Llevo ya una temporadilla bastante bajo de ánimos. Yo diría que unas tres semanas, aunque esta última está siendo la peor.

Todo empezó con una cierta incertidumbre. ¿Cómo me iban las cosas con la psicóloga? ¿Tardaría en hacerme el diagnóstico 6 ó 7 meses como de dijo, o necesitaría más tiempo? ¿Cuanto tiempo y por qué motivos voy a tener que seguir esperando?

Son una serie de dudas que es normal que me haga, y de las que creo que ya he hablado hace poco por aquí. Lo normal sería preguntarlo a la psicóloga y ya está.

Pero entonces surge otra duda. ¿Qué pasa si le pregunto? Y toooooodo el mundo dice que a la psicóloga nunca, nunca, nunca, hay que preguntarle nada. Todo el mundo menos Miguel, que es el tío más equilibrado del mundo, y una especie de «cruz roja anímica» entre sus amigos y conocidos.

Por fin el martes pasado fui a la psicóloga. Ya van cinco citas. Mientras esperaba, cosa que hice durante muuuuucho tiempo, no porque tuviese a gente delante, si no porque ella entró una hora y pico tarde (hay que decir en su defensa que ese día tenía una psicóloga residente, y supongo que a lo largo de esa hora estuvo instruyéndola respecto a lo que iban a hacer a lo largo del día de trabajo), conocí en la sala de espera a una chica (transexual) que corroboró la idea de que no debía preguntar a la psicóloga como iba la cosa.

– Yo una vez le pregunté – me explicaba – y se puso de una mala leche increible. Luego llamó por teléfono a la Esteva – Isabel Esteva es una de las endocrinas, y la jefe del equipo de la UTIG de Málaga – que estuvo super borde conmigo, con lo simpática que ella es.

Sin embargo… las declaraciones de esta chica terminaron por convencerme de que debía preguntar (cosa que ya tenía decidido que iba a hacer de todos modos), más que nada porque pensaba justo lo contrario que yo de todas las cosas sobre las que hablamos. O sobre las que habló, porque anda que no tenía palique…

Finalmente entré en la consulta y, tras el consabido test… hice mis preguntas. Y, como era de esperar, la psicóloga no me mordió ni nada. Me respondió que el procedimiento tiene sus tiempos y necesita sus cosas, y hasta que no está todo completado, no se pueden sacar conclusiones, que si quería, dedicaríamos la próxima sesión a hablar de ello, y que en su opinión iba todo bien y no había nada de qué preocuparme.

También me dijo que, lo que sí le gustaría, sería que llevase a algún pariente que fuese mayor que yo para recabar algo más de información. En mi caso, o mi padre o mi madre, que en realidad supongo que son la opcción lógica para todo el mundo.

Ya esperaba que tarde o temprano me haría esta invitación, y había pensado sobre ello. ¿Me atrevería a pedírselo a mis padres? ¿A cual de ellos se lo diría? Pero no es lo mismo pensar que estar en la situación. Me puse de repente tan nervioso que, yo que soy el tío más tranquilo del mundo, y que, además, rara vez pierdo el control de la voz, empecé a tartamudear, a balbucear, y a tener un temblequeo en la garganta… de todo.

Lo que pasa es que las veces que he hablado de este tema con mis padres, lo más suave que me han dicho es que estoy como una cabra. Y, la persepectiva de tener con ellos una charla al respecto me aterra. Es sólo eso.

Pero, por otra parte, es posible que hablar con mi psicóloga pueda hacer que al menos uno de ellos consiga comenzar a comprender lo que me ocurre. Además, es una fuente de información neutral, que no guarda ninguna relación con internet, y que, por tanto, quizá vean como «aceptable».

Pienso que el llevar a mi madre a la consulta puede ser beneficioso, y, en realidad, no creo que vaya a empeorar las cosas. Así que se lo he pedido, y ella me ha dicho que irá.

Sin embargo, a pesar de que sé que mi madre no me va a montar un pollo, y que creo esta entrevista será buena, he estado con una ansiedad terrible. Al final, ayer volví a a hablar con Miguel (el «cruz roja») y me dejó mucho más tranquilo. Tanto que me quedé agotado y bastante deprimido, sin ganas de nada.

Pero a lo largo de la noche de ayer fui sintiéndome mejor, y esta mañana, por primera vez en bastante tiempo, me he despertado con un pensamiento alegre. ¿Y si en la próxima sesión me dan el informe?

Aún no estoy «normal», pero parece que voy mejorando. A ver si a lo largo del fin de semana consigo por lo menos llegar a unos niveles de ánimo aceptables y la próxima semana empollo a tope, que esta, entre unas cosas y otras no he atinado a hacer nada que sirva.

Bueno, eso es mentira. He pasado de dar 230 pulsaciones por minuto a llegar a las 250 cómodamente, y eso es mucho, ya que la mecanografía es lo que más problemas me está dando a la hora de preparar la oposición.

Parece que en realidad la semana no ha ido tan mal…