Todo empezó en las Jornadas Feministas Estatales que se celebraron en Granada, en diciembre del año pasado. Conjuntos Difusos invitó a Elisabeth Vásquez, coordinadora política del Proyecto Transgénero de Quito para que participase en dos mesas hablándonos del Proyecto y de las acciones que estaban llevando allí (en este enlace podéis escuchar a Eli, a mis compañer*s de Conjuntos Difusos, y hasta salgo yo un poquito).

Cuando la conocí, me sorprendí mucho. Me habían hablado de todas las cosas en las que había participado, de la Casa Trans, del Proyecto Transgénero, etc… así que imaginaba que sería una persona de unos 40 – 50 años. Nadie me había dicho que tenía mi edad. Luego pude hablar con ella, la escuché con atención en sus intervenciones en las Jornadas, y flipé en colores, no sólo por las cosas que hacen, por la manera alternativa de usar el derecho para cambiar el sistema desde dentro y su forma de luchar, sino por la riqueza cultural y lo muy diferente que es el lugar del que ella venía respecto a todo lo que yo conozco.

Muy bonito, pero también muy duro. Esa fue la impresión que saqué de las cosas que ella me decía.

– Ayer cuando llamé a mis compañeros de la Patrulla Legal los noté raros y les pregunté que pasaba – me contó mientras esperábamos a que un conserje nos prestase un ordenador portátil -. Al prinicipio me dijeron que nada, que todo iba bien, pero yo ya me había dado cuenta de que había algo, así que les tiré de la lengua y al final me dijeron que tuvieron trifulca con la policía y al final los gasearon. ¡Ay, es tan horrible que te gaseen! Te pican los ojos, y la nariz, y no puedes casi ni respirar, es tremendamente angustioso, te quedas sin saber ni donde estás.

Lo decía así, como quien se queja de que lleva dos meses lloviendo, sin rabia ni enfado, simplemente son cosas que pasan. Obviamente, por la forma en que lo explicaba, a ella también la habían gaseado alguna vez. Luego hablaba de las culturas indígenas, de los kichuwa, de la provincia de Manabí, donde, al parecer, todo puede ocurrir… de elementos del derecho ecuatoriano que superan los nuestros ámpliamente, de la interculturalidad, del diálogo de las prostitutas trans con los policías, de los usos alternativos del derecho…

– Yo quiero ir a Ecuador. – Si no dije esta frase 200 veces, no la dije ninguna. Lo bueno fue que en un momento dado, ella empezó a decir «tú tienes que venirte a Ecuador».

Decidí que, si aprobaba la oposición, el tiempo entre el aprobado y que me llamasen para empezar a trabajar, que suele ser un periodo bastante dilatado, lo pasaría allí. Pero suspendí y el plan se me vino abajo. Tenía que volver a plantearme qué hacía ahora.

– ¿Y por qué no te vienes igualmente? – me preguntó Eli, ya a través de la red.

Lo pensé durante unos minutos y me di cuenta de que en realidad no tenía ningún motivo para quedarme aquí. En realidad lo que me preocupaba era que tenía que encontrar otra manera de ganarme la vida, porque la situación en la que me encontraba (y me encuentro) era demasiado precaria como para ser sostenible a largo plazo. Tenía que hacer otra cosa, y tenía que hacerlo ya. Mi idea inicial era probar suerte poniendo un negocio, aunque tal y como están las cosas todo eran trabas (impuestos, más impuestos, más impuestos todavía, problemas para encontrar financiación, reducir los costes de financiación al máximo…) y, sobretodo, mucho riesgo.

Viajar a Ecuador también suponía riesgo. La primera idea: si la gente de allí se viene para acá, por algo sera. La segunda idea: ¿cómo puedo proseguir con mi tratamiento médico, ahora que por fin lo había conseguido? Tercera idea: ¿y si voy y no me gusta? La cuarta idea: ¿de qué iba a vivir allí?

Poco a poco fuí aclarándome las ideas, con la ayuda de la gente de allí, y también de amigos de aquí que han estado en Ecuador. Respecto al trabajo, con un 25% de paro que tenemos en Andalucía, me parecía más probable conseguir trabajo allí que aquí, sobretodo si tenemos en cuenta que, en un país de 11 millones de habitantes, 4 millones se han marchado.

Lo del tratamiento médico me lo resolvieron ellos, puesto que conocen a un médico endocrino que trata a trans masculinos. Cuando descubrí que el testex, que es el medicamento que yo uso, vale 2,5€ sin receta, cada 18 días, pensé que podía permitirme comprarlo allí. Además, un amigo español que vivió en Ecuador, y para más inri es médico, me comentó que si bien la sanidad pública allí es prácticamente inexistente, la sanidad privada es muy buena, y hacerse un seguro médico sale por 10€ o 15€ al mes, así que también puedo pagarlo.

Hay una última ventaja a seguir mi tratamiento médico allí, y es que en Ecuador, ni el acceso a la hormonación, ni a la cirujía, tienen como requisito previo ir a un psicólogo/psiquiatra a autodeclararse trastornado mental. Uno puede sostener que está por completo en su sano juicio, y al mismo tiempo conseguir que un médico le atienda.

Queda lo más impredecible. ¿Y si voy allí y no me gusta? ¿Y si no puedo aguantar vivir allí por la diferencia cultural, o la falta de seguridad o qué se yo? Jo… pues cojo el avión y me vuelvo. Eso es lo más fácil de arreglar.

En enero tomé la decisión firme de marcharme a Ecuador. Desde entonces he estado informándome, hablando con la gente de Quito, mirando posibilidades, tratando de prever todo lo previsible, y pensando muy, muy bien las cosas, hasta el punto de que cuanto más lo pienso, más me convenzo de que es una buena idea. Tanto si sale bien y resulta que estoy allí en la gloria, como si sale mal y me vuelvo corriendo con el rabo entre las piernas, va a ser una experiencia enriquecedora, eso seguro.

Entre mis amigos y parientes hay división de opiniones. Algunos me animan un montón, mientras que otros plantean muchas objecciones. Las objecciones son las más interesantes, porque es posible que otras personas puedan prever cosas que yo no he previsto, pero hasta el momento, lo único que me han planteado a sido el argumento del miedo. «Que allí se vive peor», o «que puedes perder lo poco que tienes aquí», dicho de otra manera, «virgencita, virgencita, que me quede como estoy» y «más vale malo conocido que bueno por conocer». Son los mismos argumentos por los que la gente no deja su trabajo cuando el jefe le dice que trabaje 12 horas, aunque le pague 8. «Es mejor que te exploten que no tener trabajo» y «como yo, hay cientos, así que mejor será que trate de mantener lo poco que tengo, no vaya a ser que lo pierda todo».

Lo malo es que yo ya me pasé muchos años así, muerto de miedo por lo que podía pasar si hacía lo que quería. Tenía una pareja, tenía familia, tenía amigos, tenía planes de futuro y eran buenos… ¿Cómo echarlo todo a perder sólo por el detalle de querer vivir como hombre? ¿Y si me quedaba con nada? ¿Y si tampoco era feliz viviendo en masculino? ¿No estaba ya suficientemente bien? Después resulta que lo malo no fue tan terrible como yo había podido imaginar, o como me habían dicho, y lo bueno fue mucho mejor. Es un problema porque los argumentos del miedo ya no sirven conmigo. Ahora ya sólo me queda la prudencia, y tampoco mucha.

¿Os he dicho que esta mañana me he dado cuenta de que me están saliendo pelitos en la barriga? ¡Y me gusta!

Lo más difícil ha sido contárselo a mis padres, pero al final también lo he hecho. No se lo han tomado muy mal, aunque tampoco han hecho una fiesta. Mi madre dice que estoy metiendo la pata, es de las del argumento del miedo. Mi padre dice que haga lo que quiera, no manifiesta ni gusto ni disgusto, lo que es un gran alivio, porque me preocupaba mucho que se enfadase conmigo. Creo que el hecho de que ya tengo algunos proyectos laborales más o menos firmes para trabajar allí, ha ayudado un poco…

Todavía no tengo comprado el billete de avión, lo haré la semana que viene. Lo quiero para el día 15 de abril, como muy tarde. Las golondrinas ya han hecho su migración de este año, y yo voy con cierto retraso.