Cuando voy por casa de mis padres, durante toda la estacia tengo un runruneo en el cuerpo que me hace sentir mal. Se trata de algo que no sé identificar, y que no sabría de dónde venía. Ahora que he pasado aquí una semana, y tengo otra por delate, empiezo a darme cuenta de qué es lo que pasa.
Debido a las circunstancias, he recuperado mi antugua rutina. Me levanto por la mañana y voy a trabajar a la tienda de mi madre, mi antiguo trabajo. Por el camino, paso frente al edificio que iba a ser mi casa, y lo miro. Mi antigua futura casa, que es ahora la casa de mi ex. Paseo a mi antiguo perro, y en la casa de mis padres, colgados en las paredes, veo los cuadros que compré o que me regalaron para decorar las paredes de la casa que iba a comprar. Escucho mi antiguo nombre, y soy tratado por mi antiguo género. A media mañana voy a mi antigua panadería favorita, y compro los croasanes que aún me gustan, y que en Granada no hacen tan ricos.
Cuando decidií que ya no soportab a más vivir fingiendo que era una mujer, pensé que perder todo esto era el precio de tenía que pagar. Me pareció muy alto, y por ello estuve aguantando durante años en el armario. Después, lo pagué. Ahora, que he pensado mucho sobre esto, me doy cuenta de que en realidad no era un precio que tuvera que pagar. En realidad, fui expulsado de mi propia vida. Podría ponerme en la frente un sello que pusiera «baneado», igual que la amiga sobre la que un día escribí.
Todas esas cosas que tenía, me las había ganado con trabajo. Por amor a mi pareja, renuncié a buscar trabajo lejos de donde vivíamos con nuestros padres, no ya porque estuviésemos atados a un ahipoteca, o mi ex tuviese un empleo que no pudiese dejar, sino porque él no deseaba salir del pueblo. Luego, cuando comenzó a tener un ofico, yo ya ni me planteaba salir fuera. Mi única opción era el trabajo en el negocio de mi madre, que nunca me ha gustado, y probar suerte con la oposción. Pero al menos Mic sí estaba empezando a progresar laboralmente, y por ello renuncié con gusto a mi desarrollo profesional. De algún modo, estaba invirtiendo en él.
Otra cosa que yo quería, y a la que renuncié, fue a independizarme de mis padres. Él se negaba porque «los pisos son muy caros». Invertí muchas horas enterándome de los sorteos de VPO, y echando solicitudes a nombre de él, puesto que yo no tenía nómina, y al final nos tocó un piso. Invertí después horas discutiendo con el promotro. Invertí dinero. Invertí ilusión. De todo ello, lo único que he recuperado ha sido el dinero, y no he ganado nada. Cuando todo acabó, me fui con las manos vacías.
También invertí horas, ilusión y dinero en elegir y comprar un coche nuevo, y, de nuevo, tan solo he recuperado el dinero. El esfuerzo y el sacrifico a nivel personal (¡entregué hasta mi nombre!), y también toda la ilusión para construir un futuro junto a quienes yo quería, y que yo pensé que me querían… Todo ello me fue arrebatado. No fue un pago que yo hice, sino un atraco que sufrí.
Lo peor es que encima, parecía que yo era el responsable. Como esas chicas a las que violan, y a las que luego se hace responsables de su propia violación «porque iban provocando». Mic me dijo: «pero a mí me jodes la vida». Mis padres me dijeron: «no queremos un tío en casa», y «el dinero que has ganado es un regalo que te hemos hecho, porque en realidad no trabajas bien». Ahora Mic está rehaciéndose junto a otra persona, y en su vida rehecha están todavía esas cosas que no habría conseguido sin mí, a las que yo sólo tengo acceso como invitado, pero que esa otra persona sí disfruta como suyas. Como querría haberlas disfrutado yo. Ahora me conformo con empleos no cualificados, me preocupa que he cotizado muy poco tiempo en la seguridad social y no tengo derecho al paro, pues el alta en la seguridad social no venía incluido en ese «regalo» que me hacían mis padres. Para ser un regalo, le dedicaba bastantes horas de mi tiempo, por cierto.
Todo esto se debe a que ya no cumplo el requisito fundamental: ser mujer. La persona que ahora duerme en ocasiones bajo el techo de mi casa, sí lo es. Por eso ella puede estar allí y yo no, aunque, a diferencia de mí, ella no madrugó para hacer cola en la puerta de la inmobiliaria, ni sufrió los nervios el día del sorteo. Dejé de ser merecedor del «regalo» de vivir en casa de mis padres y trabajar en su negocio (aunque, para ser justos, la crisis ha pegado fuerte, y tampoco podrían pagarme si continuase allí) porque ya no me iba a casar con Mic. Eso es lo que me dijeron.
Llegué a creer que merecía pagar ese precio. Yo también pensaba que todo lo había recibido porque estaba diciéndoles que era mujer, pero era mentira. Pensaba que ser mujer era mi único «mérito», y que, por tanto, les había estado estafando. Lo que yo pensaba coincidía con las cosas que me dijeron, así que no me costó trabajo asumir que era cierto. Llegué a creer que había roto los términos del contrato, y que era lógico, por tanto, que el contrato se resolviese, y no precisamente a mi favor.
Ahora veo que no. No fue merecido, ni justo, que se me expulsase de mi propia vida por querer ser yo mismo, expresarme en mi género, utilizar mi nombre, y modificar mi cuerpo para sentirme bien en él, como hace todo el mundo.
Me he enfadado un poco, y también me he entristecido. Pensé que me querían, pero amor condicionado no es amor. Al dejar de cumplir la condición, también dejas de ser amado, y se te expulsa. Si es posible, eres sustituido por otro objeto «amable» (en el sentido de «susceptible de ser amado») que sí cumpla los requisitos. A la calle, a mirar desde fuera la que debería ser tu vida, como quien mira un escaparate. Sin finiquito ni cartas de recomendación, y encima haciéndote creer que eres responsble, y ellos víctimas.
No me arrepiento, si volviese a empezar, lo haría todo igual, desde el principio. Hice una inversión fuerte a sbiends de que no habían garantías de recuperarla, y me salió mal. La vida es riesgo, así que no voy a victimizarme. Pero a partir de ahora voy a dejar de sentime culpable, y no volveré a permitir que nadie insinúe que fuí yo quien lo echó todo por la borda, cuando lo que en realidad ocurrió es que fuí baneado.
El «club de daminficados por Pablo» queda oficialmente cerrado, y el que quiera venir a reclamar, que coja dos piedras y…
Nota: me parece que es la segunda vez que escribo una entrada como esta, pero esta ocasión va a ser la definitiva.
Bueno, Pablo, me gusta esa actitud! Es un paso muy importante, y pasar página y mirar hacia adelante siempre es doloroso…
Míralo como quieras, pero tú ya sabías que, con tu gente, no podrías nadar y guardar la ropa. Necesitabas echarte a nadar y «atravesar las grandes aguas» (como dice el I-Ching), y no te importaba perder «la ropa» que dejabas en la orilla (aunque ahora la recuerdes con nostalgia)…
Claro que no estás arrepentido, porque tú eres muy inteligente, y sabías perfectamente lo que hacías.
De todas formas, ¡»lo» de tus padres es la pera limonera! Los que necesitan urgentemente un psicólogo son ellos. Hay en psicología algo llamado «las etapas del duelo», por las que pasan quienes pierden a un ser querido, e incluyen una etapa de negación, otra de rabia, dolor, etc… ¡¡Pero decirte esas salvajadas no tiene justificación ninguna!! («¡Eso son tonterías! ¡vamos a ver si se le pasan dándole una buena patada en la boca!»)
Para ellos, has incumplido las reglas del juego (el código de género) y has traicionado su confianza y su dedicación (también económica) hacia ti. Parecen actuar más como individuos garantes de lo «socialmente establecido», que como verdaderos padres, cuyo único interés es el bienestar de sus criaturas… esperemos que sea una etapa pasajera, y que se den cuenta de las auténticas prioridades, antes de que la situación llegue a un punto de no retorno.
Parece que no empezamos el año con buen pie, pero dentro de poco todo va a empezar a irnos bien,¡ya lo verás!!
Muchos besos!
Ángela.
En honor a la verdad, mis padres ahora han empezado a hacer las cosas de otra forma, lo mejor que pueden o saben. Pero cuando me dijeron eso… me dolió bastante.
Lo importante de esta temporada de vuelta al «hogar» es que me está sirviendo para pasar página de una vez por todas.
¡Qué barbaridad! Los hechos que cuentas derrumbarían a cualquiera. Tanta injusticia, tanta incomprensión y esas «frasecitas»… Eso no hay ser humano que lo aguante.
No mereces nada de todo eso. Bajo ningún punto de vista. Y no eres responsable de su falta de amor hacia ti. Sé positivo. Tienes buenos amigos: pues ésa es tu vida, la que te hace feliz.
Tú eres tú y tus circunstancias, que diría «yo».
Esperar que la felicidad te venga de cómo actúan los demás es una opción… como la de la vida en Marte.
Un abrazo, amigo Pablo.