El sexo, pues, está ligado al momento del nacimiento. En más de una ocasión he leído “se puede cambiar (o reasignar) el género, pero no el sexo”. Porque el sexo es un sello de nacimiento. El sexo son las características que uno tiene al nacer, y de nada sirve que a lo largo de la vida de una persona, esa persona vaya cambiando las características “sexuales”. Siempre quedará un rescoldo, un vestigio, algo de lo que no se pudo deshacer, algo que no pudo conseguir, ya sea un código genético determinado, o la imposibilidad de desarrollar gónadas de una determinada clase. A eso nos agarraremos para seguir diciendo “eres hembra, igual que cuando naciste”.

De este modo, el sexo está adscrito a la persona desde el nacimiento, porque culturalmente no se permite el cambio. La tecnología y los avances médicos y quirúrgicos no pueden convertir a una hembra 100% en un macho 100%, pero si pueden convertirnos en intersex, en personas que tienen partes femeninas y partes masculinas. Desde este punto de vista, el cambio de sexo sería real. Sin embargo, esto es algo no permitido, pues el acceso a la intersexualidad, como ya he indicado, es un privilegio de nacimiento.

Esto es también un hecho cultural. Posiblemente en una cultura distinta, o en un planeta alienígena se podría eliminar la existencia de la intersexualidad flexibilizando los conceptos de “macho” y “hembra”, y adscribiendo a las personas intersexuales en una de esas dos categorías, en función, por ejemplo, de a qué sexo se pareciesen más (de hecho, así suele ser como se adscribe a los intersex en un género u otro). En esa cultura más flexible, podría ser posible cambiar de sexo cuando las características de la persona se pareciesen más a un sexo que al otro, siempre que se considerase que las características “construidas” son tan válidas como las “de nacimiento”.

Nuestra cultura no es asi. Como si fuésemos un automovil que sale de la fábrica con un número de bastidor, número que permanece inmutable a pesar de todos los cambios que se hagan en el coche, a nosotros al nacer se nos asigna un sexo, que, por cierto, depende tan solo de la forma de nuestros genitales (lo cual puede mover a error en algunos casos, pero de eso no se habla). Ese sexo es nuestro número de bastidor. No importa que con el paso del tiempo ya no quede más que una o dos características que justifiquen la asignación a ese sexo, lo que importa es que fue el que se nos asignó al nacer, grabado a fuego, imposible de cambiar. El sexo se considera algo natural, es más… es nuestra naturaleza. Y lo natural no puede ser cambiado por el ser humano, porque sólo lo puede cambiar Dios. La Ley de la Naturaleza está por encima de nuestras posibilidades.

Los seres humanos, que hace ya millones de años que dejamos de estar atados a la naturaleza, insistimos en creernos ligados a la naturaleza en tan sólo dos aspectos: el nacimiento y la muerte. Lo que es “de nacimiento” no se puede cambiar, es natural. La muerte también se considera algo natural… como si hoy en día no dispusiésemos de tratamientos médicos que logran prolongar nuestras vidas mucho más allá de los dictámenes de la naturaleza.

La muerte existe, y las diferencias morfológicas también, pero ya no son tan naturales como antaño. Igualmente, los kilómetros siguen teniendo la misma longitud que antaño, pero lo que antes eran distancias casi insalvables, hoy gracias a la tecnología, se pueden recorrer en sólo unas horas. El mundo es ahora del mismo tamaño que era en el S. XVIII, pero los aviones, los trenes de alta velocidad, e incluso los motores de los automóviles y las carreteras asfaltadas, tan lisas, lo han vuelto mucho más pequeño.

¿Y cómo influye el sexo en la persona? ¿Yo sería diferente si en el día de mi nacimiento los médicos hubiesen dicho “es niño”? Sin duda lo sería. Mi biografía sería totalmente distinta. En realidad, ni siquiera sería yo… Pero también sería diferente si en lugar de nacer en España hubiese nacido en Afganistán, o en Canadá, o en Australia, o en Japón…

Una amiga dice que en realidad quienes somos es un diálogo entre la biología y la biografía. No podemos poner todo el peso en la biología, porque entonces seríamos solo machos o hembras, y punto. No podemos poner todo el peso en la biografía, porque entonces seríamos ángeles, espíritus incorporeos… Nos vemos obligados a mantener un diálogo constante entre nuestro cuerpo y nuestra mente, y esto no es sólo válido para las personas transexuales, sino para todos. Para las personas que, llegada una cierta edad, siguen sintiendo su mente viva y ágil como siempre, pero su cuerpo torpe y dolorido. Para las personas que son bellas por dentro y poco atractivas por fuera. Para el auxiliar de contabilidad que en sus ratos libres practica deportes de aventura y ha visto paisajes con los que otros tan solo sueñan.

Hay otro factor que hoy me ha hecho ver un amigo de aquí, que es el del “palimpsesto”. El palimpsesto es una la práctica que se llevaba acabo en la edad media, y que consistía en borrar los textos de los libros y escribir otras cosas sobre ellos. Mi amigo hace una analogía entre el palimpsesto literario y la forma en que los demás escriben y reescriben sobre nosotros ciertas cosas que nos configuran. Las trenzas que mi madre me hacía en mi infancia, la admiración que sentía por mi abuelo, la forma de comer, las tradiciones familiares, la presión de mis compañeros de clase, el amor hacia las personas que me querían como chica, la diferente forma de tratar a hombres y mujeres, que me iba dibujando por debajo de la piel surcos que nadie veía, el combate interno librado constantemente en mi mente, y el decir al final “pues no”.

De modo que el diálogo entre la biología y la biografía no incluye sólo la forma de nuestro cuerpo, nuestras preferencias y nuestras decisiones, sino lo que otros han hecho de nosotros, de forma consciente o inconsciente. Y esas letras que otros han dibujado sobre nuestros cuerpos dependen en mucho de nuestra biología.

La biología influye sobre nuestra autopercepción, y también sobre la percepción que los demás tienen sobre nosotros. La percepción de los demás influye también sobre nosotros. Nuestras decisiones influyen sobre nuestra biología. Tal vez, tratar de investigar qué parte influye cómo en nosotros mismos es un planteamiento erroneo. Quizá debemos considerarnos, más bien, como un ecosistema, en el que un pequeño cambio varía el todo, y donde no hay una parte más importante que otra, aunque a primera vista parezca que sí. De este modo, si queremos comprendernos a nosotros mismos, no habrá que partir desde el biologicismo o el no biologicismo, sino desde un ecologismo bien entendido.