Entre el domingo y ayer lunes viajé a Guayaquil con unos compañeros que habían sido invitados como panelistas en una actividad organizada para el día de la no homofobia por una agrupación (no se si son asociación, colectivo, o qué) de transfemeninas llamada «Silueta X».

Guayaquil es la segunda ciudad más importante de Ecuador, después de Quito, y está en la costa, a unas dos horas de la playa. Eso significa que no se beneficia del fresquito que trae la altura de la sierra, sino que hace bastante calor… un calor tropical, ecuatorial, bastante húmedo… Un calor asfixiante, exagerado, según mis compañeros de la casa… Un calor bastante parecido al que hace en mi pueblo a principios del mes de julio, según yo, aunque sólo estuve un día, y una flor no hace primavera.

La distancia entre Quito y Guayaquil es incierta para mí. He buscado en internet y me salen diferentes informaciones, desde las webs que dicen que hay 500km, las que dicen 600km, las que dicen 1.000km… Lo de 1.000km sí que no me lo creo, ya que Ecuador es un país mucho más pequeño que España, así que las distancias son más cortas. Lo que ocurre es que es un país que está «arrugado» por las cordilleras montañosas que lo atraviesan, y eso complica mucho las cosas. Creo que cualquier topógrafo o ingeniero de caminos que viniese por aquí tendría pesadillas durante el resto de su vida.

Como sabe cualquier persona que viva en una zona muy montañosa, las distancias en kilómetros no son representativas de la distancia. En la Alpujarra granadina, por ejemplo, prefieren medir la distancia en tiempo. Aquí hacen lo mismo. De modo que puedo decir que la distancia entre Quito y Guayaquil viene a ser de siete horas.

Decidimos que lo mejor era viajar en autocar la noche del domingo, llegar a Guayaquil de mañana, asistir a la actividad, y regresar esa misma noche, también en autocar. No es que seamos masoquistas, es que no tenemos dinero ni para aviones, ni para hoteles.

Tengo que reconocer que la idea me preocupaba bastante, porque había visto los autocares por fuera. Destartalados, de aspecto anticuado, a menudo avanzando con el capó abierto… no quería ni imaginar como serían por dentro, y sospechaba que lo de dormir a bordo de uno de ellos no sería nada fácil (especialmente si el susodicho iba dando tumbos por las complicadas y peligrosas carreteras ecuatorianas). Además, si los autobuses españoles ya resultan incómodos, los de aquí… ni te cuento.

Como ya me ha pasado en varias ocasiones desde que estoy aquí, más tarde tuve que reprocharme a mí mismo por mis prejuicios «eurocentristas». ¿Cómo va a ser mejor un autocar ecuatoriano que uno español? Pues… siéndolo. En cuanto subí al autocar vi que los asientos eran anchos, blanditos y confortables, con reposacabezas, limpísimos, e incluso tenían un reposapiernas. La distancia entre unos y otros era suficiente para poder estirar las piernas casi por completo… en fin, que en realidad era casi como una cama. Eso sin hablar del excelente sistema de amortiguación, que hacía que los baches pasasen desapercibidos, y que encima te daban una bolsita de pan de queso y un refresco de naranja. Todo ello por el módico precio de 9$.

No es que pueda decir que dormí como un bebé, porque al fin y al cabo el cacharro se movía, pero sí dormí mucho mejor de lo que nunca dormí en ningún otro medio de transporte, porque iba más cómodo de lo que nunca he ido (incluyendo aviones). Habría sido mejor si, a mitad de camino, la polícia no nos hubiese detenido para hacer un control.

Todo el mundo se pone nervioso si la Guardia Civil le para y le pide el carnet, los papeles del coche, etc… ¿Qué está pasando? ¿Hay algún problema? ¿Me pondrán una multa? Pues eso no es nada comparado con que te hagan bajar con el equipaje de mano, te lo registren y te cacheen, mientras un par de policías más están por ahí con fusiles automáticos en la mano, controlando el cotarro. Curiosamente, lo que no te piden es que te identifiques, quizá porque en Colombia hay muy buenos falsificadores, que, según me ha dicho un amigo, son capaces de falsificar a tu madre y tú no te das ni cuenta. O quizá porque les da igual, y sólo les interesa saber quién eres si viajas con armas o algo ilegal.

También nos cacheó una empleada de la compañía de autobuses al subir al autobús, y registró el equipaje de mano. Al parecer es una medida de seguridad rutinaria puesto que a veces los propios pasajeros asaltan el autobús desde dentro, atracando al conductor y a los pasajeros. Entre esa información, y que las carreteras de Ecuador carecen de todo sistema de seguridad en caso de accidente, digamos que la perspectiva de viajar mucho empieza a ser cada vez menos agradable.

A pesar de todo, llegué bien. De hecho lo normal es que la gran mayoría de los viajeros lleguen sanos y salvos a sus destinos, aunque también es bastante habitual que se hagan controles policiales a mitad del viaje.

Una vez en Guayaquil me aconsejaron encarecidamente que desistiese de hablar con los taxistas y dejase hablar a uno de mis compañeros, que había vivido en la ciudad durante un tiempo y sabía lo que se hacía.

– Como hables, son capaces de cobrarte 20$ – me dijeron. Al parecer los taxistas guayacos acostumbran a pasear a la gente y luego cobrarle tarifas exhorbitantes… aunque «exhorbitante» aquí pueden ser 4 ó 5 dólares. Con la participación experta de mi amigo, el trayecto costó 2,50$. En España sólo la bajada de bandera ya viene a costar el doble…

Pasamos la mañana en la sede de la Fundación Yerbabuena, donde nos ofrecieron amablemente lugar para quedarnos, asearnos, ducharnos, cambiarnos de ropa… nos trataron como a reyes. A medio día fuimos al edificio donde era la actividad en cuestión, que era algo gubernamental, aunque no me fijé exctamente en qué clase de edificio era, y donde un poco más y no me dejan pasar porque a todo el mundo le cogían la cédula de identidad, pero no podían quedarse con pasaportes, de modo que estaban que no sabían qué hacer conmigo.

Al final me dejaron pasar (¡¡sin cacheo y sin pasar por un detector de metales!!) y llegamos al luegar de la charla. Tengo que reconocer que el sito era de lujo, todo en marmol, con los asientos comodísimos, la tarima en madera… no tenía que envidiarle nada a ningún edificio español. La recepción por parte de la organización, educadísima…

Llegados a este punto, creo que hay que aclarar que me han dicho que Guayaquil es una ciudad sumamente comercial y de ambiente muy conservador. De la misma manera, nuestras anfitrionas, las señoritas de la Silueta X, se enorgullecen de ofrecer una imagen muy femenina, utilizando para ello todos los medios que la ciencia médica y la estética pone a su alcance. Hormonas, cirugías, maquillaje, vestidos, y mucho «saber estar», parecen ser su seña de identidad. Imagino que de ahí el nombre de su agrupación.