No sé por qué ha sido. Quizá porque ayer, antes de acostarme, estuve hablando de trabajo con dos personas. Uno de ellos me comentaba que trabaja unas 14 horas diarias, pero aún así está contento, pues en realidad pensaba que nadie querría contratarlo nunca. La otra es una chica muy inteligente (a penas la conozco, pero me he dado cuenta enseguida) que me decía que se mudaba de ciudad para empezar un trabajo nada deseable, en el que todas sus dotes intelectuales y de formación se van a ver completamente desaprovechados. Ella no estaba nada contenta, pero… hay que sobrevivir.
El parnorama laboral en España está mal, pero para las personas que pertenecen a ciertos colectivos, está peor. Por ejemplo, antes se veía a muchos inmigrantes trabajando en todas partes, mientras que ahora en casi todas partes los que están son españoles. Ver trabajar a una persona obesa es casi un milagro (y lo curioso es que no parece que nadie considere a los obesos como un colectivo desfavorecido, cuando son de los que peor lo llevan en todos los aspectos), y… del desempleo entre personas transexuales ya ni hablamos, porque en ese sentido la cosa no puede ir mucho peor de lo que ya iba.
Por eso, en estas ocasiones en las que la gente se pone a pensar en qué haría si tuviese el dinero suficiente, yo siempre sueño con poder crear una empresa que fuese lo suficientemente grande como para poder dar trabajo a varias de estas personas que conozco y sé que podrían ser muy productivas y a las que nadie da una oportunidad. Sin embargo, tampoco es que se me ocurriese ningún concepto de negocio que pudiese ser viable, ni siquiera en el mundo de las fantasías.
Quizá se deba a que esas conversaciones que tuve anoche antes de acostarme estuvieron rondándome toda la noche, pero esta mañana, nada más levantarme, la almohada me susurró al oido un concepto empresarial: «camping de sol y playa destinado tanto a turismo vacacional como a turismo residencial permanente, nacional e internacional». Vale, en realidad no me lo ha dicho con estas palabras, pero la idea era esa, y refinarla hasta obtener un concepto empresarial como Dios manda no me ha costado trabajo, sobretodo porque no es una idea que no haya tenido nunca.
En efecto, se trata de algo que ya había pensado anteriormente. Así que tengo una idea de cómo me gustaría hacerlo, de los costes que tendría, de los servicios e instalaciones que necesitaría, el personal necesario, el tipo de clientela al que me orientaría, la zona en la que me gustaría instalarlo…
Lo que pasa con los sueños es que la mayor parte de ellos se olvidan al terminar, y otros se van marchando del cerebro a medida que te duchas, te vistes y desayunas, dispuesto a afrontar un nuevo día.
Me imagino llendo al banco a pedir financiación para mi super-camping mega chachi guay, y no puedo evitar recordar aquel anuncio de atún.
– Señor director de banco, que yo soy un currante cualquiera y me gustaría ser empresario.
– ¿Pero tú tienes dinero piltrafilla? ¿Tienes avales?
– No…
– Pues tómate una de estas cuando baje la marea.
– P… Pero…
– Mejor tómate tres.
Sin embargo… no sé… la idea es tan bonita que me cuesta trabajo dejarla marchar así como así, aunque tan sólo sea un sueño.
Me parece que ese sueño necesita que te toque la lotería antes…
para poder comprar el terreno, edificar lo que haga falta, etc.
(¡Vaya pastón que debe costar eso!)
Eso sin contar con la puñetera crisis, que seguro que también estará afectando al turismo…
«El dinero llama al dinero». Ciertas actividades que producen grandes beneficios solo están al alcance de los que ya tienen mucho dinero. O de los que tienen suerte, compran décimos y les toca la lotería.
A mí me hubiese gustado ser piloto de rallyes… Me tendré que conformar con algún día poder hacer un cursillo de pilotaje tipo rally, o algo así.
Un abrazo
Peor le pasó a este tipo…
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.
«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.
¡Ah, ya recuerdo… fui a actualizar la cartilla y…
A este le recetaron zimpiritione…
Por el amor de Dios, ¡que hay gente dispuesta a venderse en cachos!
Los bebeuves y los santanderes, esos sí duermen de p.m. y además, no se despiertan sorprendidos, porque se levantan con el mismo aspecto díptero con el que se acostaron.
Un abrazo, Pablo.
A mí me ha pasado una cosa respecto al trabajo:
Cuando no tenía mi DNI en regla cual inmigrante ilegal en mi propio país no me faltaba el trabajo. El verano pasado ya conseguí tener mi DNI con mi nombre y sexo real. Lo curioso es que desde entonces no he vuelto a conseguir trabajo. Casualidad, imagino, pero puñetera casualidad.
Por cierto, los sueños nunca hay que dejarlos de lado, pues son el bálsamo para el día a día.