clientes, o ante quién sea menester.

Cuando llegamos, sólo había una chica, que miraba con recelo a dos muchachos encapuchados que rondaban por allí. La policía la había «puesto pilas» (espabilado) al respecto, y estaba dando vueltas por la zona. La policía no es precisamente la mejor amiga de las prostitutas, así que tenerlos rondando por allí tampoco le daba mucha tranquilidad, ni a ella, ni a nosotros, que también estábamos allí. Cuando hay altercados, no se distingue mucho entre prostitutas y patrulla legal, según me han dicho. Hacer patrulla legal es peligroso.

Después llegaron dos chicas más, una de ellas, la dueña de la zona. La dueña de la zona habla con uno de los compañeros, reclamándole enérgicamente que el PT ayude a tres de sus chicas, que están pasando apuros económicos. El compañero aguanta el chaparrón estoicamente y sin perder la compostura, hasta que la José nos echa de la zona. Entretando, los dos muchachos que estaban por allí, al ver tanta gente, han decidido marcharse. Entretanto, un cliente se lleva a una de las chicas.

Nos marchamos. No sería bueno para nosotros quedarnos allí. Las prostitutas de la Y no son corderitas indefensas, y la dueña de la zona no se ha ganado ese título por nada. En la calle sólo sobreviven los fuertes, y ellas han sobrevivido… o van sobreviviendo, de momento. Mañana ¿quién sabe?

Las prostitutas que trabajan en las calles no son «mujeres de vida alegre». Su trabajo es penoso, bajo la lluvia y el frío, arriesgándose a ser agredidas, a que las asesinen como se ha asesinado a otras tantas, que, encima, la gente piense «es normal que le pasara eso, siendo puta». Su esperanza de vida es corta, según me dicen, aquí en Quito, con 25 años ya son de la tercera edad. Todas ellas aparentan diez o quince años más de los que tienen.

Me pregunto como llegaron hasta ahí.