El lunes día 7 de diciembre me costó horrores levantarme de la cama. ¡Estaba agotado! Pero al mismo tiempo me sentía feliz por todo lo que estábamos viviendo. No sé si la gente que lleva muchos años en el activismo acaba acostumbrándose, pero en ese momento yo estaba completamente entusiasmado por todas las emociones del día anterior.

No tengo el programa a mano, así que no puedo decir con exactitud los nombres de las mesas a las que fuí ese día, ni de las personas que hablaron. La primera, a las 10 de la mañana, era sobre despatologización de la transexualidad. En ella hablaron Alira Araneta, Belissa Andía, Astrid Suess y Sandra Fernández. Aunque era temprano y probablemente la mayoría de la gente había aprovechado la noche del domingo para disfrutar de la marcha Granadina (cada cual a su estilo, unos en plan tranqui, otros de desfase), y también habían otras charlas muy interesantes al mismo tiempo en otros sitios, hubo bastante gente. Por otra parte, en esta ocasión estábamos en el salón de actos de la facultad de aparejadores, y aquel sitio es bastante grande, con lo que es autidorio estaba algo disperso, o «difuso». La charla estuvo bastante bien, aunque al principio se me hizo un poquito aburrida puesto que la primer ponente decidió darle un enfoque algo teórico para mi gusto. Después habló Belissa, que más que sobre despatologización habló de la incidencia de otras enfermedades en la población trans, y los problemas que aparecen cuando alguien que es trans necesita tratarse, además, otra enfermedad. Me impresionaron especialmente los datos y conclusiones relacionados con transexualidad y SIDA. También habló, muy bien, de la medicalización general de nuestra sociedad, y de la incidencia especial que tiene dicha medicalización sobre los colectivos de personas trans, que estamos medicalizados a tope. Astrid habló sobre la campaña de despatologización, y aunque gran parte de las cosas que planteó ya las conocía, no por ello me resultó menos interesante, puesto que también nombraba cosas de las que no había oido hasta entonces. Finalmente habló Sandra, pero no pude quedarme a escucharla, pues hacía falta que fuese a preparar las cosas para que la siguiente charla pudiese empezar a su hora. Es una pena, porque me han dicho que fue muy interesante, quizá la ponencia más interesante de la mesa… confío en que alguien la grabase y la cuelgue en internet.

La siguiente ya era la última mesa. El aula era un poco más pequeña que las que habíamos ido teniendo hasta el momento, pero estuvo bien, pues no faltó sitio para nadie (bueno, creo que unas pocas personas se tuvieron que quedar de pie, y otras se sentaron en los escalones del pasillo, pero no demasiadas). Se hablaba sobre redes en la lucha social (recuerdo que no tengo el programa a mano, así que no sé exactamente los nombres de las ponencias) y se abordó desde un punto de vista totalmente vivencial y práctico. Laura Bugalho fue la primera en hablar. Yo, que había oido hablar mucho de ella antes de las jornadas, tenía un montón de ganas de escucharla, acrecentadas porque durante los dos días anteriores había hablado con ella y había tenido la oportunidad de conocerla un poco. Su intervención estuvo a la altura de lo que esperaba, y en ella habló de vivencias e incidentes vividos en el activismo. Algunos eran curiosos, otros simpáticos, otros daban rabia, y algunos… daban miedo. Laura es una persona a la que no le importa arriesgarse y mancharse las manos por otras personas. Se trata de algo que yo no haría, y me parece muy valiente y digno de admiración, hasta cuando son causas que no comparto.

Después habló Elisabeth Vásquez, que «completó» su intervención anterior poniendo ejemplos concretos sobre cómo se habían llevado a cabo las acciones de las que había hablado en la mesa de «Construcciones múltiples de cuerpos y géneros». A medida que iba hablando, notaba que me reafirmaba en una idea que había tenido yo hacía tiempo, y que había dejado ligeramente apartada por falta de tiempo, pero también en parte por falta de convicción. Sentada a mi lado estaba Kim Pérez, quién creo que estaba teniendo una serie de pensamientos muy similares a los míos, y me animó a que luego comentase la idea en voz alta. Puesto que, en mi opinión, se trata de algo importante, creo que le dedicaré una entrada del blog sólo a eso.

Finalmente, habló Astrid Suess, que presentó el Observatorio de Personas Trans Asesinadas, que conduce junto a otra persona. Se trata, ni más ni menos, de un intento de registrar los nombres y circunstancias en que han sido asesinadas las personas trans a lo largo y ancho de todo el mundo. Digo «intento» porque casi no existe ningún organismo oficial que proporcione datos fiables respecto a esta cuestión, y las oficinas de policía no suelen registrarlos como casos de crímenes contra grupos sociales concretos. Eso significa que quienes sacan adelante el observatorio prácticamente tienen como única fuente las noticias de los periódicos, que a veces publican las cosas y a veces no, y a veces dicen que son asesinatos de personas trans, y a veces no. La importancia de todo esto es que, a menudo, los crímenes contra personas trans ni siquiera se investigan, y hasta da la sensación de que «ell*s se lo buscaron». Nadie habla de este tipo de violencia, a menudo provocada por la transfobia, el odio irracional hacia los que transgreden los códigos de género. ¡Si en el año 2007 asesinaron a un chico trans que pertenecía a una asociación de hombres transexuales españolas y sus propios compañeros prefirieron silenciarlo no fuera que «salpicara», «se diese la vuelta a la tortilla» o yo que sé que otras excusas! Y no digo ya que no publicasen una nota en el periódico… es que no lo publicaron ni en su propia página web. Pues imaginaros lo que pasa con las personas asesinadas que no pertenecen a ninguna asociación.

El tema del Observatorio, aunque para mí es bastante conocido, siempre me «toca». Hablar de ello, o pensar en ello, me entristece. Precisamente por eso me parece tan importante. Es necesario que se sepa que todas esas personas mueren, y que todos esos asesinatos existen, que el problema está ahí. Y eso que no hablamos ya de palizas o suicidios…

Todas las ponencias fueron deliberadamente cortas para dar lugar a que se hiciese un debate prolongado con el auditorio. Fue una gran idea porque, al hablar de redes de acción, la gente empezó a sentirse implicada en todo ello (imagino que igual que me sentí yo) y a pensar que habían cosas que podían hacer. Salieron psicólogas y una estudiante de psiquiatría, y otras personas que tenían propuestas y querían hacer cosas. Yo mismo planteé mi idea. Y había gente de todas las áreas de interés y todas las corrientes del feminismo (o casi todas, pues son tantas que juntar a todas y ponerlas de acuerdo en algo es casi imposible) en muy buena sintonía unas con otras, y hacia los planteamientos que se habían lanzado en la mesa. Por decirlo sencillamente, fue «guay».

Era la última mesa. Ya sólo nos restaba arrimar el hombro para recogerlo todo y prepararnos para la fiesta de clausura que se iba a hacer por la noche. Algunos se iban esa misma tarde, y la mayoría, al día siguiente por la mañana, y era una pena. Quedamos a tomar café y descansamos un poco, sólo un poquito, aunque estábamos ya que no podíamos con nuestra alma, de tantas emociones, pero también tantas horas haciendo cosas.

La fiesta de clausura… En la fiesta pasó… Ya no sé ni contarlo. Cuando llegamos, vi que sobre el escenario que se había montado en el Palacio de Deporte, donde se iba a realizar la fiesta, estaban preparadas las cosas para que tocase un grupo. De repente, unas personas se subieron y empezaron a recogerlo todo, y otra se acercó al micrófono para explicar que, debido a que no se permitían que los hombres que habían ido a ayudar a montar aquello entrasen en la fiesta, se marchaban. Posteriormente se supo que esos «hombres» eran en realidad parientes de las que iban a tocar, que les estaban echando un cable, no sólo sin cobrar, sino poniendo dinero ellos. Maridos e hijos.

Algunas personas del público se subieron al escenario a pedir explicaciones a la organización, pero nadie de la organización dijo nada, al menos oficialmente. Desde el público se levantaron voces diciendo que les parecía bien que no se permitiese la entrada de hombres. El resto de personas que iban a animar la fiesta (otro grupo y las Dj) decidieron marcharse en solidaridad.

A mí me habría gustado que en ese momento la fiesta se cayese, puesto que habría sido una metáfora de que, sin contar con los hombres, el feminismo no tiene futuro. No se vino abajo, pero sí quedó deslucida, y también es una metáfora. Vale, el feminismo puede sobrevivir sin hombres. Pero no es tan bueno como habría sido con hombres, y además, en parte funciona porque mucha gente no es consciente de lo que ocurre en realidad. Cuando todo eso paso, había muy poca gente, y quienes que vinieron después sólo se enteraron de oidas. Además, si eso no hubiese ocurrido, algunas personas que con todo su trabajo habían organizado la fiesta para que fuese perfecta (o lo más cercano a la perfección), y que opinan que es incluso es insultante que no se permita la entrada a hombres porque parece que se les tenga miedo, no se habrían llevado un disgusto mayúsculo como el que se llevaron.

Mi estupor aumentó cuando ví que en la puerta… La persona que estaba impidiendo que entrasen hombres, era un hombre. Además, era alguien que había estado en nuestro grupo, defendiendo que se permitiese entrar a hombres en las Jornadas delante de un vaso de refresco. El estupor aumentó cuando ví que le acompañaban dos mujeres que hasta ese momento también habían formado parte del grupo, de una de las cuales yo recuerdo haber escuchado la frase: «no os preocupéis por eso de que no van a dejar entrar hombres a las Jornadas, que por las noticias que yo tengo, no va a haber problema con que vayan todos los que estén interesados» y que criticaba el pesimismo de otra de las componentes del grupo que decía que, por la información que ella tenía, era mejor que no estuviésemos tan tranquil*s respecto a ese tema.

Pero la resistencia a la entrada de hombres al feminismo no es exclusiva de los sectores más conservadores (sí, la palabra para referirse a una persona que se resiste a los cambios es «conservador»), sino que dentro de los grupos «transfeministas» (este término a mí no me gusta mucho, la verdad) también hay personas dispuestas a defender a brazo partido la exclusión de los hombres para crear «espacios de seguridad». Como si hubiese que tenernos miedo. O «tenerles» miedo, puesto que estas personas sí que admiten la presencia de hombres trans y gays. Eso me hace pensar que en realidad lo que ocurre es que, en el fondo, no nos perciben como hombres, o quizá nos perciben como «hombres de mentirijilla» o «menos hombres». Esto me parece ciertamente insultante, aunque nadie ha llegado a decírmelo así, y creo que nadie llegaría a reconocerlo en voz alta, ni ante mí, ni ante si misma.

Me temo que, en cierto modo, lo de ser trans está camino de convertirse en una moda. Igual que «no hay guay sin amigo gay». Pero ser trans no es ninguna moda, es una putada como una catedral. No es nada guay, y no se lo recomiendo a nadie. No es que sea algo de lo que presumir. Es como si se pusiese de moda tener una pierna rota y la gente fuese por ahí presumiendo de sus muletas y sus escayolas. No mola.

Creo que no hace falta que diga más para que se vea que todo este asunto me molesta muchísimo, de manera personal y profunda. No sólo como insulto, sino como una acción terriblemente dañina para el feminismo en general. Pero tengo una última pregunta ¿Por qué poner a un hombre en la puerta a impedir que otros hombres entren? ¿Fue casulidad que no había otra persona que pudiese hacer ese trabajo, ni ninguna otra tarea que pudiese cumplir esa persona, o se quería enviar un mensaje? ¿Se hizo a sabiendas o sin pensar? Me parece demasiado evidente la ironía de la situación para que se hiciese sin pensar, y para que esa persona aceptase hacerlo sin darse cuenta de en qué posición tan delicada se estaba colocando. A los ojos de todo el mundo, él formaba parte de una organización en la que se rechazaba a personas como él, y colaboraba rechazando a otros. Como los judíos que trabajaban para los nazis en los campos de concentración, sólo que sin que nadie le obligase a ello bajo amenaza de muerte. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Cual era el mensaje? Posteriormente, esa persona me ha dicho que elige no ser un hombre como yo, pero no creo que lo hiciera por marcar una diferencia con respecto a mí. No soy tan importante. Quizá no llegue a entenderlo nunca.

En el momento en que ocurrió todo eso, decidimos marcharnos de la fiesta, pero posteriormente volvimos porque habíamos quedado allí con personas a las que queríamos ver, de las que esperábamos despedirnos, y con las que no teníamos forma de contactar para decirles que fuesen a otro sitio. Lo cierto es que no teníamos ganas de fiesta, y mucho menos de bailar… de bailar en ese lugar donde algunos de nosotros no éramos bienvenidos por ser hombres (de hecho en la puerta a uno casi no lo dejan entrar, y eso que ya había pasado antes. Yo no tuve problemas, simplemente porque parezco una mujer, especialmente en ese ambiente en el que hay muchísimas mujeres de apariencia marcadamente masculina). Aún así, nos quedamos hasta bastante tarde, charlando entre nosotros, y también con personas que conocimos allí, o que habíamos conocido durante las jornadas. Como dijo una amiga «lo estoy pasando bien, incluso a pesar de la fiesta».

Nota: Editado para corregir los apellidos de Alira y Sandra. ¡Gracias por la información Alira!