Antes de nada, aviso: Arguez, Encarni, y la señorita que vive en el poblado, no leáis esta entrada, que no va por vosotros.

El día 31, cuando iba a coger el autobús, llovía a cántaros. Llevaba la maleta en una mano, la mochila a la espalda, y un paraguas en la otra, y atravesaba un parque, caminando cuesta abajo. Entonces pisé la tapa de una alcantarilla, de metal sin estrías, y me resbalé. En el momento en que noté que mi pie se deslizaba, exclamé algo así como «¡cooooooño!», solté el paraguas y la maleta para ayudarme con los brazos para mantener el equilibrio, e, instintivamente busqué la manera de no acabar por los suelos, aunque sólo lo conseguí parcialmente. Hinqué la rodilla en la tapa de la alcantarilla, pero no llegué a tocar el suelo con las manos. Una caida no muy grave.

En seguida, un señor que estaba por allí esperando el autobús, se acercó corriendo, me recogió el paraguas y me preguntó si me había hecho daño. Un poco de daño sí me había hecho, pero en realidad tan solo me pelé un poco la rodilla y se me tensaron un poco más de la cuenta los músculos del tobillo y el muslo.

A mí me gusta escribir y explicar las cosas con detalle, por eso me he extendido tanto. Pero si simplemente hubiese dicho: «resbalé por la lluvia y me caí, pero no me hice daño, solo me pelé un poco la rodilla», seguro que todo el mundo lo habría entendido igual de bien. Caerse duele. Podía haberme esquinzado el tobillo, pero tuve suerte y sólo tengo una pequeña molestia. Nos ha pasado a todos.

Esta mañana me ha despertado el teléfono. Era mi tía abuela, que anda ya rondando los 90 años de edad. Cuando he descolgado el teléfono, lo primero que ha dicho ha sido: «¿eres Elena?». Me han dado ganas de decirle que no, porque no lo soy, pero en ese caso, ella ni se habría planteado que ha llamado al número correcto y ha preguntado por el nombre equivocado, sino que ha llamado al número equivocado y ha preguntado por el nombre correcto. Se habría disculpado por el error, habría colgado, y habría vuelto a marcar el mismo número. Así que he dicho que sí, con gran esfuerzo.

Decir que sí soy Elena me ha dolido más que el resbalón del otro día. Cuando alguien me llama por ese nombre, o usa el género femenino para dirigirse a mí, me hace daño. Igual podrían golpearme físicamente, que no me iba a resultar menos doloroso.

Pues llevo así desde el día 22. Yo, que ya me había acostumbrado a ser Pablo las 24 horas del día, para todo el mundo, y estaba tan tranquilo pensando que ya lo tenía casi todo hecho… Ha sido como verme transportado un año hacia atrás. Porque no ha sido sólo que mis padres, mi abuela y mi tía abuela estén tratándome como si fuera una mujer, sino que algunos de mis amigos lejanos, a los que he ido a visitar, también lo hacían.

Es comprensible, lo sé. A mis padres debe dolerles exactamente lo mismo que a mí, y quizá también a mi abuela y tía abuela, que tienen el añadido de rondar los 90 años, por lo que les cuesta más trabajo adaptarse a las cosas y modificar comportamientos. Para mis amigos «lejanos» también es comprensible, puesto que no han tenido trato prolongado conmigo. «Es por la voz», me han dicho. Me ven como siempre, con la voz de siempre, y un aspecto físico similar al de siempre, y claro, se lían. Me han dicho que cuando tenga voz y apariencia masculina, entonces no tendrán ningún problema.

¿Pues sabéis qué? Que no es excusa. Dadme el cartel de intolerante, poco empático, agresivo, o lo que sea, que me lo cuelgo ahora mismo.

En ocasiones he conocido a personas que no controlaban su fuerza. Si me tocaban para que me apartase un poco, en realidad me daban un empujón, o si me daban un golpecito jugando, acababan haciéndome daño. O personas muy patosas que te pisan sin parar, o te dejan las espinillas hechas polvo a base de darte pataditas por debajo de la mesa. La primera vez te dicen «disculpa» y tú respondes «da igual», porque un descuido lo tiene cualquiera. Cuando ya empiezan a pasarse, entonces, algo molesto, ya les respondes: «joder tío, contrólate».

La comprensión, la tolerancia, el ponerse en lugar de otros… todo eso está muy bien. Pero si alguien te está haciendo daño, creo que a nadie se le ocurriría decirte que lo mejor es quedarte ahí parado, aguantando con estoicismo los palos, pensando «pobrecitos, es que no controlan su fuerza».

Las personas trans tenemos una preocupante tendencia a suicidarnos, pero… ¿No será que esos que se suicidaron ya se habían desangrado antes de morir? Las heridas del alma no sangran, no se ven, pero son igual de graves que las otras, y también pueden conducir a la muerte. Hay quien muere de desamor, quien muere tras la pérdida de un ser querido, quien muere si le obligan a dejar su hogar… no es de extrañar que haya quien muera a causa de que se le niegue lo más básico: su propio yo, el ser uno mismo. Quizá esas personas trans que se suicidan ya estaban muertas por dentro, y simplemente pusieron concordancia entre su cuerpo y su espíritu. Tal vez fueron lapidados por quienes estaban a su alrededor. Es posible que tolerasen lo intolerable, que justificasen lo injustificable, que se quedasen viéndolas venir sin atreverse a quitarse de enmedio por una comprensión mal entendida de los motivos de los otros.

¡Joder, controlaros! Todo eso de la voz, el aspecto, la costumbre, el «me duele» son excusas baratas. Cuando me presentan a alguien, con la voz y la cara que tengo, enseguida me empiezan a llamar por mi nombre y a tratarme como a un hombre. No ya a hablarme en masculino, sino a tratarme como a cualquier otro tío, con toda naturalidad. Viejos amigos hacen el esfuerzo ¡Y lo consiguen! Sí, les cuesta un poco de trabajo, y a veces se equivocan, pero eso ocurre las menos de las veces. En este punto, si Encarni, Arguez, la del poblado, y otros que seguro que he olvidado nombrar, están leyendo, tengo que decir que un «error» puntual no solo no me molesta, sino que me produce ternura, porque me recuerda que se están esforzando por hacer que me sienta bien, lo cual solo sirve para que les aprecie más.

¿A que cuando es necesario tratar a una persona de usted, por ejemplo por motivos de trabajo, se da por sentado que se va a hacer, y no cuesta tanto esfuerzo? ¿A que no se habla igual a todo el mundo ni en todas las circunstancias? Entonces ¿por qué con las personas trans es diferente? Desconozco si hay alguna otra persona trans que está teniendo el mismo problema que yo y está leyendo esto, pero si la hay ¡Deja de aceptar esas tristes excusas de «no estoy acostumbrado», «no tienes pinta de tí*», «lo intento», o «es que se me hace raro»!  Lo están intentando, pero con poco entusiasmo.

Llevo un año viviendo como hombre, sin tomar hormonas, y he conseguido que se me respete y se me trate como a tal en todos los ámbitos, por todas las personas, de todas las edades, más o menos conocidos, conocidos de antes, y conocidos de después, que me ven habitualmente o con quienes sólo hablo por internet. No hay un motivo, excepto la convicción de que uno nace hombre o mujer y no puede cambiar o escaparse de ese sistema, para hacer las cosas de otra forma.

Finalmente, quiero hablar de otra cosa. He contado la conversación que he tenido hoy con mi tía abuela, pero no he dicho que su marido, que es todavía más mayor, y no ronda los 90, sino que ya los tiene cumplidos… Mi tío abuelo, que pierde la memoria, y que creemos de puede tener un principio de alzehimer o demencia senil, que ahora está casi siempre callado, cuando antes hablaba sin parar, de manera radical y enérgica… Ese tío abuelo, en todo momento me habló en masculino. Sí, y no le pasó nada. No hubo ningún terremoto ni señal divina de que el mundo se acababa. Lo hizo con total naturalidad, aparentemente sin esfuerzo, y me hizo sentir muy bien.  Ha colocado el listón tan bajo que quienes no son capaces de pasarlo me parecen ridículos, sus explicaciones, estúpidas. Cambiar una «a» por una «o» requiere tan poco esfuerzo que una persona en las más difíciles circunstancias de edad, costumbre y salud mental, lo puede hacer.

Y otro recuerdo para mis tíos y primas, Bernard (no estoy seguro de que se escriba así, al ser un nombre mallorquín, que es un idioma que desconozco) y mi hermana, que se atrevieron a tratarme en masculino delante de mis padres, aun sin saber si se iban a enfadar e iban a montar un pollo. Especialmente, mi tía, que ha sido la primera que me ha llamado por mi nombre delante de toda la familia. ¡Con dos ovarios, si señora!

Mis padres no se enfadaron, ni siquiera comentaron nada. No es la situación ideal, pero es mucho más de lo que hace dos años habría imaginado. Siempre es mejor que te vayan tirando pequeños guijarros y no te lancen puñales envenenados. Todavía puedo estar contento, aunque me temo que cada vez soy menos comprensivo.