El otro día estaba hablando con un amigo cuando noté que se me quebraba la voz (si no hubiese estado hablando, no lo habría podido notar, claro).

– Anda, que bien, me salen gallitos – comenté ilusionado a mi amigo.

– ¡Que época más bonita estás viviendo! – respondió mi amigo, echándose a reir – ¡La adolescencia! ¡Con lo bien que me lo pasé yo en aquella época!

Me da la impresión de que a este amigo mío le divierten mis cambios casi tanto como a mí. También es bueno tener cerca a alguien que se lo pasara bien durante la adolescencia, porque generalmente la mayoría de la gente tiene mal recuerdo de ella, y desde ese punto de vista, pasar dos veces por lo mismo se hace un poco cuesta arriba.

Lo cierto es que voy entendiendo un poco de donde viene el deseo de cambiar el cuerpo. No sé si lo he contado alguna vez, pero yo tenía un sueño y una pesadilla recurrentes, que se han cumplido. Eran mi mejor sueño, y mi peor pesadilla, los que me provocaban las mejores y peores emociones.

No hablaré de la pesadilla que se cumplió, porque hoy no me apetece pensar en ello. Hablaré del sueño, porque en ese sueño yo era un hombre. Ese sueño ya se ha cumplido, porque para ser un hombre no hace falta que ningún psicólogo te diagnostique de una enfermedad mental, ni tampoco hace falta meterte hormonas en el cuerpo para sustituir las que tú mismo producías, ni, mucho menos, hace falta meterse en un quirófano para que un cirujano «reasigne tu género» mediante cirugía. Es una decisión personal que entra en vigor cuando uno la toma, se oponga quién se oponga a ella… aunque mi experiencia es que muy pocos se han opuesto, y los que lo hicieron, poco a poco van aceptando que no tiene sentido oponerse a algo que solo le concierne a uno mismo.

Sin embargo en mi sueño yo era un hombre y mi cuerpo era cuerpo de hombre. Cada uno sueña con lo que puede, y mi subconsciente no es filósofo ni erudito, así que soñaba eso. Tal vez en otra sociedad en la que existiesen soluciones para personas como yo, habría soñado otras cosas, o quizá se habrían quedado en el plano consciente, como deseos alcanzables, a la misma altura que eso del «amor, dinero y salud». Como no vivo en esa sociedad, que vivo en esta, mis sueños eran esos y no otros. No me quejo, era un sueño fantástico, y por las mañanas me levantaba con una sonrisa de oreja a oreja.

Ahora, poco a poco, voy viendo como ese sueño vuelve a cumplirse, no ya sólo en el plano de la experiencia de «ser un hombre», sino también de manera casi literal, a nivel físico.

Alguna vez he dicho que la transexualidad es una putada, se pasa muy mal. Pero luego también trae estas otras cosas que te hacen sentir muy bien, y al final, si lo piensas, es posible que te des cuenta de que merece la pena. Porque ¿cuantas personas en el mundo tienen la increible oportunidad de ver materializarse sus sueños en la realidad?