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Ya nos lo decían Eurithmics (¿hace falta que diga que me encanta la estética andrógina de Annie Lenox?). Hay personas que quieren abusar de ti, y otras que desean ser «abusadas».

De lo que no se habían dado cuenta Dave Stewart y Annie Lenox es de que todos empezamos en el lado de los que «son abusados». Desde el principio, siempre hay alguien dispuesto a decirte qué es lo que tienes que hacer. A decirte como te tienes que comportar, a qué tienes que jugar, y que cosas debes hacer.

Estos días en que empiezan las campañas navideña de anuncios de juguetes para niños me doy cuenta de la cantidad de consignas que se les envían. Ya desde pequeños se pone a cada cual en su lugar. Los anuncios muestran imágenes de felices niñas coquetas que bailotean embebidas en la belleza de sus zapatos o de sus cabellos, y de niños que compiten entre si.

Varios detalles: me da la impresión de que hay una mayor variedad de juguetes para niñas que para niños, y que los de ellas tienen un mayor detalle en la estética y los acabados. Lo cierto es que si comparamos las barbies que había en mi época con las figuritas de plástico de indios y vaqueros, las barbies también ganaban en detalles, en calidad, en acabado y en estética. Tal vez porque los indios y los vaqueros estaban predestinados a servir como material fungible de experimentos caseros de química o mecánica (¿Qué pasa si apuntas mucho rato al indio con un haz de luz concentrado en una lupa? ¿Qué tarda más en fundirse, un indio o un vaquero? ¿Es posible desmembrar a la barbie y colocarle brazos y piernas del revés? Uhm… mi coche ya no funciona ¿y si lo abro a ver que tiene por dentro? A lo mejor hasta lo arreglo).

Con el paso del tiempo las cosas no hacen más que ir a peor. Primero tus padres y demás familia cercana (las chicas no hacen eso, las señoritas se comportan así o asá), los compañeros y amigos de clase… Al llegar a la adolescencia, ya hasta puedes comprar revistas que te dicen lo que tienes que hacer y cómo comportarte para alcanzar un cierto éxito social. Yo agradezco mucho la existencia de la revista Cosmopolitan, que me sirvió de guía para aprender bien el papel que se suponía que tenía que desempeñar, aunque mis padres y mi pareja me decían que no debía comprar esas cosas porque era tirar el dinero.

Pero llegó un momento en que decidí que no podía seguir haciendo lo que me decían y empecé a hacer otras cosas, sin ni siquiera saber muy bien lo que estaba haciendo. En realidad nadie a mi alrededor sabía muy bien lo que yo estaba haciendo, de modo que lo único que acertaron a hacer fue decirme que no hiciese lo que estaba haciendo.

Vale, seamos justos, también hubo personas que en ese momento me dijeron que hiciese lo que me hiciera sentir mejor, que es algo que nunca me habían dicho hasta aquel momento.

Sin embargo, no tardé mucho en encontrar a otros que sí que estaban dispuestos a decirme qué era lo que tenía que hacer. De hecho he encontrado gente que hasta me explica como debería haber sido mi pasado y me señala que cosas he hecho mal que me separan del ideal del «perfecto transexual» o «transexual de verdad». La comunidad médica y una buena parte de las personas que conforman la comunidad trans se dedican a pontificar respecto a lo que es y lo que no es una persona transexual y como debe afrontar sus circunstancias. Y hay que ser muy cuidadoso, porque si te sales de sus patrones, te conviertes en alguien que ha perdido la cabeza, que hace cosas extrañas y que algún día se va a arrepentir de las decisiones que ha tomado hasta ahora.

Es mejor apartarse de ese tipo de personas. Y dentro de la comunidad trans, abundan.

Finalmente me he encontrado con otra cosa más ineseperada todavía. Si durante la adolescencia se nos plantea la clase de hombres o de mujeres que queremos ser, a mi me lo están planteando de nuevo al llegar a la treintena. Manda huevos. ¿Qué clase de hombre quiero ser? Como si tuviese que decidir eso ahora… como si ahora hubiese empezado a ser un adulto y los años vividos hasta ahora contasen sólo como infancia o algo así. No sólo eso… me han empezado a explicar «lo que hace un hombre». Los hombres hacen las cosas así y asá. Los hombres hacen demostraciones inútiles de fuerza y no les gustan los objetos decorados con flores… Todo información bastante inútil, por cierto. Yo ya sé como soy y como quiero ser (quiero ser como soy, lo cual es muy bueno para mí), lo que no sé es como se viste uno para ir a una comunión, y cosas así.

Lo más sorprendente de todo esto es que la mayoría de la gente se siente cómoda y feliz haciendo las cosas que se supone que tiene que hacer. Con todas las instrucciones, los debes y no debes, los puedes y no puedes… ¿Como es posible que estén conformes con vivir de esa manera? Tal vez, en realidad, todas estas cosas que las personas se dicen unas a otras no son órdenes, sino consignas para recordarse quienes son en realidad. Quizá, si no se repiten a si mismos quienes son y realizan actos para recordarlo, se sienten perdidos y solos. Supongo que en realidad les gusta que las cosas sean así…

Imagino que este es otro de esos grandes misterios de la humanidad que quizá no llegue a comprender nunca. Constantemente me asombro de las cosas tan extrañas que pasan en la vida cotidiana de la gente, pero lo más asombroso es que la mayoría de ellos no se dan cuenta.